miércoles, 19 de mayo de 2010

DESDE EL PRINCIPIO DEL QII, CERVANTES HABÍA DECIDIDO QUE DON QUIJOTE ACABASE SUS DÍAS SIN PISAR ZARAGOZA

DESDE EL PRINCIPIO DEL QII
CERVANTES HABÍA DECIDIDO QUE DON QUIJOTE
ACABASE SUS DÍAS SIN PISAR ZARAGOZA

Antonio Sánchez Portero
Centro de Estudios Bilbilitanos
Institución Fernando el Católico, del CSIC



Lo vaticinó Azorín en uno de sus ensayos[1], recordando que la carta sustraída era buscada en los sitios más ocultos, sin que nadie se diese cuenta de que estaba sobre la mesa, y existen muchas posibilidades de que sea cierto:

El Quijote de Avellaneda es como la carta robada de Poe. Nada hay más claro y, sin embargo nada más secreto... Al autor del Quijote contrahecho lo tenemos ante la vista y no lo ven ni los más linces.”

Son cientos de miles, quizás millones de palabras, durante más de tres siglos, las que han aflorado, desde las más prestigiosas plumas, intentando desvelar quién es Avellaneda, la bestia negra de Cervantes, uno de los más grandes escritores universales.
Y la solución la tenemos muy cerca, al alcance de la mano, sólo con que la alarguemos con lógica, sin prejuicios y algo de sentido común, y pensemos y analicemos con paciencia y espíritu detectivesco para encontrar las innumerables pistas que ambos protagonistas nos dejaron en un genial juego literario de tirar la piedra y esconder la mano.
A veces, las investigaciones, parten con el lastre de determinadas premisas que se toman por ciertas cuando, sólo con lógica, quedan desmontadas. Es el caso de dudar de la patria que Cervantes atribuye a Avellaneda; así como el negar sistemáticamente que el Príncipe de los Ingenios conociese a su rival. ¡Vaya si lo conocía!, y hasta fueron amigos y compañeros de academias, antes de enemistarse irreconciliablemente. Otras investigaciones se aferran a hechos no demostrados, como que Cervantes tuvo conocimiento del apócrifo cuando estaba redactando el capítulo 59 del suyo, descartando de plano que fuese antes.
Todas estas digamos hipótesis son defendidas por partidarios y detractores. Ni que decir tiene que un servidor está a favor de que Cervantes conocía a Avellaneda; así como el Quijote de éste, que circulaba en manuscrito antes de que escribiese el “El coloquio de los perros”, una de las Novelas ejemplares que se publicaron en 1613.
Defiendo mis opiniones en numerosos artículos, cuyos títulos no voy a citar, pero que pueden encontrarse en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Lemir, Tonos, Anales Cervantinos y Etiópicas. Con el presente[2], pretendo poner de manifiesto que Cervantes nos estuvo “engañando” todo lo que quiso, diciendo-escribiendo con la boca pequeña cosas que en la realidad de su ficción no ponía en práctica.
Son muchos y muy cualificados los investigadores que dan por bueno que Cervantes conocía el manuscrito de Avellaneda, así como que se inspiró en él para redactar su Segunda Parte[3]. Es más, casi puede afirmarse con seguridad, que no hubiese abordado esta tarea tantas veces anunciada (como la continuación de La Galatea, que no llevó a cabo) a no ser por la aparición del Quijote de Avellaneda. Este libro de su contrincante fue un revulsivo que le estimuló, impulsó y “obligó” a continuar su obra a marchas forzadas, luchando, incluso, con su muerte que, a buen seguro, intuiría no tenía muy lejos.
