miércoles, 24 de febrero de 2016

ETIÓPICAS, reseña de "CERVANTES Y LIÑÁN DE RIAZA.El autor del otro Quijote atribuido a Avellaneda"



ANTONIO SÁNCHEZ PORTERO

Cervantes y Liñán de Riaza.
El autor del otro Quijote atribuido a Avellaneda

Calatayud, Centro de Estudios Bilbilitanos de la Institución «Fernando el Católico», 2011. 429 págs. ABIGAIL CASTELLANO LÓPEZ Universidad de Huelva

      A pesar de que abundan textos espurios en la historia de la literatura española, dos casos análogos y contemporáneos de continuaciones apócrifas han merecido una atención privilegiada por parte de la crítica, acaso por la enjundia y el transparente paralelo que les une. Se trata, claro está, de las continuaciones apócrifas del Guzmán de Alfarache y del Quijote. Ambos libros siguen escondiendo tenazmente la segura identidad de sus autores, por más que los asedios eruditos se hayan venido sucediendo desde el siglo XIX hasta hoy mismo.
      Especialmente compleja, varia y hasta encontrada ha sido la investigación en torno al licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, que ha dado, da y dará todavía para mucho. En esas arriesgadas y resbaladizas labores ha puesto sus empeños a lo largo de casi diez años Antonio Sánchez Portero. Tras la publicación, en 2006, de "La identidad de Avellaneda, el autor del otro Quijote" –que acaso no recibió toda la atención académica que el libro merecía–, apareció hace tres años "Cervantes y Liñán de Riaza. El autor del otro Quijote atribuido a Avellaneda", publicado por el Centro de Estudios Bilbilitanos de la Institución «Fernando el Católico».
      Desde el título mismo queda formulada la tesis que ya se sostenía en 2006: que el aragonés Pedro Liñán de Riaza fue principal artífice de la hazaña atribuida al tal Avellaneda. Y hay que insistir en lo de aragonés, porque Sánchez Portero, reorganizando materiales publicados anteriormente, perfilándolos aquí y allá sus conjeturas y entretejiendo un sinfín de datos nuevos, viene a rechazar el origen toledano de Liñán de Riaza, para poner su nacimiento en Calatayud. 
      A lo largo de catorce capítulos y cinco apéndices, el libro se propone analizar el estado de la cuestión avellanedesca y sostener con argumentos finos y razonables la candidatura de Liñán. La información se estructura en dos bloques fundamentales: en el primero de ellos (I-VII), se describe el contexto histórico y literario que justifica la aparición, en 1614, del falso Quijote, demostrando con criterio más que justificados la imposibilidad de analizar el texto apócrifo sin tener en cuenta la publicación del primer Quijote estampado en 1605. Añade a ello, el análisis del influjo que la invención de Avellaneda tuvo sobre la segunda parte cervantina, llevando un muy interesante análisis de las relaciones intertextuales que existen, no solo entre las dos partes del Quijote cervantino y el apócrifo, sino también entre la obra de Cervantes en su conjunto y el entorno literario de Pedro Liñán de Riaza y su círculo.
      Se traza a continuación un modelo imaginario de los rasgos que pueden ayudar a la identificación del falsario, según el cual el escritor embozado había de ser un persona de letras, docto, inserto en el busilis de la poesía y el teatro contemporáneos, con algún tipo de formación religiosa y –ateniéndonos a las palabras de don Quijote en 1615– originario de Aragón. Una vez fijado ese perfil, Sánchez Portero lo utiliza como patrón para aplicarlo a cada uno de los candidatos que se han venido proponiendo como potenciales responsables del Segundo tomo de 1614.
