jueves, 7 de julio de 2011

COMUNICACIONES PRESENTADAS EN EL VIII ENCUENTRO DE ESTUDIOS BILBILITANOS (2010)

CALATAYUD
EN EL QUIJOTE APÓCRIFO
Y ÉSTE DE AVELLANEDA EN EL DE CERVANTES


Si como sospecho, el autor del Quijote apócrifo, que se oculta bajo el seudónimo de Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, es el autor y poeta Pedro Liñán de Riaza, perteneciente a una familia con profundas raíces en Calatayud y posiblemente nacido en esta ciudad bilbilitana, que es citada en el libro y por cuya comarca se desarrolla una parte de la novela, adquiere un especial protagonismo por varios motivos: Por sus indudables y reconocidas virtudes literarias; y, especialmente, porque ha servido de impulso y acicate a Cervantes para redactar la Segunda Parte de su universal Quijote. Hasta el punto que en el momento actual, mantenida por eminentes cervantistas, prevalece la opinión de que sin la aparición del Quijote apócrifo, Cervantes no hubiese escrito la continuación de 1615, que es muy superior a la Primera Parte de 1605.
También, en alguna medida, el Quijote apócrifo está relacionado con el tema de este VIII Encuentro. No es casualidad que esta novela comience así:
“El sabio Alisolán, historiador no menos moderno que verdadero, dice que, siendo expelidos los moros agarenos de Aragón, de cuya nación él descendía, entre ciertos anales de historias halló escrita en arábigo la tercera salida que hizo del lugar de Argamesilla el invicto hidalgo Don Quijote de la Mancha, para ir a unas justas que se hacían en la insigne ciudad de Zaragoza, y dice desta manera:”
Además, este episodio, importante para conseguir desvelar la identidad del autor de la narración, en el sentido de que, aunque publicada la novela en 1614, tuvo que redactarse antes de la expulsión de los moriscos en 1609, porque de haber sido escrita posteriormente a esta fecha, no cuadra que los moriscos que aparecen en ella –el melonero de Ateca y el noble D. Álvaro Tarfe–, se encuentren plenamente integrados en la sociedad en que se desenvuelven. Este dato es muy importante, porque Liñán de Riaza falleció en 1607; pero compartiendo la opinión de otros investigadores, sostengo que escribió esta novela antes de morir. En los artículos que siguen se aportan pruebas, desde distintos ángulos, a favor de que Liñán de Riaza es el autor del apócrifo, un personaje buscado desde hace casi cuatro siglos.











DESDE EL PRINCIPIO DEL QII
CERVANTES HABÍA DECIDIDO QUE DON QUIJOTE
ACABASE SUS DÍAS SIN PISAR ZARAGOZA

Antonio Sánchez Portero



Lo vaticinó Azorín en uno de sus ensayos[1], recordando que la carta sustraída era buscada en los sitios más ocultos, sin que nadie se diese cuenta de que estaba sobre la mesa, y existen muchas posibilidades de que sea cierto:

El Quijote de Avellaneda es como la carta robada de Poe. Nada hay más claro y, sin embargo nada más secreto... Al autor del Quijote contrahecho lo tenemos ante la vista y no lo ven ni los más linces.”

Son cientos de miles, quizás millones de palabras, durante más de tres siglos, las que han aflorado, desde las más prestigiosas plumas, intentando desvelar quién es Avellaneda, la bestia negra de Cervantes, uno de los más grandes escritores universales.
Y la solución la tenemos muy cerca, al alcance de la mano, sólo con que la alarguemos con lógica, sin prejuicios y algo de sentido común, y pensemos y analicemos con paciencia y espíritu detectivesco para encontrar las innumerables pistas que ambos protagonistas nos dejaron en un genial juego literario de tirar la piedra y esconder la mano.
A veces, las investigaciones, parten con el lastre de determinadas premisas que se toman por ciertas cuando, sólo con lógica, quedan desmontadas. Es el caso de dudar de la patria, Aragón, que Cervantes atribuye a Avellaneda; así como el negar sistemáticamente que el Príncipe de los Ingenios conociese a su rival. ¡Vaya si lo conocía!, y hasta fueron amigos y compañeros de academias, antes de enemistarse irreconciliablemente. Otras investigaciones se aferran a hechos no demostrados, como que Cervantes tuvo conocimiento del apócrifo cuando estaba redactando el capítulo 59 del suyo, descartando de plano que fuese antes.
Todas estas digamos hipótesis son defendidas por partidarios y detractores. Por mi parte, estoy completamente convencido –y lo he puesto de manifiesto en diversos artículos–, que Cervantes sabía muy bien quién era Avellaneda, así como que conocía su apócrifo, porque lo cita reiterada aunque veladamente en El coloquio de los perros, una de las Novelas ejemplares que se publicaron en 1613.
Son muchos y muy cualificados los investigadores que dan por bueno que Cervantes conocía el manuscrito de Avellaneda, así como que se inspiró en él para redactar su Segunda Parte[2]. Es más, casi puede afirmarse con seguridad, que no hubiese abordado esta tarea tantas veces anunciada (como la continuación de La Galatea, que no llevó a cabo) a no ser por la aparición del Quijote de Avellaneda. Este libro de su contrincante fue un revulsivo que le estimuló, impulsó y “obligó” a continuar su obra a marchas forzadas, luchando, incluso, con su muerte que, a buen seguro, intuiría no tenía muy lejos.
Pero, ¿cuándo emprendió esta tarea? Algunos investigadores opinan que Cervantes comenzó a escribir la Segunda Parte de su Quijote a partir de la publicación del de Avellaneda. Como éste vio la luz, si nos atenemos a la autorización del doctor Rafael Ortoneda del 18 de abril de 1614; y a la licencia otorgada por el doctor y canónigo Francisco de Torme y de Liori, fechada el 4 de julio de 1614, según éstos, no pudo ser antes de esta fecha.
Si tenemos en cuenta que el apócrifo se publicó “por sorpresa” en julio de 1614, muy bien pudo tardar un mes en encontrarse en las manos de Cervantes. Sería en agosto. Y como la “Aprobación” del Vicario General tiene fecha del 27 de febrero de 1615, y estaría al menos un mes en su poder la obra para poder analizarla, podremos hablar de enero. Y de agosto de 1614 a enero de 1615, si no fallan las cuentas, son seis meses. Es harto improbable que en este tiempo redactase Cervantes los 74 capítulos del QII.
Según mi opinión, pudo comenzar la Segunda Parte después de leer el libro de Avellaneda que circulaba manuscrito. En El coloquio de los perros da pruebas de que conocía este libro y le molestaba su existencia (véase nota nº 2). Tanto es así, que en el Prólogo de las Novelas ejemplares (de las que El coloquio es una de ellas), cuya dedicatoria al conde de Lemos está fechada el 13 de julio de 1613 (la tasa es de julio de 1612), en el Prólogo, anuncia que tras ellas ofrecerá los Trabajos de Persiles, pero antes: “primero verás las hazañas de don Quijote y donaires de Sancho”. Esta confesión no excluye que quizás por aquellas fechas estuviese trabajando ya en la Segunda Parte o, al menos, albergase la firme intención de llevarla a cabo inmediatamente.
Por tanto, se puede aventurar que desde 1612, o principios de 1613, en que ya había concluido “definitivamente” las Novelas, se ocupó de la continuación del Quijote. Y como el de Avellaneda no se publicó antes del 4 de julio de 1614 (fecha de su licencia), y si como opinan los comentadores, la carta que desde el palacio de los duques Sancho dirige a su mujer (QII, capítulo 36), que lleva fecha del 14 de julio de 1614, fue redactada por don Miguel en esta misma fecha, hasta que entregó la obra para su “Aprobación”, que tuvo que ser antes de febrero de 1615, dispondría de menos de ocho meses útiles para componer los restantes 38 capítulos de los 74 que contiene la obra, así como de introducir los cambios y modificaciones que algunos investigadores insinúan que realizó. Por lo que si en estos meses escribir la Segunda mitad no es tarea manca, componer en este tiempo toda la obra raya en lo imposible. Por consiguiente, cae por su peso que tuvo que comenzar a redactar la Segunda Parte mucho antes de que se publicase el apócrifo. Pero hay, además, muchos datos que llevan a creer que comenzó a redactar esta parte en las fechas anteriormente indicadas. Y creo, al igual otros muchos investigadores, que para componer estos capítulos se inspiró, remedo y utilizó materiales del Quijote de Avellaneda, pero como si no lo conociera, como si no existiese.
Este ocultamiento pudo mantenerlo hasta que se publicó el apócrifo. Entonces ya no le quedó más remedio, cuando poco más o menos estaba trabajando en el capítulo 59, que referirse ya abiertamente a este Quijote que califico de “falso”, “ficticio” y “apócrifo”. El propio Cervantes nos da la clave en su texto para ratificar la validez de mi afirmación, que se apoya en que Cervantes, en el QII, sigue la pauta marcada por él mismo al final de su Primera Parte, cuando refiere:

Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia dellas, a lo menos por escrituras auténticas; sólo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote la tercera vez que salió de su casa fue a Zaragoza, donde se halló en unas famosas justas...