Pero, ¿cuándo emprendió esta tarea? Algunos investigadores opinan que Cervantes comenzó a escribir la Segunda Parte de su Quijote a partir de la publicación del de Avellaneda. Como éste vio la luz, si nos atenemos a la autorización del doctor Rafael Ortoneda del 18 de abril de 1614; y a la licencia otorgada por el doctor y canónigo Francisco de Torme y de Liori, fechada el 4 de julio de 1614, según éstos, no pudo ser antes de esta fecha.
Si tenemos en cuenta que el apócrifo se publicó “por sorpresa” en julio de 1614, muy bien pudo tardar un mes en encontrarse en las manos de Cervantes. Sería en agosto. Y como la “Aprobación” del Vicario General tiene fecha del 27 de febrero de 1615, y estaría al menos un mes en su poder la obra para poder analizarla, podremos hablar de enero. Y de agosto de 1614 a enero de 1615, si no fallan las cuentas, son seis meses. Es harto improbable que en este tiempo redactase Cervantes los 74 capítulos del QII.
Según mi opinión, pudo comenzar la Segunda Parte después de leer el libro de Avellaneda que circulaba manuscrito. En El coloquio de los perros da pruebas de que conocía este libro y le molestaba su existencia (véase nota nº 2). Tanto es así, que en el Prólogo de las Novelas ejemplares (de las que El coloquio es una de ellas), cuya dedicatoria al conde de Lemos está fechada el 13 de julio de 1613 (la tasa es de julio de 1612), en el Prólogo, anuncia que tras ellas ofrecerá los Trabajos de Persiles, pero antes: “primero verás las hazañas de don Quijote y donaires de Sancho”. Esta confesión no excluye que quizás por aquellas fechas estuviese trabajando ya en la Segunda Parte o, al menos, albergase la firme intención de llevarla a cabo inmediatamente.
Por tanto, se puede aventurar que desde 1612, o principios de 1613, que ya había concluido “definitivamente” las Novelas, se ocupó de la continuación del Quijote. Y como el de Avellaneda no se publicó antes del 4 de julio de 1614 (fecha de su licencia), y si como opinan los comentadores, la fecha (14 de julio de 1614) de la carta que desde el palacio de los duques Sancho dirige a su mujer, coincide con el día en que efectivamente la redactó Cervantes, dispuso de seis meses para escribir el último tercio de la Segunda Parte (26 capítulos de 74) e introducir los cambios y modificar los capítulos que habría comenzado a redactar en las fechas indicadas. Y creo, al igual otros muchos investigadores, que para componer estos capítulos se inspiró, remedo y utilizó materiales del Quijote de Avellaneda, pero como si no lo conociera, como si no existiese.
Este ocultamiento pudo mantenerlo hasta que se publicó el apócrifo. Entonces ya no le quedó más remedio, cuando poco más o menos estaba trabajando en el capítulo 59, que referirse ya abiertamente a este Quijote que califico de “falso”, “ficticio” y “apócrifo”. El propio Cervantes nos da la clave en su texto para ratificar la validez de mi afirmación, que se apoya en que Cervantes, en el QII, sigue la pauta marcada por él mismo al final de su Primera Parte, cuando refiere:

Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia dellas, a lo menos por escrituras auténticas; sólo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote la tercera vez que salió de su casa fue a Zaragoza, donde se halló en unas famosas justas...

Y a cumplir este propósito se encamina en su Segunda Parte, como lo expresa cada cierto tiempo:

… ; el cual le respondió que era su parecer que fuese al reino de Aragón y a la ciudad de Zaragoza, adonde de allí a pocos días se habían de hacer unas solemnísimas justas por la fiesta de San Jorge... (Capítulo IV).
…, y siguieron el camino a Zaragoza, adonde pensaban llegar a tiempo que pudiesen hallarse en unas solemnes fiestas que en aquella insigne ciudad cada año suelen hacerse. (Capítulo X).
… ¾Hasta que mi amo llegue a Zaragoza –dice Sancho– , le serviré; que después todos nos entenderemos. (Capítulo XIII).
… Don Quijote y Sancho volvieron a proseguir su camino de Zaragoza, donde los deja la historia, para dar cuenta de quien era el Caballero de los Espejos y su narigudo escudero. (Capítulo XIV).
…; donde esperaba entretener el tiempo hasta que llegase el día de las justas de Zaragoza, que era el de su derecha derrota [su recta dirección]. (Capítulo XVIII).
… Y volviendo a don Quijote de la Mancha, digo que después de haber salido de la venta determinó de ver primero las riberas del río Ebro y todos aquellos contornos, antes de entrar en la ciudad de Zaragoza, pues le daba tiempo para todo lo mucho que faltaba desde allí a las justas. (Capítulo XXVII).
... y al salir el alba, siguieron su camino buscando las riberas del famoso Ebro, donde les sucedió lo que se contará en el capítulo venidero. (Capítulo XXVIII).
…, y así, determinó de pedir licencia a los duques para partirse a Zaragoza, cuyas fiestas llegaban cerca, adonde pensaba ganar el arnés que en tales fiestas se conquista. (Capítulo LII).
…, y volviendo las riendas a Rocinante, siguiéndolo Sancho sobre el rucio, se salió del castillo, enderezando su camino a Zaragoza. (Capítulo LVII).
…; y así, digo que sustentaré dos días naturales en mitad de este camino real que va a Zaragoza, que estas señoras zagalas contrahechas… (Capítulo LVIII).

Por estos párrafos, sin lugar a dudas, vemos que reiteradamente manifiesta Cervantes su propósito de encaminar a don Quijote desde su aldea de La Mancha a las justas de Zaragoza. Una cosa es el propósito, y otra la realidad, porque muy a las claras se advierte que hay algo que no cuadra respecto al itinerario que marca a su personaje, porque la ruta por la que lo guía no es la más idónea, pues salta a la vista que, a priori, el camino más corto y con más “atractivos” para una recreación literaria, es el que discurre por Madrid, Guadalajara, Sigüenza, y continuando por el Valle del Jalón.
Es en el capítulo VIII cuando comienza la salida de don Quijote a “la gran ciudad del Toboso”, y “don Quijote se emboscó en la floresta, encinar, o selva junto al gran Toboso”, hasta el final del capítulo XX, “que siguen camino de Zaragoza”. Vienen después la aventura de la “carreta de la Muerte”, con la compañía de Angulo el Malo; la aventura con el Caballero de los Espejos” o “del Bosque”; la de “los leones”; y su estancia en “el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán”, lugar que “según algunos estudiosos señalan, bien pudo ser Socuéllanos, San Clemente o El Pedroso”, como dice Alfonso Zapater en Don Quijote en Aragón[4]. Pero al encontrarse El Pedroso en Sevilla, el lugar puede ser El Provencio, situado entre las dos localidades antes citadas. Después de ser su huésped durante cuatro días, se despidió don Quijote de don Diego de Miranda y continuó

...buscando aventuras, de quien tenía noticia que aquella tierra abundaba, donde esperaba entretener el tiempo hasta que llegase el día de las justas de Zaragoza, que era el de su derecha derrota, y que primero había de entrar en la cueva de Montesinos, de quien tantas y tan admirables cosas en aquellos contornos se contaban, sabiendo e inquiriendo así mismo el nacimiento y verdaderos manantiales de las siete lagunas llamadas comúnmente de Ruidera.

Pero antes de llegar a estos lugares, participa en “las bodas de Camacho”, en El Bonillo, ocupando esta historia hasta el capítulo XXII, donde sucede la “aventura de la cueva de Montesinos”; a la que sigue la del “titeretero Maese Pedro” por la Mancha de Aragón (situada entre Belmonte y la Sierra de Cuenca) y la “del rebuzno”, y, en el capítulo XXVII:

Esto es lo que hay que decir de Maese Pedro y de su mono. Y, volviendo a don Quijote de la Mancha, digo que después de haber salido de la venta, determinó de ver primero las riberas del río Ebro y todos aquellos contornos, antes de entrar en la ciudad de Zaragoza, pues le daba tiempo para todo el mucho que faltaba de allí hasta las justas. Con esta intención siguió su camino por el cual anduvo dos días… hasta que al tercero… [se encontraron con un escuadrón de gente del pueblo del rebuzno… Y] Por sus pasos contados y por contar, dos días después que salieron de la Alameda, llegaron don Quijote y Sancho al río Ebro…