      Uno tras otro, la larga nómina de aspirantes se reduce hasta llegar a Pedro Liñán de Riaza, cuya candidatura ya había sido sugerida en 1902 por Adolfo Bonilla y San Martín y defendida, en fechas más cercanas, por José Luis Pérez López (2005). El segundo bloque del libro lo integran los capítulos que restan, del VIII al XIV, y los cinco apéndices, y viene a ser el desarrollo pormenorizado de su hipótesis.
      Se comienza acumulando argumentos para demostrar la participación de Lope de Vega y acaso del todopoderoso fray Luis de Aliaga en la publicación de 1614, para luego ir profundizando en la, hasta ahora, casi desconocida vida y obra de Pedro Liñán de Riaza, amigo de Lope, compañero de Góngora y los Argensolas en sus años de estudiante salmantino, poeta íntimamente relacionado con el círculo madrileño y toledano, y elogiado, entre otros, por el propio Cervantes en el «Canto a Calíope», incluido en La Galatea de 1585.
      En esta segunda parte su autor sostiene y documenta el origen aragonés de Liñán, justifica la temprana composición del apócrifo y analiza, con un amplio despliegue de teoría literaria, la identidad del falsario a la luz de un análisis comparativo de los textos que apunta a una misma conclusión: el hecho de que Miguel de Cervantes conocía la identidad de su imitador. En conjunto, el autor aborda cuestiones transitadas por los estudiosos del caso, tales como la de los sinónimos voluntarios, la correspondencia entre los prólogos o la cuarteta que Avellaneda incluye en el capítulo IV de su libro y a la que replicará expresamente Cervantes en 1615; pero Sánchez Portero no se limita a repetir lo ya sabido, sino que propone nuevas interpretaciones y trae a capítulos nuevos textos que ilustran los problemas, al tiempo que contribuyen a sostener la candidatura de Liñán de Riaza.         Por su parte, los apéndices reúnen testimonios y aportan curiosidades que, acaso de manera tangencial, recuperan y revisan ciertas cuestiones del enigma avellanedesco y reconsideran lecturas que en su momento cayeron en saco roto. Sirva el ejemplo del apéndice al capítulo X, donde se sintetizan las consideraciones más relevantes hechas por la crítica en torno al personaje de Cide Hamete Benengeli, a la vez que se añaden nuevos datos y conjeturas. El objetivo es mantener la identificación simbólica de Cide Hamete con Cervantes y sus antagonismo directo con Alisolán, el personaje correspondiente que ideó Avellaneda y, por último, reconocer a este Alisolán como disfraz literario del escritor bilbilitano.
      En este año 2014, se cumplen cuatrocientos desde que el otro Quijote saliera de las prensas tarraconenses de Felipe Roberto. Parece un momento adecuado para revisar este recorrido literario y erudito que nos ofrece Antonio Sánchez Portero con la voluntad, si no de resolver definitivamente la incógnita, sí al menos de ir estrechando el círculo en torno a la figura de su autor y establecer las conexiones que muy probablemente tuvo con Pedro Liñán de Riaza.