Y a cumplir este propósito se encamina en su Segunda Parte, como lo expresa cada cierto tiempo:

… ; el cual le respondió que era su parecer que fuese al reino de Aragón y a la ciudad de Zaragoza, adonde de allí a pocos días se habían de hacer unas solemnísimas justas por la fiesta de San Jorge... (Capítulo IV).
…, y siguieron el camino a Zaragoza, adonde pensaban llegar a tiempo que pudiesen hallarse en unas solemnes fiestas que en aquella insigne ciudad cada año suelen hacerse. (Capítulo X).
… ¾Hasta que mi amo llegue a Zaragoza –dice Sancho– , le serviré; que después todos nos entenderemos. (Capítulo XIII).
… Don Quijote y Sancho volvieron a proseguir su camino de Zaragoza, donde los deja la historia, para dar cuenta de quien era el Caballero de los Espejos y su narigudo escudero. (Capítulo XIV).
…; donde esperaba entretener el tiempo hasta que llegase el día de las justas de Zaragoza, que era el de su derecha derrota [su recta dirección]. (Capítulo XVIII).
… Y volviendo a don Quijote de la Mancha, digo que después de haber salido de la venta determinó de ver primero las riberas del río Ebro y todos aquellos contornos, antes de entrar en la ciudad de Zaragoza, pues le daba tiempo para todo lo mucho que faltaba desde allí a las justas. (Capítulo XXVII).
... y al salir el alba, siguieron su camino buscando las riberas del famoso Ebro, donde les sucedió lo que se contará en el capítulo venidero. (Capítulo XXVIII).
…, y así, determinó de pedir licencia a los duques para partirse a Zaragoza, cuyas fiestas llegaban cerca, adonde pensaba ganar el arnés que en tales fiestas se conquista. (Capítulo LII).
…, y volviendo las riendas a Rocinante, siguiéndolo Sancho sobre el rucio, se salió del castillo, enderezando su camino a Zaragoza. (Capítulo LVII).
…; y así, digo que sustentaré dos días naturales en mitad de este camino real que va a Zaragoza, que estas señoras zagalas contrahechas… (Capítulo LVIII).

Por estos párrafos, sin lugar a dudas, vemos que reiteradamente manifiesta Cervantes su propósito de encaminar a don Quijote desde su aldea de La Mancha a las justas de Zaragoza. Una cosa es el propósito, y otra la realidad, porque muy a las claras se advierte que hay algo que no cuadra respecto al itinerario que marca a su personaje, porque la ruta por la que lo guía no es la más idónea, pues salta a la vista que, a priori, el camino más corto y con más “atractivos” para una recreación literaria, es el que discurre por Madrid, Guadalajara, Sigüenza, y continuando por el Valle del Jalón.
Es en el capítulo VIII cuando comienza la salida de don Quijote a “la gran ciudad del Toboso”, y “don Quijote se emboscó en la floresta, encinar, o selva junto al gran Toboso”, hasta el final del capítulo XX, “que siguen camino de Zaragoza”. Vienen después la aventura de la “carreta de la Muerte”, con la compañía de Angulo el Malo; la aventura con el Caballero de los Espejos” o “del Bosque”; la de “los leones”; y su estancia en “el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán”, lugar que “según algunos estudiosos señalan, bien pudo ser Socuéllanos, San Clemente o El Pedroso”, como dice Alfonso Zapater en Don Quijote en Aragón[3]. Pero al encontrarse El Pedroso en Sevilla, el lugar puede ser El Provencio, situado entre las dos localidades antes citadas. Después de ser su huésped durante cuatro días, se despidió don Quijote de don Diego de Miranda y continuó

...buscando aventuras, de quien tenía noticia que aquella tierra abundaba, donde esperaba entretener el tiempo hasta que llegase el día de las justas de Zaragoza, que era el de su derecha derrota, y que primero había de entrar en la cueva de Montesinos, de quien tantas y tan admirables cosas en aquellos contornos se contaban, sabiendo e inquiriendo así mismo el nacimiento y verdaderos manantiales de las siete lagunas llamadas comúnmente de Ruidera.

Pero antes de llegar a estos lugares, participa en “las bodas de Camacho”, en El Bonillo, ocupando esta historia hasta el capítulo XXII, donde sucede la “aventura de la cueva de Montesinos”; a la que sigue la del “titeretero Maese Pedro” por la Mancha de Aragón (situada entre Belmonte y la Sierra de Cuenca) y la “del rebuzno”, y, en el capítulo XXVII:

Esto es lo que hay que decir de Maese Pedro y de su mono. Y, volviendo a don Quijote de la Mancha, digo que después de haber salido de la venta, determinó de ver primero las riberas del río Ebro y todos aquellos contornos, antes de entrar en la ciudad de Zaragoza, pues le daba tiempo para todo el mucho que faltaba de allí hasta las justas. Con esta intención siguió su camino por el cual anduvo dos días… hasta que al tercero… [se encontraron con un escuadrón de gente del pueblo del rebuzno… Y] Por sus pasos contados y por contar, dos días después que salieron de la Alameda, llegaron don Quijote y Sancho al río Ebro…

López Navío[4], en la nota 2 del capítulo XXIX comenta: “según esto sólo tardaron cinco días en el viaje desde la venta de los títeres [en la Mancha de Aragón, en Cuenca] hasta el Ebro, un tiempo excesivamente corto para tan larga distancia.” Efectivamente, porque estos lugares están separados al menos por trescientos kilómetros.
Sigue Cervantes con la idea de llevar a don Quijote a Zaragoza; pero, por lo que vamos viendo, lo dice con la boca pequeña, siguiendo un plan preconcebido que él sólo conoce y que desvelará en el momento que crea oportuno.
Las opciones más adecuadas para recorrer esta distancia pasan por atravesar el noroeste de la provincia de Cuenca y remontar el Guadalaviar o Turia hasta Teruel y desde aquí hasta Daroca; o cruzando la Sierra de Albarracín, a la izquierda, hasta Cella y por la ribera del Jiloca, que nace en esta villa, llegar a la ciudad de los Corporales; y desde ella, bien por Calatayud o por Cariñena o por Longares o por Muel, torcer a la izquierda en perpendicular hasta llegar al Valle del Jalón y, siguiendo su curso hasta su desembocadura, parar en el Ebro (en el capítulo XXX) en las inmediaciones de Pedrosa y Alcalá de Ebro, en el dominio de los Duques, donde se sitúa la Ínsula Barataria. Y mientras tanto, nada de nada se dice de Zaragoza, hasta el comienzo del capítulo LVII cuando “don Quijote, volviendo las riendas a Rocinante, siguiéndole Sancho sobre su rucio, se salió del castillo enderezando su camino a Zaragoza.”
En el principio del capítulo LIX, manifiesta metafóricamente don Miguel –a través de don Quijote–, con excusa del atropello que le propina la manada de toros, el tremendo varapalo que ha sufrido con la publicación del apócrifo:

—Come, Sancho amigo –dijo don Quijote–; sustenta la vida que más que a mí te importa, y déjame morir a mí en manos de mis pensamientos y a fuerzas de mis desgracias. Yo, Sancho, nací para vivir muriendo, y tú para morir comiendo, y porque veo que te digo verdad en esto, considérame impreso en historias [dice “historias”, en plural; lo que se puede interpretar como que, además de su Primera Parte, conoce otra impresa: la de Avellaneda, que viene a romper sus previsiones, ya que se considera:], famoso en armas, comedido en mis acciones, respetado de príncipes, solicitado de doncellas; al cabo al cabo cuando esperaba palmas, triunfos y coronas granjeadas y merecidas por mis valerosas hazañas, me he visto esta mañana pisado acoceado y molido de los pies [no de las patas] de animales inmundos y soeces [que sepa, estos calificativos no son adecuados para toros, y sí para personas]. Esta consideración me embota los dientes, entorpece las muelas y entumece las manos y quita de todo en todo las ganas de comer, de manera que pienso dejarme morir de hambre, muerte la más cruel de las muertes.

