viernes, 21 de octubre de 2011

TRES AFIRMACIONES CAPITALES QUE DEBERÍAN PROMOVER LA RECONSIDERACIÓN DE ALGUNOS ANÁLISIS Y OPINIONES SOBRE EL QUIJOTE



Antonio Sánchez Portero

Centro de Estudios Bilbilitanos

Institución "Fernando el Católico" (Zaragoza)

CSIC



El Quijote de Cervantes y el otro Quijote de Avellaneda están más ligados entre sí de lo que parece a simple vista. Y para resolver el enigma que envuelve la identidad del autor del segundo, se deben iniciar las investigaciones integralmente, desde el principio, sin obviar ninguno de los numerosos y, algunos, transcendentes descubrimientos alumbrados hasta el momento actual por quienes se vienen dedicando a este tema universal, que se exponen en este artículo, intentando demostrar que:

* Cervantes conocía el Quijote de Avellaneda antes de comenzar a escribir su segunda parte .
* Cervantes sabía quien era Avellaneda, y
* Así como Avellaneda imitó y se inspiró en Cervantes, éste se inspiró e imitó a Avellaneda.

De ser ciertas estas afirmaciones, no debe caber ya ninguna duda de que la obra de Avellaneda es capital, primero, como impulso y acicate para que Cervantes escribiera una obra maestra de la literatura universal: la “segunda parte” ─ considerada por la crítica muy superior a la primera─ y, segundo, por la importancia y repercusión que tuvo el apócrifo en su redacción.
Hasta ahora, generalmente, se tiene el Quijote de Cervantes como una obra original, de una integridad absoluta, sin ninguna injerencia o limitación ajena a la capacidad fabuladora de don Miguel. Pero vemos que, con respecto a la segunda parte, no es así, pues, en gran medida, está condicionada por Avellaneda.
La transcendencia de estas afirmaciones radican en que a partir de ellas no se debe hablar de un Quijote magnífico, cuyas primera y segunda parte compuso Cervantes; y de otro Quijote, espúreo, falso, incordiador, deleznable (fue denostado y minusvalorado por los críticos hasta la saciedad, pero actualmente se reconoce su mérito), un Quijote elaborado por un tal Avellaneda. En puridad se tiene que hablar de un Quijote indivisible e inseparable, único y genial, que consta de tres partes: dos compuestas por Cervantes ─mejor escritor, si se quiere, sin duda─ y una intermedia y trascendente por Avellaneda.
A partir de ahora, si se asumen estas aseveraciones, seguro que se abren nuevas perspectivas para analizar, criticar y reconsiderar la inmortal obra de Cervantes; y a buen seguro obligarán a que se replanteen los miles y miles de opiniones, comentarios y estudios que se han realizado a lo largo de al menos tres siglos, basados en que la segunda parte cervantina era autónoma y original.
Para mí, Avellaneda, es Pedro Liñán de Riaza, quien, como había fallecido en 1607, contó a posteriori con la complicidad y colaboración de su amigo Lope de Vega (y de algún otro) para la publicación de su manuscrito.
Y ya, por último, muchos se preguntarán, ¿por qué no desveló Cervantes expresamente el nombre del rival que le amargó los últimos años de su vida? No quería inmortalizarlo ─así de sencillo─, como a la postre hizo Mateo Alemán con su imitador Juan Martí. Y, también ─un Cervantes que tenía mucho que callar y acaso avergonzarse─, por miedo a Lope de Vega, familiar del Santo Oficio y a Fray Luis de Aliaga, confesor real, que llegó a ser Inquisidor General.


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