Abigail Castellano López. Universidad de Huelva.


viernes, 19 de febrero de 2016

RESEÑA del libro CERVANTES Y LIÑÁN DE RIAZA. EL AUTOR DEL OTRO QUIJOTE ATRIBUIDO A AVELLANEDA



CERVANTES REVIEWS   Volume 35.2 (2015) Páginas 254-257.

Antonio Sánchez Portero.
Cervantes y Liñán de Riaza: El autor del otro Quijote atribuido a Avellaneda.
Calatayud: Centro de Estudios Bilbilitanos de la Institución «Fernando el Católico», 20II. 429 PP• ISBN: 978-84-99II-I46-9.

     Uno de los enigmas que ha provocado ríos de tinta más abundosos entre los cervantistas es la identidad del licenciado Alonso Fernández de Avellaneda,autor fingido del Quijote apócrifo. Antonio Sánchez Portero trae no sólo una revisión de las propuestas ya dadas a este asunto, sino que se aventura a ofrecer una respuesta, ahondando en la tesis ya defendida en otro libro suyo de 2006, "La identidad de Avellaneda, el autor del otro Quijote". La conclusión en ambos ensayos es que Avellaneda no es otro que Pedro Liñán de Riaza. Lamentablemente para los cervantistas, no existen testimonios fehacientes extratextuales—ya fueran cartas, declaraciones expresas o, al menos, documentos en torno a la edición del Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha—por lo que tan sólo se puede buscar solución en los textos de Cervantes y del propio Avellaneda.
     Y esta ha sido la senda transitada por Sánchez Portero: a partir de las pistas que se encuentran en los textos y de su interconexión, Repasa en la primera parte de su obra la lista de candidatos posibles a la identidad de Avellaneda y, una vez descartados todos los que considera que no pueden ser posibles autores del Quijote apócrifo, articula en la segunda parte del libro los indicios que apuntan a Pedro Liñán de Riaza. Los puntos de partida con los que comienza esta investigación literaria son, en primer lugar, el hecho de que, en el Quijote cervantino de 1615 se hable de Avellaneda como el autor aragonés del falso Quijote, y, en segundo lugar, el conocimiento literario, humanístico y religioso que exhibe Avellaneda en el apócrifo.
     Sánchez Portero examina todos los pormenores teniendo muy en cuenta la crítica anterior y llegando incluso a rectificar sus propias opiniones a la luz de noticias recabadas durante la composición del libro. Su método de trabajo puede resultar curioso o incluso algo confuso, pero las opiniones se expresan de manera clara y sincera, señalando sin empacho cuando sus hipótesis se basan en intuiciones propias y cuando se basan en pruebas ajenas. Tras comenzar la obra recalcando la importancia que tuvo la publicación del falso Quijote en la creación del Quijote de Cervantes, Sánchez Portero examina minuciosamente la lista de candidatos aportados por la crítica cervantista o avellanedesca, a saber: Lupercio Leonardo de Argensola, Bartolomé Leonardo de Argensola, Mateo Alemán, fray Andrés Pérez, fray Alonso Fernández, Juan Blanco de la Paz, fray Luis de Aliaga, Gaspar Schope, Félix Lope de Vega, fray Luis de Granada, Alfonso Lamberto, Tirso de Malina, Pedro Liñán de Riaza, Juan Martí, Gabriel Leonardo Albión, el mismo Miguel de Cervantes, Vicencio Blasco de Lanuza, Juan Ruiz de Alarcón, Alfonso Pérez de Montalbán, Alonso de Ledesma, Alonso Fernández de Zapata, Francisco de Quevedo, Cristóbal de Fonseca, Guillén de Castro, Alonso de Castillo de Solórzano, Vicente García, Jerónimo de Pasamonte (a partir del cual muchos cervantistas consideran que Cervantes ideó a Ginés de Pasamonte), Francisco López de Úheda, Juan de Valladares, Antonio Mira de Amescua, Gonzalo de Céspedez y Meneses, Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, Gaspar Navarrete, Cristóbal Suárez de Figueroa, fray Luis de Aliaga, Ginés Pérez de Hita, el duque de Sessa, fray Hortensio Félix Paravicino, Gregario González, José de Villaviciosa y el Greco.
     De todos ellos, descarta casi automáticamente a todos los no aragoneses, dando crédito a la teoría de que Cervantes sabía perfectamente quién había sido su contrincante y que, al señalarlo como aragonés, estaba ofreciendo una pista real y no una simple intuición no verificada. Aquí muestra otro de los argumentos fuertes de su obra: Sánchez Portero defiende e intenta demostrar, a falta de una partida bautismal o de un documento similar, que Pedro Liñán de Riaza era aragonés, de Calatayud en concreto, y no toledano, como muchos críticos han creído a partir de algunos textos que afirman que fue "vecino de Toledo." Esa sería la razón por la que Baltasar Gracián se refiere a él, en la Agudeza y arte de ingenio, como "nuestro insigne bilbilitano Pedro Liñán." Descarta asimismo a cuantos no anduvieron por España entre 1603 y 1614, salvando de nuevo a Liñán de Riaza, a pesar de que muriera en 1607. Para salvar el escollo -que no es menor- consagra el capítulo ocho a explicar la intervención de Lope de Vega y fray Luis de Aliaga en la publicación y, posiblemente, en el remate de este otro Quijote impreso en 1614.