Después de este episodio y de descansar en una pradera, Don Quijote y Sancho se hospedan en una venta y, de la forma que se expresa a continuación, se entera don Quijote de la existencia del apócrifo, y encuentra una justificación lo que le “obliga” a cambiar el itinerario que seguía:

Llegase, pues, la hora de cenar, recogiese a su estancia don Quijote, trujo el huésped la olla así como estaba, y sentase a cenar muy de propósito. Parece ser que en otro aposento que junto al de don Quijote estaba, que no le dividía más que un sutil tabique, oyó decir don Quijote:
—Por vida de vuesa merced, señor don Jerónimo, que en tanto que traen la cena leamos otro capítulo de la Segunda Parte de don Quijote de la Mancha.
Apenas oyó su nombre don Quijote, cuando se puso en pie, y con oído alerto escuchó lo del trataban, y oyó que el tal don Jerónimo referido respondió:
—¿Para qué quiere vuesa merced, señor don Juan, que leamos estos disparates si el que hubiere leído la primera parte de la historia de don Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda?
—Con todo eso –dijo don Juan–, será bien leerla, pues no hay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena. Lo que a mí en este más me desplace es que pinta a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del toboso.
Oyendo lo cual don Quijote, lleno de ira y de despecho, alzó la voz y dijo:
—Quienquiera que dijere que don Quijote de la Mancha ha olvidado ni puede olvidar a Dulcinea del Toboso yo le haré entender con armas iguales que va muy lejos de la verdad, porque la sin par Dulcinea del Toboso ni puede ser olvidada ni en don Quijote puede caber olvido. Su blasón es la firmeza, y su profesión el guardarla con suavidad y sin hacerle fuerza alguna.
—¿Quién es el que nos responde? –respondieron del otro aposento.
—¿Quién ha de ser –respondió Sancho–, sino el mismo don Quijote de la Mancha, que hará bueno cuanto ha dicho, y aun cuanto dijere? Que al buen pagador no le duelen prendas.
—Apenas hubo dicho esto Sancho cuando entraron por la puerta del aposento dos caballeros, que tales lo parecían, y uno de ellos, echando los brazos al cuello de don Quijote, le dijo:
—Ni vuestra presencia puede desmentir vuestro nombre, ni vuestro nombre puede no acreditar vuestra presencia; sin duda vos, señor, sois el verdadero don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas, como lo ha hecho el autor deste libro que aquí os entrego.
Y poniéndole un libro en las manos, que traía su compañero, le tomó don Quijote y, sin responder palabra, comenzó a hojearle…
[…] —Por lo que he oído hablar, amigo –dijo don Jerónimo–, sin duda debéis ser Sancho Panza, el escudero del señor don Quijote.
—Si soy –respondió sancho–, y me precio dello.
—Pues a fe –dijo el caballero–, que no os trata ese autor moderno con la limpieza que en vuestra persona se muestra: píntaos comedor y simple, y no nada gracioso, y muy otro del Sancho que en la primera parte de la historia de vuestro amo se describe.
—Dios se lo perdone [da por muerto a este autor moderno] –dijo Sancho–; depárame en mi rincón, sin acordarse de mí, porque quien las sabe las tañe, y bien se está San Pedro en Roma.
Los dos caballeros pidieron a don Quijote se pasase a su estancia a cenar con ellos; que bien sabían que en aquella venta no había cosas pertenecientes para su persona. Don Quijote, que siempre fue comedido, condescendió con su demanda y cenó con ellos;…
[…] —Créanme vuesas mercedes –dijo Sancho– que el Sancho y el don Quijote desa historia deben ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado; y yo, simple, gracioso, y no comedor ni borracho.
[…] En estas y otras pláticas se pasó parte de la noche, y, aunque don Juan quisiera que don Quijote leyera más del libro por ver lo que discantaba, no lo pudieron acabar con él, diciendo que el lo daba por leído y lo confirmaba por todo necio [según López Navío, obra citada, nota 76, cabría interpretar todo lo necio como “obra salida totalmente del bando de los necios”, que para Cervantes eran los partidarios de Lope], y que no quería, si acaso llegase a noticia de su autor que le había tenido en sus manos, se alegrase con pensar que le había leído, pues de las cosas obscenas y torpes los pensamientos se han de apartar, cuanto más los ojos. Preguntáronle que adonde llevaba determinado su viaje. Respondió que a Zaragoza, a hallarse en las justas del arnés, que en aquella ciudad suelen hacerse todos los años. Díjole don Juan que aquella nueva historia contaba como don Quijote, sea quien se quisiese, se había hallado en ella en una sortija, falta de invención, pobre de letras, pobrísima de libreas, aunque rica de simplicidades.
¾Por el mismo caso –respondió don Quijote– no pondré los pies en Zaragoza, y así sacaré a la plaza del mundo la mentira dese historiador moderno, y echarán de ver las gentes que yo no soy el don Quijote que el dice.

Unos pies que, por lo que se va a ver, no pensaba poner en ningún momento, pues el capítulo LX comienza así:

Era fresca la mañana, y daba muestras de serlo asimesmo el día en que don Quijote salió de la venta, informándose primero cual era el más derecho camino para ir a Barcelona sin tocar en Zaragoza: tal era el deseo que tenía de sacar mentiroso aquel nuevo historiador que tanto decían que le vituperaba.

Comparando los itinerarios seguidos por el don Quijote de Cervantes y por el de Avellaneda, observamos que éste, a diferencia de lo que hace don Miguel en el QII, va repitiendo su intención de ir a Zaragoza, pero citando los lugares por donde pasa, que son: “tras seis días llegaron a Ariza…” […] “y llegando él y Sancho cerca de Calatayud, en un lugar que llaman Ateca…”, donde estuvieron hospedados en casa de mosén Valentín. Y en el capítulo VII dice Sancho: “mi amo va a Zaragoza”, y don Quijote habla de traer “joyas de las justas”, lo que no es exacto, porque las “joyas” se ganan en las “sortijas”, y las “justas” son torneos o combates donde se demuestra la maestría en el manejo de las armas. Y al final de este capítulo, manifiesta don Quijote:

Pero ahora caminaremos para Zaragoza, que es lo que me importa; que allí verás y oirás maravillas. [Y en el primer párrafo del capítulo VIII:] Tan buena maña se dieron a caminar el buen don Quijote y Sancho que al otro día [al día siguiente] a las once, se hallaron a una milla de Zaragoza.

Esto, prácticamente, en la realidad, no puede ser, porque desde el punto de salida (Ateca) hasta Zaragoza hay unos cien kilómetros. Esta incongruencia se repite, en las mismas circunstancias en el QII cuando, desde la Mancha de Aragón, salvan don Quijote y Sancho la distancia de unos trescientos kilómetros que los separan de la ribera del Ebro en cinco días. La argucia es parecida: cien kilómetros, un día; trescientos kilómetros, cinco días. Es una evidencia más de que Cervantes remeda a Avellaneda.
Después de su estancia en el palacio de los duques, Cervantes manda a su don Quijote a Barcelona; mientras Avellaneda retiene al suyo en Zaragoza hasta el capítulo XIV, en el que, al soldado Antonio de Bracamonte y a un ermitaño

…don Quijote los convidó a cenar aquella noche y otras dos que anduvieron juntos, y poco a poco, hasta tanto que, cerca de Ateca, les dijo a boca de noche se hospedarían en casa de mosén Valentín. [Ahora, en este párrafo, concuerda la distancia con los días de marcha.]
Reposaron la noche… y vencida la mañana… se pusieron en camino de Madrid… y pues aprieta el calor… hacia las tres o las cuatro de la tarde… podríamos irnos a sestear… A todos agradó el consejo, y así guiaron hacia allí sus pasos, y, cuando llegaron cerca de dichos árboles vieron sentados a su sombra dos canónigos del Sepulcro de Calatayud [Colegiata del Santo Sepulcro]…

En los capítulos XV hasta el XXI se relatan los cuentos del “rico desesperado” y el de “los felices amantes”; En el XXI se encuentran a Bárbara atada a un árbol y, a partir de aquí, las andanzas de don Quijote y Sancho discurren por Sigüenza, Alcalá, Madrid, terminando en el capítulo XXXVI cuando es ingresado don Quijote con los locos en la Casa del Nuncio de Toledo. Antes, a la ida, habían transcurrido por Ariza, Ateca y se supone que por Calatayud.
En el trayecto de regreso, el recorrido que realiza el Quijote de Avellaneda, desde Zaragoza hasta Toledo, las etapas y los tiempos que tarda en recorrerlas son consecuentes y ajustados a la realidad. Algo totalmente distinto sucede con el regreso del Quijote de Cervantes desde Barcelona a su aldea. Acierta éste en el primer tramo, pues desde el lugar donde fue vencido por el Caballero de la Blanca Luna hasta que a la fuerza es conducido al palacio de los duques para que presencie la pantomima de la muerte de Altisidora, transcurren siete días.
Después de pasar una noche en el palacio, y otra entre los árboles, donde simuló azotarse Sancho, “volvieron a proseguir su camino, a quien dieron fin por entonces en un lugar que tres leguas de allí estaba. Apeáronse en un mesón…, donde dijo don Quijote que iremos para nuestra aldea que, a lo más tarde, llegaremos allá después de mañana.” (Capítulo LXXII.) Esto es totalmente imposible, pues la distancia que desde los aledaños del Ebro, donde se encuentran, hasta la aldea, en la Mancha, supera los cuatrocientos kilómetros.