López Navío[5], en la nota 2 del capítulo XXIX comenta: “según esto sólo tardaron cinco días en el viaje desde la venta de los títeres [en la Mancha de Aragón, en Cuenca] hasta el Ebro, un tiempo excesivamente corto para tan larga distancia.” Efectivamente, porque estos lugares están separados al menos por trescientos kilómetros.
Sigue Cervantes con la idea de llevar a don Quijote a Zaragoza; pero, por lo que vamos viendo, lo dice con la boca pequeña, siguiendo un plan preconcebido que él sólo conoce y que desvelará en el momento que crea oportuno.
Las opciones más adecuadas para recorrer esta distancia pasan por atravesar el noroeste de la provincia de Cuenca y remontar el Guadalaviar o Turia hasta Teruel y desde aquí hasta Daroca; o cruzando la Sierra de Albarracín, a la izquierda, hasta Cella y por la ribera del Jiloca, que nace en esta villa, llegar a la ciudad de los Corporales; y desde ella, bien por Calatayud o por Cariñena o por Longares o por Muel, torcer a la izquierda en perpendicular hasta llegar al Valle del Jalón y, siguiendo su curso hasta su desembocadura, parar en el Ebro (en el capítulo XXX) en las inmediaciones de Pedrosa y Alcalá de Ebro, en el dominio de los Duques, donde se sitúa la Ínsula Barataria. Y mientras tanto, nada de nada se dice de Zaragoza, hasta el comienzo del capítulo LVII cuando “don Quijote, volviendo las riendas a Rocinante, siguiéndole Sancho sobre su rucio, se salió del castillo enderezando su camino a Zaragoza.”
En el principio del capítulo LIX, manifiesta metafóricamente don Miguel –a través de don Quijote–, con excusa del atropello que le propina la manada de toros, el tremendo varapalo que ha sufrido con la publicación del apócrifo:

—Come, Sancho amigo –dijo don Quijote–; sustenta la vida que más que a mí te importa, y déjame morir a mí en manos de mis pensamientos y a fuerzas de mis desgracias. Yo, Sancho, nací para vivir muriendo, y tú para morir comiendo, y porque veo que te digo verdad en esto, considérame impreso en historias [dice “historias”, en plural; lo que se puede interpretar como que, además de su Primera Parte, conoce otra impresa: la de Avellaneda, que viene a romper sus previsiones, ya que se considera:], famoso en armas, comedido en mis acciones, respetado de príncipes, solicitado de doncellas; al cabo al cabo cuando esperaba palmas, triunfos y coronas granjeadas y merecidas por mis valerosas hazañas, me he visto esta mañana pisado acoceado y molido de los pies [no de las patas] de animales inmundos y soeces [que sepa, estos calificativos no son adecuados para toros, y sí para personas]. Esta consideración me embota los dientes, entorpece las muelas y entumece las manos y quita de todo en todo las ganas de comer, de manera que pienso dejarme morir de hambre, muerte la más cruel de las muertes.

Después de este episodio y de descansar en una pradera, Don Quijote y Sancho se hospedan en una venta y, de la forma que se expresa a continuación, se entera don Quijote de la existencia del apócrifo, y encuentra una justificación lo que le “obliga” a cambiar el itinerario que seguía:

Llegase, pues, la hora de cenar, recogiese a su estancia don Quijote, trujo el huésped la olla así como estaba, y sentase a cenar muy de propósito. Parece ser que en otro aposento que junto al de don Quijote estaba, que no le dividía más que un sutil tabique, oyó decir don Quijote:
—Por vida de vuesa merced, señor don Jerónimo, que en tanto que traen la cena leamos otro capítulo de la Segunda Parte de don Quijote de la Mancha.
Apenas oyó su nombre don Quijote, cuando se puso en pie, y con oído alerto escuchó lo del trataban, y oyó que el tal don Jerónimo referido respondió:
—¿Para qué quiere vuesa merced, señor don Juan, que leamos estos disparates si el que hubiere leído la primera parte de la historia de don Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda?
—Con todo eso –dijo don Juan–, será bien leerla, pues no hay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena. Lo que a mí en este más me desplace es que pinta a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del toboso.
Oyendo lo cual don Quijote, lleno de ira y de despecho, alzó la voz y dijo:
—Quienquiera que dijere que don Quijote de la Mancha ha olvidado ni puede olvidar a Dulcinea del Toboso yo le haré entender con armas iguales que va muy lejos de la verdad, porque la sin par Dulcinea del Toboso ni puede ser olvidada ni en don Quijote puede caber olvido. Su blasón es la firmeza, y su profesión el guardarla con suavidad y sin hacerle fuerza alguna.
—¿Quién es el que nos responde? –respondieron del otro aposento.
—¿Quién ha de ser –respondió Sancho– , sino el mismo don Quijote de la Mancha, que hará bueno cuanto ha dicho, y aun cuanto dijere? Que al buen pagador no le duelen prendas.
—Apenas hubo dicho esto Sancho cuando entraron por la puerta del aposento dos caballeros, que tales lo parecían, y uno de ellos, echando los brazos al cuello de don Quijote, le dijo:
—Ni vuestra presencia puede desmentir vuestro nombre, ni vuestro nombre puede no acreditar vuestra presencia; sin duda vos, señor, sois el verdadero don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas, como lo ha hecho el autor deste libro que aquí os entrego.
Y poniéndole un libro en las manos, que traía su compañero, le tomó don Quijote y, sin responder palabra, comenzó a hojearle…
[…] —Por lo que he oído hablar, amigo –dijo don Jerónimo–, sin duda debéis ser Sancho Panza, el escudero del señor don Quijote.
—Si soy –respondió sancho–, y me precio dello.
—Pues a fe –dijo el caballero–, que no os trata ese autor moderno con la limpieza que en vuestra persona se muestra: píntaos comedor y simple, y no nada gracioso, y muy otro del Sancho que en la primera parte de la historia de vuestro amo se describe.
—Dios se lo perdone [da por muerto a este autor moderno] –dijo Sancho–; depárame en mi rincón, sin acordarse de mí, porque quien las sabe las tañe, y bien se está San Pedro en Roma.
Los dos caballeros pidieron a don Quijote se pasase a su estancia a cenar con ellos; que bien sabían que en aquella venta no había cosas pertenecientes para su persona. Don Quijote, que siempre fue comedido, condescendió con su demanda y cenó con ellos;…
[…] —Créanme vuesas mercedes –dijo Sancho– que el Sancho y el don Quijote desa historia deben ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado; y yo, simple, gracioso, y no comedor ni borracho.
[…] En estas y otras pláticas se pasó parte de la noche, y, aunque don Juan quisiera que don Quijote leyera más del libro por ver lo que discantaba, no lo pudieron acabar con él, diciendo que el lo daba por leído y lo confirmaba por todo necio [según López Navío, obra citada, nota 76, cabría interpretar todo lo necio como “obra salida totalmente del bando de los necios”, que para Cervantes eran los partidarios de Lope], y que no quería, si acaso llegase a noticia de su autor que le había tenido en sus manos, se alegrase con pensar que le había leído, pues de las cosas obscenas y torpes los pensamientos se han de apartar, cuanto más los ojos. Preguntáronle que adonde llevaba determinado su viaje. Respondió que a Zaragoza, a hallarse en las justas del arnés, que en aquella ciudad suelen hacerse todos los años. Díjole don Juan que aquella nueva historia contaba como don Quijote, sea quien se quisiese, se había hallado en ella en una sortija, falta de invención, pobre de letras, pobrísima de libreas, aunque rica de simplicidades.
¾Por el mismo caso –respondió don Quijote– no pondré los pies en Zaragoza, y así sacaré a la plaza del mundo la mentira dese historiador moderno, y echarán de ver las gentes que yo no soy el don Quijote que el dice.