     En la segunda parte de la obra, a través de seis capítulos y siete apéndices añadidos en forma de posdata, Sánchez Portero analiza las pruebas e indicios que señalan a Liñán como posible autor del libro espurio. Examina mediante técnicas de intertextualidad las relaciones existentes entre el Quijote de r6o5 y el de Avellaneda, y entre este y el de r6r5. Para explicar cómo es posible que Liñán, muerto en 1607, pudiera escribir el Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, se argumenta que el primer Quijote circulaba en manuscritos desde, posiblemente, 1603, con argumentos complementarios a los utilizados por Alfonso Martín Jiménez en su defensa de la autoría de Pasamonte. De esta manera, Lope parece aludir a él en sus burlas contra Cervantes en textos de 1604, y Liñán pudo tener tiempo para escribir la imitación que hacía burla y sátira de Cervantes y de su Quijote, saliendo en defensa de su amigo Lope y el círculo de los "discretos," antes de morir en 1607.
     Resulta interesante la exposición que realiza sobre los "sinónimos voluntarios" que dedica Cervantes a sus enemigos. Del mismo modo, otro de los argumentos expuestos en esta segunda parte para sostener la hipótesis de que Liñán era Avellaneda se fundamenta en la fecha de creación de la continuación cervantina. Ya en el prólogo de las Novelas ejemplares anunciaba Cervantes la segunda parte de su Quijote, y daba indicios, según Sánchez Portero, de conocer la existencia del falso Quijote. Por esto, se sostiene que Cervantes comenzó a escribir su segundo Quijote años antes de su publicación, incluso antes de conocer la obra de Avellaneda, y sería entonces, a mitad de la composición, cuando le llegó noticia de la existencia del apócrifo. Es más: expone el autor, apoyándose en múltiples pruebas aportadas por otros cervantistas, que Cervantes conocía muy bien el apócrifo de Avellaneda, ya que muchos de los episodios del segundo Quijote están construidos sobre la base de la imitación avellanedesca. 
     Sánchez Portero nos presenta numerosos juegos intertextuales intercambiados Lope y Cervantes a través de menciones veladas, "sinónimos voluntarios," anagramas y personajes. Los supuestos autores de los dos Quijotes, Cide Hamete Benengeli en el de Cervantes y Alisolán en el de Avellaneda, pa-recen señalar, según Sánchez, a sus respectivos autores mediante juegos de anagramas. También se apunta la intervención de fray Luis de Aliaga, que entra en este juego literario al ser apodado dentro del círculo literario, posiblemente tras la publicación de 1605, como "Sancho Panza," y se expone cómo este hecho se vio reflejado en los Quijotes de 1614 y 1615.
     En fin, Sánchez Portero pone todas las cartas sobre la mesa para defender su hipótesis, incluso aquellas que pueden serle poco favorables, realizando un trabajo exhaustivo y minucioso en la recopilación de fuentes, datos y pruebas. En ocasiones llega a reconocer que, en su afán, puede haberse dejado llevar por la pasión investigadora que plantea esta cuestión hasta ahora sin resolver, planteando indicios y argumentos discutibles. Sin embargo, esto no oscurece la profundidad y el detalle en su investigación, que resultará de vital importancia para aquellos cervantistas que se propongan la tarea de continuar más allá en la resolución del enigma avellanedesco.
     A lo largo de esta defensa de Liñán como Avellaneda, Sánchez Portero subraya la importancia de este Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha firmado por el licenciado Alonso Fernández. A pesar de todas las críticas que esta novela ha merecido por parte de lectores, críticos y devotos cervantistas, no pueden pasar inadvertidos los conocimientos volcados en ella, la maestría del falsario al componerla y las consecuencias que tuvo su publicación. sin la obra de Avellaneda, el segundo Quijote posiblemente no habría alcanzado la estampa y Cervantes acaso ni hubiera encontrado ocasión para escribir la obra mayor que vieron los siglos pasados ni esperan ver los venideros.

       MARÍA HEREDIA MANTIS Universidad de Huelva maria.heredia@dfesp. uhu.es