“Todo aquel día, esperando la noche, estuvieron en aquel lugar y mesón”, donde acudió don Álvaro Tarfe, quien le preguntó a don Quijote:
—¿A dónde bueno camina vuesa merced, señor gentilhombre?
Y don Quijote respondió:
—A una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural; y vuesa merced, ¿Dónde camina?
—Yo , señor –respondió el caballero–, voy a Granada, que es mi patria.

Don Quijote le dice: “mi señor don Álvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza…”, y convence a don Álvaro para que reconozca que él es

…don Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos. A vuesa merced suplico., por lo que debe a se caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde de este lugar, de que vuesa merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la Segunda parte, ni este Sancho Panza es aquel que vuesa merced conoció.

[…] Llegó la tarde, partiéndose de aquel lugar ya obra de media legua se apartaban dos caminos diferentes, el uno que guiaba a la aldea de don Quijote y el otro el que había de llevar a don Álvaro a Granada.

Don Quijote y Sancho pasaron aquella noche entre los mismos árboles donde simuló azotarse el escudero para desencantar a Dulcinea. Al salir el sol volvieron a proseguir el camino:

…aquel día y aquella noche caminaron sin sucederles cosa digna…[…] Con estos pensamientos y deseos subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron la aldea…[…] Con esto bajaron la cuesta y se fueron al pueblo.”
Esta llegada a la aldea es inverosímil. Cervantes se come cuatrocientos kilómetros de una sentada. Tampoco acierta Avellaneda cuando en el capítulo XXXV dice que don Álvaro Tarfe “dentro de ocho días se volvería” a Córdoba. Es un error, pues lo lógico es que volviese a Granada, de donde había venido. La equivocación se repite en el siguiente capítulo y último “cuando tuvo aprestada su vuelta a Córdoba don Álvaro y estuvo despedido de todos…” Y después que
…encomendó cuanto fue posible a los amigos graves que tenía en Toledo el mirar por aquel enfermo [a don Quijote], pues en ello harían grandísimo servicio a Dios, y a él particularmente merced. Tras lo cual [don Álvaro] dio felizmente su vuelta a su patria y a su casa.

La conclusión que puede sacarse es la de que Cervantes parece tener prisa por concluir su historia, y no respeta los tiempos ni las distancias. También es evidente que pone buen cuidado en que su don Quijote no pise los lugares, pueblos y parajes transitados por el Quijote de Avellaneda, a pesar de dirigirse desde el mismo origen al mismo destino que vienen anunciando reiteradamente de acudir a las justas que se iban a celebrar en Zaragoza; y que a la vuelta tendrían que haber recorrido en parte.
Si se descarta la casualidad, que es muy difícil, por no decir imposible, que sea “tan casual”, este empeño en no coincidir sus personajes en ningún lugar, sólo puede tener una explicación: que Cervantes conocía el Quijote de Avellaneda cuando comenzó a escribir su QII. Y como no cabe razonablemente la posibilidad de que un escritor enfermo y con tantos problemas escriba una obra de tal envergadura en seis meses, desde que se publicó el apócrifo en julio de 1614 hasta febrero de 1615, no queda más remedio que admitir que el Príncipe de los Ingenios se informó y empapó antes de las aventuras de Avellaneda por su manuscrito. Un Avellaneda que tenía obsesionado a Cervantes, quien bien sabía que tras de este seudónimo se ocultaba Pedro Liñán de Riaza, elogiado por él en el “Canto a Calíope” y olvidado sin motivo aparente en el “Viaje del Parnaso”, donde cita a multitud de poetas sin relieve.





CON PLUMA “DELIÑADA”, CERVANTES DESCUBRE
LA IDENTIDAD DE AVELLANEDA

Antonio Sánchez Portero



Sostengo la hipótesis de que Avellaneda, el tan buscado autor del Quijote apócrifo, es el aragonés Pedro Liñán de Riaza. Consigné mi sospecha, a modo de acta notarial, en Segunda noticia y antología de poetas bilbilitanos (2005), donde al final del capítulo dedicado a Liñán, en “Apéndice sobre el Quijote de Avellaneda”, expongo mi deseo de iniciar a fondo la investigación sobre este asunto en cuanto esté publicada esta Antología. Es lo que hice, con el resultado, hasta el momento actual, de un libro y de un buen número de artículos publicados en Internet, en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, en Lemir, Tonos y Anales cervantinos[5].
Mi primera inquietud sobre esta cuestión se remonta a 1961, cuando adquirí “El Quijote” de Alonso Fernández de Avellaneda, el nº 28 de la “Colección Crisol”, de Aguilar. En la “Nota preliminar”, firmada por F.S.R. (¿Federico Sainz de Robles?), entre los nombres que cita como posibles autores de esta obra, figura: “¡Que era Pedro Liñán de Riera!” Luego supe que este segundo apellido era “Riaza”, y que al ser este personaje un poeta aragonés, de Calatayud, y tener que ocuparme de él en mis Antologías[6], el paisanaje compartido me ha abierto muchas puertas y facilitado el acceso a numerosas pistas vedadas a otros investigadores.
Estas circunstancias específicas se han convertido en una clave que me ha permitido descifrar muchos pasajes y contemplar posibilidades y relaciones difíciles de alcanzar sin la ayuda de esta “llave”. Y en determinado momento, que no puedo precisar, convencido o predispuesto por numerosos indicios a creer que Liñán de Riaza era el autor tan buscado, se me encendió una luz, una más, al leer los siguientes párrafos de Cervantes con los que finaliza la Segunda Parte de su obra cumbre:

Y el prudentísimo Cide Hamete, dijo a su pluma:
¾Aquí quedarás colgada desta espetera y deste hilo de alambre, no sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos o malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero antes que a ti lleguen, les puedes advertir y decirles en el mejor modo que pudieres:

¡Tate, tate, folloncicos!
De ninguno sea tocada
porque esta empresa, buen rey,
para mí estaba guardada.

Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; el supo obrar y yo escribir; sólo los dos somos para uno, a despecho y a pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada[7] las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio.

Como “deliñada” equivale a “aliñada”, “compuesta”, “aderezada”. Lo de “pluma grosera”, pase; pero no es lógico que la pluma esté “mal deliñada”, o sea, esté “mal compuesta” o “ mal aderezada”; pues no debe importar que la pluma sea imperfecta, lo trascendente de verdad es la escritura que realiza o sale de ella. Al usar Cervantes este vocablo, forzando, a mi modo de ver su exacto sentido, ¿no será porque desea citar sutilmente, de alguna manera a su enemigo Liñán, para dejar constancia de que lo ha descubierto? Pero no sólo éste vocablo “deliñada”, sino otros de la misma familia, y derivados de “delinear”, en menor medida, como veremos más adelante, son capitales para certificar la validez de la hipótesis que estoy desarrollando.
No sé exactamente de qué aves se empleaban sus plumas para escribir. Supongo que de las que las proporcionara de un tamaño adecuado. Seguro que no las de gorrión, y menos las de avestruz, ave que llega a alcanzar hasta dos metros de altura, y sus plumas, por el tamaño eran inadecuadas para escribir. ¿Acaso Cervantes, al escoger el ave, pensó en las características del animal? Seguro que sí, ya que don Miguel no acostumbraba a dar puntada sin hilo. Si la paloma sugiere paz; el halcón, velocidad; el águila, agudeza; la gallina, cobardía; el pato, torpeza, etcétera. Al escoger la pluma de avestruz, un ave que en determinadas circunstancias oculta la cabeza, “se esconde”, está pensando, sin duda, en Avellaneda, quien “no osa en salir a campo abierto”, y al calificar la pluma de “grosera y mal deliñada”; de que a Avellaneda le está poniendo su verdadero apellido.
A continuación de la cita anterior del texto de Cervantes, el párrafo que sigue, que es el último del libro, dice:

A quien advertirás [al lector fingido y tordesillesco], si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote [¿podridos?, si acaba de morir], y no le quiera llevar contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja [se refiere a las aventuras proyectadas por Avellaneda al final del Quijote apócrifo], haciendo salir de la fuesa [fosa] donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los extraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión [Liñán era sacerdote], aconsejando bien a quien mal te hizo, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo de poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna.
Vale. FIN.