Unos pies que, por lo que se va a ver, no pensaba poner en ningún momento, pues el capítulo LX comienza así:

Era fresca la mañana, y daba muestras de serlo asimesmo el día en que don Quijote salió de la venta, informándose primero cual era el más derecho camino para ir a Barcelona sin tocar en Zaragoza: tal era el deseo que tenía de sacar mentiroso aquel nuevo historiador que tanto decían que le vituperaba.

Comparando los itinerarios seguidos por el don Quijote de Cervantes y por el de Avellaneda, observamos que éste, a diferencia de lo que hace don Miguel en el QII, va repitiendo su intención de ir a Zaragoza, pero citando los lugares por donde pasa, que son: “tras seis días llegaron a Ariza…” […] “y llegando él y Sancho cerca de Calatayud, en un lugar que llaman Ateca…”, donde estuvieron hospedados en casa de mosén Valentín. Y en el capítulo VII dice Sancho: “mi amo va a Zaragoza”, y don Quijote habla de traer “joyas de las justas”, lo que no es exacto, porque las “joyas” se ganan en las “sortijas”, y las “justas” son torneos o combates donde se demuestra la maestría en el manejo de las armas. Y al final de este capítulo, manifiesta don Quijote:

Pero ahora caminaremos para Zaragoza, que es lo que me importa; que allí verás y oirás maravillas. [Y en el primer párrafo del capítulo VIII:] Tan buena maña se dieron a caminar el buen don Quijote y Sancho que al otro día [al día siguiente] a las once, se hallaron a una milla de Zaragoza.

Esto, prácticamente, en la realidad, no puede ser, porque desde el punto de salida (Ateca) hasta Zaragoza hay unos cien kilómetros. Esta incongruencia se repite, en las mismas circunstancias en el QII cuando, desde la Mancha de Aragón, salvan don Quijote y Sancho la distancia de unos trescientos kilómetros que los separan de la ribera del Ebro en cinco días. La argucia es parecida: cien kilómetros, un día; trescientos kilómetros, cinco días. Es una evidencia más de que Cervantes remeda a Avellaneda.
Después de su estancia en el palacio de los duques, Cervantes manda a su don Quijote a Barcelona; mientras Avellaneda retiene al suyo en Zaragoza hasta el capítulo XIV, en el que, al soldado Antonio de Bracamonte y a un ermitaño

…don Quijote los convidó a cenar aquella noche y otras dos que anduvieron juntos, y poco a poco, hasta tanto que, cerca de Ateca, les dijo a boca de noche se hospedarían en casa de mosén Valentín. [Ahora, en este párrafo, concuerda la distancia con los días de marcha.]
Reposaron la noche… y vencida la mañana… se pusieron en camino de Madrid… y pues aprieta el calor… hacia las tres o las cuatro de la tarde… podríamos irnos a sestear… A todos agradó el consejo, y así guiaron hacia allí sus pasos, y, cuando llegaron cerca de dichos árboles vieron sentados a su sombra dos canónigos del Sepulcro de Calatayud [Colegiata del Santo Sepulcro]…

En los capítulos XV hasta el XXI se relatan los cuentos del “rico desesperado” y el de “los felices amantes”; En el XXI se encuentran a Bárbara atada a un árbol y, a partir de aquí, las andanzas de don Quijote y Sancho discurren por Sigüenza, Alcalá, Madrid, terminando en el capítulo XXXVI cuando es ingresado don Quijote con los locos en la Casa del Nuncio de Toledo. Antes, a la ida, habían transcurrido por Ariza, Ateca y se supone que por Calatayud.
En el trayecto de regreso, el recorrido que realiza el Quijote de Avellaneda, desde Zaragoza hasta Toledo, las etapas y los tiempos que tarda en recorrerlas son consecuentes y ajustados a la realidad. Algo totalmente distinto sucede con el regreso del Quijote de Cervantes desde Barcelona a su aldea. Acierta éste en el primer tramo, pues desde el lugar donde fue vencido por el Caballero de la Blanca Luna hasta que a la fuerza es conducido al palacio de los duques para que presencie la pantomima de la muerte de Altisidora, transcurren siete días.
Después de pasar una noche en el palacio, y otra entre los árboles, donde simuló azotarse Sancho, “volvieron a proseguir su camino, a quien dieron fin por entonces en un lugar que tres leguas de allí estaba. Apeáronse en un mesón…, donde dijo don Quijote que iremos “para nuestra aldea que, a lo más tarde, llegaremos allá después de mañana.” (Capítulo LXXII.) Esto es totalmente imposible, pues la distancia que desde los aledaños del Ebro, donde se encuentran, hasta la aldea, en la Mancha, supera los cuatrocientos kilómetros.
“Todo aquel día, esperando la noche, estuvieron en aquel lugar y mesón”, donde acudió don Álvaro Tarfe, quien le preguntó a don Quijote:

—¿A dónde bueno camina vuesa merced, señor gentilhombre?
Y don Quijote respondió:
—A una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural; y vuesa merced, ¿Dónde camina?
—Yo , señor –respondió el caballero–, voy a Granada, que es mi patria.

Don Quijote le dice: “mi señor don Álvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza…”, y convence a don Álvaro para que reconozca que él es

…don Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos A vuesa merced suplico., por lo que debe a se caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde de este lugar, de que vuesa merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la Segunda parte, ni este Sancho Panza es aquel que vuesa merced conoció.

[…] Llegó la tarde, partiéndose de aquel lugar ya obra de media legua se apartaban dos caminos diferentes, el uno que guiaba a la aldea de don Quijote y el otro el que había de llevar a don Álvaro a Granada.

Don Quijote y Sancho pasaron aquella noche entre los mismos árboles donde simuló azotarse el escudero para desencantar a Dulcinea. Al salir el sol volvieron a proseguir el camino; “aquel día y aquella noche caminaron sin sucederles cosa digna…” “Con estos pensamientos y deseos subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron la aldea…” “Con esto bajaron la cuesta y se fueron al pueblo.”
Esta llegada a la aldea es inverosímil. Cervantes se come cuatrocientos kilómetros de una sentada. Tampoco acierta Avellaneda cuando en el capítulo XXXV dice que don Álvaro Tarfe “dentro de ocho días se volvería” a Córdoba. Es un error, pues lo lógico es que volviese a Granada, de donde había venido. La equivocación se repite en el siguiente capítulo y último “cuando tuvo aprestada su vuelta a Córdoba don Álvaro y estuvo despedido de todos…” Y después que “encomendó cuanto fue posible a los amigos graves que tenía en Toledo el mirar por aquel enfermo [a don Quijote], pues en ello harían grandísimo servicio a Dios, y a él particularmente merced. Tras lo cual [don Álvaro] dio felizmente su vuelta a su patria y a su casa.”
La conclusión que puede sacarse es la de que Cervantes parece tener prisa por concluir su historia, y no respeta los tiempos ni las distancias. También es evidente que pone buen cuidado en que su don Quijote no pise los lugares, pueblos y parajes transitados por el Quijote de Avellaneda, a pesar de dirigirse desde el mismo origen al mismo destino que vienen anunciando reiteradamente de acudir a las justas que se iban a celebrar en Zaragoza; y que a la vuelta tendrían que haber recorrido en parte.
Si se descarta la casualidad, que es muy difícil, por no decir imposible, que sea “tan casual”, este empeño en no coincidir sus personajes en ningún lugar, sólo puede tener una explicación: que Cervantes conocía el Quijote de Avellaneda cuando comenzó a escribir su QII. Y como no cabe razonablemente la posibilidad de que un escritor enfermo y con tantos problemas escriba una obra de tal envergadura en seis meses, no queda más remedio que admitir que el Príncipe de los Ingenios se informó y empapó antes de las aventuras de Avellaneda por su manuscrito.
Un Avellaneda que tenía obsesionado a Cervantes, quien bien sabía que tras de este seudónimo se ocultaba Pedro Liñán de Riaza, elogiado por él en el “Canto a Calíope” y olvidado sin motivo aparente en el “Viaje del Parnaso”, donde cita a multitud de poetas sin relieve. Avellaneda es recordado con sorna por don Quijote en sus últimos instantes al suplicar en su testamento

… a los dichos señores mis albaceas que, si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, me perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivos para escribirlos.

