lunes, 24 de febrero de 2014

CERVANTES Y LIÑÁN DE RIAZA. EL AUTOR DEL OTRO QUIJOTE ATRIBUIDO A AVELLANEDA


Reseña redactada para   ANALES CERVANTINOS


Cervantes y Liñán de Riaza.  El autor del otro Quijote atribuido a Avellaneda

 
Antonio Sánchez Portero

Calatayud, Centro de Estudios Bilbilitanos de la Institución «Fernando el Católico»,

2011. 429 p. (ISBN: 978-84-9911-146-9)


         Se olvida con frecuencia, desde el cómodo mirador del entorno académico, el trabajo esforzado y necesario que un gran número de investigadores llevan a cabo fuera del amparo de las Universidades o de los centros de investigación oficiales. Piénsese tan solo en gentes sabias e insustituibles como don Antonio Rodríguez Moñino o don Eugenio Asensio, que nos dejaron un riquísimo legado, sin el cual la historia de la filología española en el siglo XX no sería la misma. Esa es la situación en la que, desde hace años, viene trabajando continuadamente Antonio Sánchez Portero, atento siempre a ámbitos singulares y variados de las letras humanas. Entre otros muchos intereses, desde hace casi una década anda dándole vueltas a la atribución verdadera del Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras, compuesto por el Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas, entiéndase del Quijote apócrifo que algún falsario urdió para dar en los morrosa Cervantes bajo la máscara del tal de Avellaneda. Su indagación cervantina, que le puso poco a poco tras el rastro de Pedro Liñán de Riaza, dio fruto en varios artículos y en un libro publicado en el año 2006 con el título de La identidad de Avellaneda, el autor del otro Quijote. Este nuevo que aquí se reseña, Cervantes y Liñán de Riaza. El autor del otro Quijote atribuido a Avellaneda, ha de entenderse, de algún modo, como la culminación de esa larga y minuciosa tarea.

         El punto de partida para esta pesquisa es el soneto de Liñán «Si el que es más desdichado alcanza muerte», recogido por Baltasar Gracián en su Agudeza y arte de ingenio, donde se refiere al poeta como «nuestro insigne bilbilitano». A partir de ahí, el trabajo pretende poner sobre el tapete cuatro cuestiones de calado histórico, como son el nacimiento de Liñán en Calatayud y no en Toledo; la circunstancia de que el primer Quijote cervantino fuera compuesto con bastante antelación a su entrada en prensa y que circulara manuscrito, al menos, antes de 1605; el hecho de que el mismo Quijote apócrifo anduviera de mano por los mentideros literarios antes de 1614; y la identificación de Liñán de Riaza como el emboscado Avellaneda, razón principal de estos escritos.

         La obra se presenta divida en dos partes, en la primera de la cuales se traza un perfil del perfecto candidato al trono avellanedesco. A partir de ahí, se lleva a cabo un repaso detallado por cada uno de los candidatos que el cervantismo ha venido proponiendo, entre otros más, Juan Blanco de Paz, Mateo Alemán, Juan Ruiz de Alarcón, López de Úbeda, Baltasar Navarrete, Céspedes y Meneses, Salas Barbadillo, Castillo Solórzano, Guillén de Castro, Alfonso de Lamberto, Alfonso de Ledesma, Mira de Amescua, Juan de Valladares Valdelomar, don Francisco de Quevedo en persona, Suárez de Figueroa, Gregorio González, alguno de los Argensola, Vicencio Blasco de Lanuza, Tirso de Molina, el soldado Jerónimo de Pasamonte, fray Luis de Aliaga, Cervantes mismo y –¿cómo no?– el omnipresente Lope de Vega. Los rasgos de este perfil previamente establecido se aplican de modo sistemático a cada uno de esos candidatos, para finalmente descartarlos y llegar a la figura de Pedro Liñán de Riaza, que, como argumenta Sánchez Portero, reúne la mayoría de los atributos imprescindibles para poder ser Alonso Fernández de Avellaneda.

         La segunda parte se consagra al encaje de los datos de respaldan la candidatura de Liñán. A eso se añaden unos interesantísimos apéndices insertos al final de los capítulos IX, X, XI y XII, donde se reúnen materiales, indicios, datos e hipótesis que contribuyen decisivamente a construir la argumentación. A lo largo de esta segunda parte, Antonio Sánchez Portero arguye que el Quijote apócrifo estaba escrito en su mayor parte antes de 1607, año de la muerte de Liñán, y que con posterioridad Lope de Vega y acaso fray Luis de Aliaga pudieron añadir alguna intervención y que solo trasladaron a los tipos el libro que andaba manuscrito tiempo atrás cuando sintieron como amenaza una tercera salida del caballero cervantino.

         Para respaldar las relaciones con Cervantes, se insiste en la identificación de Liñán con el «desamorado Lenio» que comparece en La Galatea –algo ya apuntado por don Marcelino Menéndez Pelayo– y en la convicción de que Cervantes conocía la verdadera personalidad de Avellaneda, pues habría dejado indicios inequívocos en su propia obra. Por ello, Sánchez Portero realiza un fino rastreo de tales pruebas en toda la obra cervantina, especialmente en el Coloquio de los perros y en los dos Quijotes. De todo deja cumplida razón en el libro, comenzando por el «sinónomo voluntario» de Sansón Carrasco, que sería encarnación de Avellaneda y, por lo tanto, del oculto Liñán, al que también apuntarían la «pluma deliñada», no pocos anagramas y hasta el seudónimo ese de Alonso Fernández de Avellaneda, que eligió como máscara.

         La conclusión es que Avellaneda copia a Cervantes y Cervantes se inspira luego en Avellaneda, al que también ataca, remeda y utiliza en la construcción y en la escritura del Quijote impreso en 1615. Los muchos años de trabajo invertidos en esta compleja tarea de búsqueda han permitido a Antonio Sánchez Portero llevar a cabo un pormenorizado análisis de la cuestión avellanedesca y reunir testimonios, hipótesis, evidencias, suposiciones lógicas, datos, cotejos, análisis textuales y referencias de toda índole con los que ha intentado avalar una propuesta punto y más que razonable, que convertiría a Pedro Liñán de Riaza en la resolución de este espinoso enigma literario. Pero más allá de ese encomiable y generoso esfuerzo, cabe aquí encarecer la firme reivindicación de un libro como el Quijote apócrifo, lastrado en su lectura por la enemiga unánime de lectores y críticos que han terminado por convertirlo en un poco menos que una anécdota secundaria para la historia externa del cervantismo.

ABIGAIL CASTELLANO LÓPEZ Y LUIS GÓMEZ CANSECO

Universidad de Huelva