Estimo que tratándose de un ser de ficción, de don Quijote, es excesivo e inexacto decir “haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva.” ¿No querrá más bien referirse Cervantes a Liñán, que bien sabía él se encontraba en la situación que describe? Porque a un ser ficticio se le puede “resucitar” o no darlo por muerto, y continuar la historia.
Abona mi convicción de que Cervantes sabía que Liñán era el autor del otro Quijote lo que aquél aduce a continuación: “Y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba...”
¿Por qué dice algo tan obvio? Sabe, como escritor, que algo pudo gozar Liñán de sus escritos mientras los componía, pero no enteramente, pues no pudo verlos publicados.
Son también muy importantes los párrafos de Cervantes anteriores a los transcritos, cuando Alonso Quijano el Bueno, en el lecho cuando está ya cerca su fin, “nombra por albaceas al señor cura y al señor bachiller Sansón Carrasco, que están presentes”. Y en el testamento les suplica que:

Si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha[8], de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, me perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivos para escribirlos.

En nota a este párrafo, López Navío, expone:

Advierte Clemencín que aquí, por boca de un moribundo restituido a la razón y naturalmente discreto vuelve [Cervantes] a zaherir al falso Avellaneda, y que lo hace “con mucha gracia y sin el acaloramiento de otras veces”. Lo hace con gran ironía, y más si el autor fue el bachiller Sansón (Liñán) ya muerto hacía varios años, y por eso dice “si la suerte les trujere a conocer al autor”, y con socarrona ironía pide perdón al autor de haber sido la ocasión de “tan grandes disparates como en ella escribe”.

El protagonismo de Sansón Carrasco[9] se pone de manifiesto, una vez más, cuando:

Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de la sepultura, aunque Sansón Carrasco puso éste:

Yace aquí el hidalgo fuerte
que a tanto extremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espanto y el coco
del mundo, en tal coyuntura
que acreditó su ventura
morir cuerdo, y vivir loco.

En la nota 61 del último capítulo del Q. II (ed. de Pérez López), comenta López Navío este epitafio:

Yace aquí: “Este epitafio carece de chiste si es de burla, y no es bastante claro si es de veras. De todos modos está muy lejos de corresponder al lugar que ocupa y al objeto que se dirige; y la inscripción puesta sobre el sepulcro de don Quijote debiera ser otra cosa. La dicción es rastrera, los versos desmayados, como casi todos los de Cervantes, y en cuanto a los conceptos, el de la primera quintilla peca de alambicado y falso, y el de la segunda por oscuro. Es desagradable por cierto ver deslucido el final de esta admirable fábula con un insulso epigrama.” (Clemencín) Tiene razón el ilustre comentador, pero lo primero que hay que aclarar es si los versos son de Cervantes, o cita a otro autor o lo remeda, hilvanando sus versos en esta poesía. Ya nos dice que el epitafio lo hizo Sansón Carrasco (Liñán, como se ha indicado varias veces), y aunque Liñán tiene mejores versos, se puede admitir que Cervantes lo remeda, copiándole los conceptos y muchos giros. Lo malo es que de Liñán conocemos muy poco; casi toda la producción se ha perdido, y es muy difícil, por ende, hacer un estudio comparativo.

Pero hay algo más. Algunas palabras o párrafos del Coloquio de los perros: “… los unos y los otros no salen de los bodegones ni tabernas en todo el año, por do me doy a entender que de la otra parte que la de sus oficios sale la corriente de sus borracheras…”, las referencias peyorativas a los “romancistas” y a los “poetas”; o ya, posteriormente, del Q. II, el que a “los tales trovadores los debían desterrar a las islas de los lagartos”, el “que cuando prometen el fénix [posible referencia a Lope] de Arabia, la corona de Ariadna, el cabello del sol, del sur las perlas, de Tébar el oro y de Pancaya el bálsamo”, y “que se había de desterrar los poetas, a lo menos los lascivos, …”, entre otros párrafos, sin olvidar la “envidia”, citada reiteradamente –términos en los que aprecio alusiones a Liñán y a Lope–, creo que están interrelacionados con los tercetos del Viaje del Parnaso que, subrayando las partes implicadas, intercalando algunas observaciones, transcribo:

“¡Oh Adán de los poetas, oh Cervantes!
¿Qué alforjas y qué traje es éste, amigo,
que así muestra discursos ignorantes?”
Yo, respondiendo a su demanda, digo:
“Señor: voy al Parnaso, y, como pobre,
con este aliño[10] mi jornada sigo”.
Y él a mí dijo: “¡Oh sobrehumano y sobre
espíritu cilenio levantado,
toda abundancia y todo honor te sobre!
Que, en fin, has respondido a ser soldado
antiguo y valeroso, cual lo muestra
la mano de que estás estropeado.
Bien sé que en la naval dura palestra
perdiste el movimiento de la mano
izquierda, para gloria de la diestra;
y sé que aquel instinto sobrehumano
que de raro inventor tu pecho encierra
no te le ha dado el padre Apolo en vano.
Tus obras los rincones de la tierra,
llevándolas en grupa Rocinante,
descubren y a la envidia mueven guerra.
Pasa, raro inventor, pasa adelante
con tu sotil disinio, y presta ayuda
a Apolo, que la tuya es importante,
antes que el escuadrón vulgar acuda
de mas de veinte mil sietemesinos
poetas que de serlo están en duda.
Llenas van las sendas y caminos
desta canalla inútil contra el monte,
que aun de estar a su sombra no son dignos.”

[…] las ballesteras eran de ensalada
de glosas, todas hechas a la boda
de la que se llamó malmaridada;
era la chusma de romances toda,
gente atrevida, empero necesaria,
pues a todas acciones se acomoda;
[Viaje del Parnaso, capítulo primero]

[…] “Esta que es la Poesía verdadera,
la grave, la discreta, la elegante”,
dijo Mercurio, “la alta y la sincera,
siempre con vestido rozagante
se muestra en cualquier acto que se halla,
cuanto a su profesión es importante.
Nunca se inclina o sirve a la canalla
trovadora, maligna y trafalmeja,
que en lo que más ignora menos calla.
Hay otra falsa, ansiosa, torpe y vieja,
amiga de sonaja y morteruelo,
que ni tabanco ni taberna deja;
no alza dos ni aún un coto del suelo,
grande amiga de bodas y bautizos,
[acaso se refiere a la “afición de Lope” por “casarse” y tener hijos]
larga de manos, corta de cerbelo.
Tómanla por momentos parasismos;
no acierta a pronunciar, y si pronuncia
absurdos hace y forma solecismos.
Baco, donde ella está, su gusto anuncia,
y ella derrama en coplas y en poleo,
con pa y pereda, y el maestranzo y juncia.
[…]puede pintar en la mitad del día
la noche, y en la noche más oscura
el alba bella que las perlas cría;
el curso de los ríos apresura,
y le detiene; el pecho a furia incita
y le reduce luego a más blandura;
por mitad del rigor se precipita
de las lucientes armas contrapuestas,
y da victorias y victorias quita.
Verás como le prestan las florestas
sus sombras, y sus cantos los pastores,
el mal sus lutos y el placer sus fiestas,
perlas el sur, Sabea sus olores,
el oro Tíbar, Hibla su dulzura,
galas Milán y Lusitania amores.[11]

[…] En esto estaba, cuando por las bellas
ventanas de jazmines y de rosas
(que Amor estaba, a lo que entiendo en ellas),
divisé seis personas religiosas,
al parecer de honroso y grave aspecto,
[Este verso me trae a la memoria “el grave eclesiástico” que recibe a los duques, y al que pone don Quijote de chupa de dómine en el Q. II, cáp. XXXI]
de luengas togas, limpias y pomposas.
Preguntéle a Mercurio: “¿Por qué efecto
aquellos no parecen y se encubren,
y muestran ser personas de respecto?”
A lo que él respondió: “No se descubren,
por guardar el decoro al alto estado
que tienen, y así el rostro todos cubren”
“¿Qienes son”, le repliqué, “si es que te es dado
decirlo?” Respondióme: “No por cierto
porque Apolo lo tiene así mandado”.
“¿No son poetas?” “Sí”. Pues yo no acierto
a pensar por qué causan desprecian
de salir con su ingenio a campo abierto.
¿Para qué se embobecen y se anecian,
escondiendo el talento que da el cielo
a los que más de ser suyos se precian?
¡Aquí el rey! ¿Qué es esto? ¿Qué recelo
o celo les impele a no mostrarse
sin miedo ante la turba del vil suelo?
[Viaje del Parnaso, capítulo cuarto.]