Y poco más adelante, en el párrafo final de la novela, Cervantes, por boca de Cide Hamete, dice a su pluma:

Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; el supo obrar y yo escribir; sólo los dos somos para uno, a despecho y a pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio,…

Sobre el vocablo “deliñada” comparto la opinión de López Navío (obra citada, nota 70 del capítulo LXXIV) cuando expone: “Ya se ha indicado otras veces, que Cervantes parece hacer un juego de palabras (adeliñar, adeliño, deliñada) lo que suenan, y [parece ser] una alusión a Liñán (purista y atildado), el supuesto Sansón Carrasco, como se ha dicho en varias ocasiones.” Y amplío y completo esta hipótesis en el artículo Sansón Carrasco: un personaje clave en el Quijote de 1615. ¿Representa en él Cervantes a Avellaneda? Anales Cervantinos, Vol XL (2008): 89–106.

A continuación, advierte el mismo Cide Hamete que:

… si acaso llegas a conocerle [al lector fingido y tordesillesco], que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote [¿podridos?, si acaba de morir], y no le quiera llevar contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja [se refiere a las aventuras proyectadas por Avellaneda al final del Quijote apócrifo], haciendo salir de la fuesa [fosa] donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los extraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión [Liñán era sacerdote], aconsejando bien a quien mal te hizo, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo de poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna.
Vale. FIN.

Estimo que tratándose de un ser de ficción, de don Quijote, es excesivo e inexacto decir “haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva.” ¿No querrá más bien referirse Cervantes a Liñán, que bien sabía él se encontraba en la situación que describe? Porque a un ser ficticio se le puede “resucitar” o no darlo por muerto, y continuar la historia.
Abona mi convicción de que Cervantes sabía que Liñán era el autor del otro Quijote lo que aquél aduce a continuación:

Y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues...

¿Por qué dice algo tan obvio? Sabe Cervantes, como escritor, que algo pudo gozar Liñán de sus escritos, del Quijote apócrifo, mientras auspiciado quizás por su íntimo amigo Lope de Vega lo componía, de prisa y corriendo, antes de morir en 1607; pero no pudo gozar de él enteramente, pues no pudo verlo publicado.


Calatayud, 20 de marzo de 2010.














[1].─ Azorín, José Martínez Ruiz: Pensando en España, Madrid, 1940. Ensayo breve, titulado ‘¿Claro como la luz?’, reproducido después en el libro Con Cervantes, Buenos Aires, 1947, Colección Austral.
[2].─ El cuerpo de este artículo está formado fundamentalmente por el Apéndice nº VI del capítulo XII de la segunda parte del libro Cervantes y Liñán de Riaza. El autor del otro Quijote atribuido a Avellaneda, que se encuentra en proceso de publicación.
[3].─ Antonio Sánchez Portero: Tres afirmaciones capitales que deberían promover la reconsideración de algunos análisis y opiniones sobre el Quijote (2007):
*Cervantes conocía el Quijote de Avellaneda antes de comenzar a escribir la segunda parte del suyo. *Cervantes sabía quien era Avellaneda. *Y, así como Avellaneda imitó y se inspiró en Cervantes, éste se inspiró e imitó a Avellaneda.
http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=25581

[4].─ Zapater, Alfonso: Don Quijote en Aragón, Zaragoza, Tipolínea S. A., 2005. Edita Ibercaja, Colección Boira, nº 47.

[5].─ El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha (Con las “Notas al Quijote” de José López Navío), edición de José Luis Pérez López: Empresa Pública Don Quijote de La Mancha, 2005, S.A. Comunidad de Castilla–La Mancha.