En estos conceptos, creo sale a relucir la ambigüedad de Cervantes, que he detectado en diversos pasajes y puesto de manifiesto, lo mismo que los motivos por los que no desvela a quienes se “encubren” y “no se descubren”, pareciendo que se refiere a quitarse o ponerse el cubrecabezas: pero lo que se cubren es el rostro. ¿Y quiénes son éstos? Son “personas religiosas, poetas” (sacerdotes y poetas eran Liñán, Lope de Vega y Fray Luis de Aliaga), que se “embobecen” (Lope, autor de “La dama boba”), que se “anecian” (“Para Cervantes, los discretos, son los cultos, los partidarios de la antigua comedia; los necios son los del bando opuesto, los partidarios de la comedia nueva, Lope y sus discípulos. Pero la escuela vieja quedó derrotada, y con el triunfo de la nueva comedia, los papeles se cambiaron y discreto vino a ser sinónimo de lopistas…” Notas al Quijote, de López Navío: nº 10 del cáp. XLVIII del Q. I.), y que “no se atreven a salir con su ingenio a campo abierto”: Cervantes le reprocha a Avellaneda en el Prólogo del Q. II que “no osa aparecer a campo abierto, … encubriendo su nombre…”
Y me llama poderosamente la atención el último verso trascrito: “¿Qué recelo / o celo les impele a no mostrarse / sin miedo ante la turba vil del suelo?” (“turba” puede ser “residuos vegetales de aspecto terroso” o “muchedumbre de gente confusa y desordenada”), ¿no estará manifestando Cervantes que ese “recelo” puede ser a no mostrarse ante la tumba–suelo, descomposición, vil, tierra, estiércol– donde reposa el cadáver del autor al que se encubre?
Es razonable suponer, máxime si se tienen en cuenta otras muchas “coincidencias”, que Cervantes señala a quienes sabe que se han confabulado para gastarle la mala pasada de publicar el “falso” Quijote, y lo hace, con esa ambigüedad característica suya, con objeto de que se enteren sus “enemigos” de que los ha descubierto, pero sin desvelar sus nombres por varios motivos, entre ellos, el de no inmortalizar a Liñán y por temor a Lope y a Aliaga, como ya he apuntado[12].

El final de la “Adjunta” del Viaje del Parnaso es el siguiente:

[…] Entre los poetas que aquí vinieron con el señor Pancracio Roncesvalles, se quejaron algunos de que no iban en la lista de los que Mercurio llevó a España y que así, vuesa merced no los había puesto en viaje. Yo les dije que la culpa era mía y no de vuesa merced; pero que el remedio de este daño estaba en que procurasen ellos ser famosos por sus obras, que ellas mismas les darían fama, sin andar mendigando alabanzas ajenas.

Creo leer entre líneas, que la culpa de que no figure en la lista algún poeta es de Cervantes, por ejemplo Liñán, quien, si mi hipótesis es acertada, procuró “alcanzar fama y renombre” con una obra “no suya”, con la continuación del Quijote. (Esta significativa ausencia la advirtió Bonilla y San Martín, como veremos en seguida).

[…] Si vuesa merced encontrase por allá algún tránsfuga de los veinte que se pasaron al bando contrario, no les diga nada, ni los aflija, que harta mala ventura tienen, pues son como demonios, que se llevan la pena y la confusión ellos mismos.
[…] Y con esto nuestro Señor guarde a vuesa merced como puede y yo deseo.
Del Parnaso, a 22 de julio, el día que me calzo las espuelas para subirme sobre la Canícula, 1614.

En acabando la carta, vi que en un papel aparte venía escrito:
Privilegios, ordenanzas y advertencias que Apolo envía a los poetas españoles

[Entre estos privilegios]: “Es el primero que algunos poetas sean conocidos tanto por el desaliño de sus personas como por la fama de sus versos.
[…] Ítem, que el más pobre poeta del mundo, como no sea de los Adanes y Matusalenes, pueda decir que es enamorado, aunque no lo esté, y poner el nombre a su dama como más le viniere a cuento: Amarili, ora Anarda, ora Clori, ora Filis, ora Filida, o ya Juana Téllez, o como más gustare, sin que desto se le pueda pedir ni pida razón alguna.

Nos encontramos una vez más con “desaliño”. Recuerdo también que los nombres en cursiva están relacionados con Lope de Vega, y “Anarda” con un poema del Quijote de Avellaneda-Liñán. Y ya casi al final de la “Adjunta”:

Ítem, se advierte que no ha de ser tenido por ladrón el poeta que hurtare algún verso ajeno y le encajare entre los suyos, como no sea todo el concepto y toda la copla entera, que en tal caso tan ladrón es como Caco.

Seguro que para Cervantes “toda la copla entera” es el otro Quijote, y Avellaneda-Liñán, “el escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero…”, “tan ladrón es como Caco”.

¿Se acordará Cervantes acaso de Liñán cuando, en El coloquio de los perros, pone en boca de Berganza:

... Hay algunos romancistas [que hablan romance, no latín, y también autores de romances. Lo son Lope y Liñán] que en las conversaciones disparan de cuando en cuando algún latín breve y compendioso, dando a entender a los que no lo entienden que son grandes latinos y apenas saben declinar ni conjugar un verbo. […]
CIPIÓN.¾ Pues otra cosa puedes advertir, y es que hay algunos, que no les excusa el ser latinos para ser asnos. […]
—Y continúa BERGANZA: Así es, porque también se puede decir una necedad en latín como en romance, y yo no he visto letrados tontos, y gramáticos pesados, y romancistas vareteados [en uno de sus romances incluye Liñán el verso “hidalgos vareteados”. “Vareteado” es un adjetivo formado de “vareta”, palito delgado que untado con liga sirve para cazar pájaros; también se llama así a las listas de diferente color en un tejido] con sus listas [¿listas, líneas, Liñán?] de latín, que con mucha facilidad pueden enfadar al mundo; no una sino muchas veces.

Han contemplado la posibilidad de que Avellaneda sea Liñán de Riaza, Adolfo Bonilla y San Martín, José López Navío y José Luis Pérez López. El primero[13], declara:

Tengo indicios (nada más que indicios) de que Pedro Liñán de Riaza sea el supuesto Avellaneda. Desde luego es circunstancia que sorprende la de que Cervantes, en el “Canto de Calíope”, dedique una pomposa octava a ensalzar “de Pedro Liñán la sutil pluma / de todo el bien de Apolo cifra y suma”; y, sin embargo, en el Viaje del Parnaso (1614) no menciona siquiera el raro y dulce ingenio que celebra Lope en el Laurel, alabando como alaba a tanto mediocre versificador. Este detalle es de llamar la atención. [...] Es también algo chocante la relación que Salas Barbadillo, en Las Coronas del Parnaso y Platos de las Musas (1635), establece entre Cervantes y Liñán: “Y más cuando supieron que había señalado aquella mañana para la audiencia de D. Rodrigo Alfonso, que vino apadrinado de los ingeniosísimos varones Miguel de Cervantes y Pedro Liñán.” [...]

Corroborando esta apreciación Manuel Muñoz Cortés, En la Revista de Estudios Filológicos (2005, nº 10), expone que:

Existe un grupo poético con el que Cervantes tuvo mucho trato literario y buena amistad: el que formaban Gabriel López Maldonado, que publicó su cancionero en 1586, Pedro Liñán de Riaza y Pedro Padilla, cuyo Tesoro de varia poesía (1580) se daba en el Quijote.

Por su parte, antes de 1950, López Navío ( obra citada, Q. II, capítulo LIX) había expresado su opinión en sus notas sobre el autor del apócrifo. Y en una de ellas dice concretamente:

50.─ El autor: ¡Cuántas conjeturas para descifrar el enigma que encubre el pseudónimo Alonso Fernández de Avellaneda! Lástima que Cervantes no levantase más el velo. No hay duda de que salió del bando de “los discretos”, los partidarios de Lope de Vega … Bonilla y San Martín ya sostuvo que el autor del falso Quijote fue Liñán y que es aludido en el bachiller Sansón Carrasco. Lo malo es que lo indica de pasada en las notas a la Historia de la Literatura Española de F.- Kelly sin aducir pruebas concretas, sin ampliar luego esas notas en un estudio completo. R. Marín no admite esta teoría, por haber muerto Liñán en 1607. Pero esto que a D. Francisco le parece una dificultad insoluble, me parece a mí que fortalece la opinión. Liñán tendría escrito el falso Quijote, o lo principal por lo menos, antes de morir, y luego Lope y sus amigos completaron la obra y la publicaron al enterarse de que Cervantes estaba escribiendo la Segunda parte y en ella aún atacaba más a Lope y a sus amigos. Es irracional e incomprensible que Lope tardase diez años en contestar a las finas sátiras cervantinas llenas de alusiones personales, y en las que hacía ostentación de sinónimos voluntarios (esto es lo que más le duele a Avellaneda y así lo dice en su Prólogo); lo lógico y natural es que el bando de los discretos, los amigos de Lope, salieran a la palestra acabado de publicar el Quijote y no esperar tanto tiempo para la réplica. Liñán escribió la obra, pero a su muerte quedaría incompleta, y sus amigos, Lope sobre todo, no quisieron publicarla para acallar los rumores y comentarios desfavorables que corrían entre el público y que una polémica no habría hecho más que ampliarlos y perjudicar a la misma causa. Dejaron dormir la obra de Liñán …, … pero al enterarse de lo adelantada que llevaba Cervantes la segunda parte de su Quijote… , … se lanzaron al ataque manifiesto y rudo, publicando y dando los últimos toques a la obra de Liñán [sic. Más adecuado sería decir: “dando los últimos toques y publicando”] Lope no quiso aparecer en la lucha, pero lanzó a sus amigos a la arena, colaborando él en privado, …

Me gustaría puntualizar algunos términos de esta nota, con los que no estoy de acuerdo. Para mí, que Liñán concluyó la obra y quedó a falta sólo de algún retoque o inclusión de determinados datos a que la sometieron posteriormente para “actualizarla” y así mejor disimular. Y no creo que el motivo de la publicación fue porque Cervantes llevaba muy avanzada la Segunda Parte, sino porque éste anunció en el “Prólogo” de las Novelas ejemplares que iba a realizarla –ya que sostengo que Cervantes conocía el Quijote de Avellaneda antes de comenzar a escribir la segunda parte del suyo, y decidieron anticipársele.

Sobre este punto, Pérez López, afirma:

… que el “aragonés” Pedro Liñán de Riaza (Riselo) fue el autor –siempre de acuerdo y en colaboración con su íntimo amigo Lope de Vega (Belardo)– de una primera versión de lo que luego llegó a ser el llamado Don Quijote apócrifo de Avellaneda, publicado en 1614, el cual Liñán empezaría a escribir en 1605 (o quizá ya en 1604), inmediatamente después de la publicación del Quijote cervantino. [Y añade:]… que la obra se escribió para responder a las burlas, sátiras e impugnaciones de Cervantes hacia Lope de Vega, el propio Liñán y otros escritores del entorno de éstos. [Y continúa:] Liñán de Riaza falleció en 1607 y dejó su Don Quijote inacabado, pero trazado en sus principales líneas estructurales. En el tiempo inmediato a su publicación en 1614 la obra fue añadida, quizá enmendada, y acabada por el propio Lope de Vega –sin duda espoleado por las burlas a que Cervantes le sometió de nuevo en el prólogo de las “Novelas ejemplares” de 1613– y [por] sus secuaces. [Y aclara:] El quijote de Avellaneda no es obra de oscuros escritores de segunda fina (Aliagas, Lambertos o Pasamontes), sino el producto de dos grandes escritores dominadores de todos los recursos del oficio cómico y burlesco; Pedro Liñán de Riaza y Lope de Vega.

Cabe la posibilidad de que haya alguien más que sospeche de Liñán como autor del apócrifo; pero me atrevo a decir que un servidor es quien con mayor cantidad de argumentos y más numerosas aportaciones ha desarrollado esta hipótesis. Y a las reseñadas al final de este artículo, añado aquí una nueva, basada, principalmente, en el empleo por Cervantes de los vocablos que he trascrito en su contexto, y que, por el orden en que han aparecido, son: “deliñada”; y “desaliño” y “aliño”, del Viaje del Parnaso. A los que se unen los utilizados también por Cervantes en su Segunda Parte; “desaliñase a Rocinante” (cáp. XII), “adeliñado con la jaspeada toalla” (cáp. XXXII), “dijo el duque a Sancho que se adeliñase” (cáp. LXII), “y cuando vio [don Quijote] su adeliño” (cáp. XLVIII), “y viéndole no tan bien adeliñado” (cáp. LXXIII).
Así, a vuela pluma, o a simple vista, parece que la cosa no tiene importancia; pero la tiene y en grado superlativo.
Antes de seguir adelante, conviene recordar cómo define la Real Academia la palabra “deliñar”, y otras que siguen:
DELIÑAR: Aliñar, componer, aderezar.
ALIÑAR: Aderezar, componer, adornar. 2) Condimentar. 3) Aderezar, preparar. 4) Aderezar, mezclar bebidas. 5) Gobernar, administrar.
ADEREZAR: Componer, adornar, hermosear. 2) Guisar, condimentar o sazonar los alimentos. 3) Disponer, preparar una casa, un cuarto, una estancia. 4) Remendar, componer una cosa. 5) Componer con ciertos ingredientes algunas bebidas, como vinos o licores.
Hay otra palabra en juego, DELINEAR: Trazar las líneas de una figura.
Salta a la vista, que los significados de “deliñar” y “aliñar” son comunes y se complementan; y puede decirse que estos vocablos sirven para precisar y abarcar perfectamente todas las muchas definiciones atribuidas a “aderezar”. O sea, que los primeros pueden sustituir con precisión y propiedad, en casi todos los casos, al segundo, y viceversa.
El paso siguiente es constatar que Cervantes, en la Primera Parte del Quijote sólo utiliza derivados de “aderezar”, que son los siguientes: aderezólas (1), aderezaron (2), aderezadas (3), aderezare (1), aderezado (1), aderezada (3), aderezasen (2), aderezo (2), aderezarles (1), aderezaban (1), aderezas (1), aderezando (1), en total 19.
En la segunda parte, hay una novedad. Aparte de seguir usando derivados de “aderezar”, los siguientes: aderezada (4) aderezo (3), aderezar (1), aderezó (1) aderezado (3), aderezándose (1), y aderézame (1), total 14, emplea derivados de “deliñar”, que son los citados anteriormente, en total 8. A los que hay que añadir, en esta Segunda Parte (ninguno en la Primera) el vocablo “delinear” y algunos derivados como “delineado”, “delineadas”, “delinease”.
Como no creo en las casualidades, para mí, el uso de estos vocablos en una y otra Partes, tiene un significado meridianamente claro, que expondré después de realizar una afirmación que estimo de capital importancia.
Cualquiera que tenga un poco de paciencia y de curiosidad puede comprobar que Cervantes no utiliza nunca vocablos derivados de “deliñar” hasta que no detecta la aparición en escena de Avellaneda (a quien según mi opinión relaciona con Liñán), bien de forma velada, en el manuscrito del apócrifo, o a la vista, cuando éste se publica. Sin embargo, emplea derivados de “aderezar”. Veamos[14]:
La Galatea (1585): “y, trayendo suficiente aderezo, hizo una sepultura” (fol.11-r); “repulía sus rústicos aderezos para mostrarse galán a los ojos de alguna querida pastorcilla” (fol. 133-v); y “No salió bien aderezada su esposa Silveria” (fol. 141-r).
El amante liberal: “un poderoso caballo ricamente aderezado, y,” (fol. 47-v); “vestida en hábito berberisco, tan bien aderezada y compuesta” (fol. 48-r); “que en aderezarse llevan ventaja todas las aficanas” (fol. 48-r); “ella venía rica y gallardamente aderezada” (fol. 48-r) “recibióla tan bien la moza por verla tan bien aderezada y tan hermosa Mahamut” (fol. 52-r); y “dentro de veinte días aderezo un bergantín” (fol. 59-r).
El celoso extremeño: “, acomodándose con el almirante della, aderezó su matolaje y su mortaja” (fol. 138-r); “juntóse con su esposa hasta tenerla puesta casa aparte, la cual aderezó” (fol. 104-r); “y teniéndolo todo así aderezado y compuesto para la provisión de un año” (fol. 140-v).
En Rinconete y Cortadillo, El licenciado Vidriera y La española inglesa, no hay ninguna palabra de las indicadas.
La fuerza de la sangre: “Rodolfo llegó, y, en tanto se aderezaba la cena” (fol. 134-r).
La Gitanilla: “y, aunque todas iban limpias y bien aderezadas, el aseo de Preciosa era tal” (fol. 1-v); “llegó un paje muy bien aderezado a Preciosa y dándole un papel” (fol. 5-v); “Y vio en una sala muy bien aderezada y muy fresca” (fol. 6-r); y, “mancebo gallardo y ricamente aderezado de camino” (fol. 10-v).
La ilustre fregona: “superintendente de las camas y aderezo de los aposentos” (fol. 164-r); “que guisaban y aderezaban lo que los huéspedes traían de fuera” (fol. 164-r); y “con una rica cama y con aderezos de cocina”.
La señora Cornelia: “al niño, y mudarle las mantillas de ricas en pobre, y, ya que lo tuvo todo aderezado, quiso llevarla en casa de su partera” (fol. 217-r); “retiróse a aderezar y componer al niño” (fol. 229-v); “y lleno de admiración, preguntó al cura cuyo era aquella criatura que en su adorno y aderezo parecía hijo” (fol. 230-r), y “no se había hallado presente en el grave caso por estar ocupada aderezando la comida” (fol. 230-v).
Las dos doncellas: “y la huéspeda a aderezar algo de comer” (fol. 190-v).
El casamiento engañoso: “hallé una casa muy bien aderezada y una mujer de hasta treinta años” (fol. 234-r). Al final de la novela, el Alférez, entrega al Licenciado un cartapacio que contiene la novela de El coloquio de los perros.
El coloquio de los perros: “en un machuelo [animal de carga] aún no bien aderezado” (fol. 248-r); “otro mancebo, galán bien aderezado” (fol. 269-r). Pero en esta novela aparece en dos ocasiones una palabra que nos recuerda a Liñán: “en las tajuelas y socaliñas [ardid, artificio] que hacen en las reses muertas” (fol. 242-v); y “en veinte años queda libre de socaliñas y desempeñado” (fol.272-v); algo que no me extraña, e incluso refuerza mi hipótesis de que Cervantes conocía el Quijote apócrifo antes de ser publicado[15].
En el Viaje del Parnaso, cuya Licencia es de septiembre y la Tasa de noviembre de 1614, pero escrito antes de que apareciese el Quijote de Avellaneda unos meses antes, hemos visto que utiliza “con este aliño mi jornada sigo” (fol. 5-r); y, en el Primer privilegio de la “Adjunta”: “tanto por el desliño de sus personas” (fol. 77-v). En cuanto a “aderezar” y sus derivados, sólo he encontrado, en el capítulo séptimo: “Urania de tal modo lo adereza” (fol. 64-v).
En el resto de sus obras publicadas posteriormente al apócrifo, sigue siendo muy significativo que no aparezca ninguna palabra derivada de “deliñar”. Sin embargo, de la familia de “aderezar” hemos encontrado en los Ocho Entremeses las siguientes: El juez de los divorcios: aderezado. El vizcaíno fingido: aderezara y aderezar. La elección de los alcaldes de Draganzo: aderezan y aderezadas. Y ninguna en El retablo de las maravillas, El rufián viudo, El viejo celoso, La cueva de Salamanca y La guarda cuidadosa.
En las Ocho Comedias el resultado es el que sigue: El laberinto del amor: adereza. El rufián dichoso: aderezada; y la excepción, “aliño”, viene forzada por exigencias de la rima: “Mi señora doña Ana de Treviño/ estando ya cerca de la partida/del otro mundo, pobre es el aliño/que veo en esta amarga despedida.”; lo que refuerza mi teoría de que Cervantes no olvida que existen estas palabras; pero que sólo las utiliza cuando le interesa por algún motivo específico. Los baños de Argel: aderezada y aderezar. La gran sultana: adereza. Y ningún derivado de “deliñar” tampoco, ni de “aderezar” en: La casa de los celos, La entretenida y Pedro de Urdemalas.
Por último, en Los trabajos de Persiles y Sigismunda, no se encuentra ninguno de los vocablos “aliño”, “desaliñar”, “aliñar”, “delinear”, “socaliñar” y similares; pero derivados de “aderezar”, los siguientes: aderezasen (2), aderezo (2), aderezado (3), aderezada (4), aderezadas (2), aderezar (2), y en una ocasión aderezarle, aderezase, aderezarme, aderezando, aderezóse y aderezos.

Los resultados de la búsqueda de estos vocablos en toda la obra de Cervantes no pueden ser más significativos, trascendentes y reveladores. En mayor o menor cantidad utiliza siempre Cervantes derivados de “aderezar”, desde su primera obra La Galatea hasta la póstuma Los trabajos de Persiles. Sin embargo, teniendo el mismo significado, sólo usa derivados de “deliñar” en contadas y determinadas ocasiones que, por el momento o la forma, inducen a creer que don Miguel, con excusa de la “pluma de avestruz grosera y mal DELIÑADA”, –DE LIÑÁN–, nos remite a su rival, a su enemigo, al “fingido tordesillesco”, a quien le amargó el último periodo de su azarosa vida, al autor del apócrifo, del otro Quijote, a Pedro Liñán de Riaza.





UNOS ANAGRAMAS DE “MIGUEL DE CERVANTES”
Y DE “LIÑÁN”, PUEDEN CONTRIBUIR A DESVELAR
EL MISTERIO DE AVELLANEDA


Antonio Sánchez Portero


Han transcurrido ya cuatro siglos y todavía no se ha reconocido ni llegado a un acuerdo sobre la identidad de Avellaneda, el anónimo licenciado que amargó la última etapa de la vida del extraordinario, universal e inmortal Cervantes, quien no podía presumir precisamente de que le hubiese acompañado la buena estrella. Y no será porque no se ha intentado, desde distintos ángulos, por todos los medios, con machacona insistencia, por una multitud de investigadores, entre los que se encuentran los más preclaros de las letras hispanas. Seguro que con las líneas escritas, formando con ellas un hilo, se podría rodear el globo terráqueo varias veces.
En ocasiones, para resolver el misterio, se ha recurrido a anagramas, formados con el nombre del sospechoso de suplantar al incógnito Avellaneda. Son muchos. Algunos inverosímiles o disparatados. Por ejemplo, Maldonado Ruiz[16], apoyado en complicadas criptografías atribuye la autoría del Quijote apócrifo a Mira de Amescua y a Lupercio Leonardo de Argensola, aunque él mismo no concede crédito a sus conjeturas. Pero es el caso que otros admiten y dan por buenos estos nombres, sin más averiguaciones.
Para Alberto Sánchez[17]:

…Claro está que el mismo Maldonado Ruiz no concede superior crédito a sus conjeturas, pues las considera como disquisición o pasatiempo, dedicadas al lector aficionado a desentrañar anagramas (7).

(7) Un precursor de estos criptógrafos fue Díaz de Benjumea que encontraba el nombre de Blanco de Paz disimulado en muchos lugares del Quijote cervantino; y en el “Pedro Noriz”, de que habla la cabeza encantada (Q II, LXII), vio un anagrama imperfecto de Fray Andrés Pérez. Luis Ricardo Fors, en su Criptografía quijotesca (La Plata, 1905), defendió los anagramas de Benjumea y añadió otro por su cuenta para identificar al falso Avellaneda en el dominico Fray Andrés Pérez, disfrazado en el “Pero Fernández”, autor del soneto preliminar del Quijote apócrifo.
Como apéndice pintoresco a la criptografía cervantina recuérdense los artículos del periodista Anastasio Rivero, publicados en “El Imparcial” de Madrid durante el verano de 1916. Pretendía Rivero que Cervantes había dejado unas “Memorias” disimuladas con traza misteriosa, con las líneas de creación literaria; se descubría en ellas, entre otros, los motivos, la doble personalidad de Avellaneda; el licenciado tordesillesco encubría junto al doctor Mira de Amescua, exhumado por Maldonado Ruiz, no a Lupercio Leonardo de Argensola, sino a su hijo Gabriel Leonardo de Albión. Reunidos estos artículos, se publicaron en un volumen con el título llamativo de Memorias maravillosas de Cervantes. El crimen de Avellaneda. Los artículos de controversia suscitados por Rivero dieron lugar a otro libro, “El secreto de Cervantes. Historia de un descubrimiento sensacional. Semblanza de su autor, don Atanasio Rivero. Juicios de Ruiz Contreras, Icaza, Blanca de los Ríos, Cejador, Pujol, Rodríguez Marín y otros ilustres cervantistas” (Madrid, Imp. Juan Pueyo, 1916). En estos dos libros pueden seguirse los efectos de aquella campaña periodística, bullanguera y efímera, con notas cómicas a veces. Unamuno la cerró con síntesis implacable: “Tales bobadas no merecen ni el honor de hablar de ellas. Son pasatiempos de una infantilidad abrumadora.”

Además, en el caso de que fuesen efectivos o válidos los anagramas, sólo podría uno dar en el clavo. Por consiguiente, los restantes, indefectiblemente, quedan descartados. Y tanto se ha abusado de ellos con criterio erróneo, o sin ninguno, intentando alcanzar directamente la diana, que han llegado a estar totalmente desacreditados, hasta el punto de que quien desee manejarlos en la actualidad, debe atarse los machos y andar con mucho tiento para no salir trasquilado del envite.
Hecha esta premisa, ateniéndome a sus consecuencias, voy a proponer mis anagramas. El primero es el que se forma con el nombre y primer apellido del propio Miguel de Cervantes, que es, aunque a simple vista parezca raro el de “Cide Hamete Benengeli”[18], el historiador arábigo que aparece al principio de la segunda parte de las cuatro en las que Cervantes divide el Quijote de 1605.
Llegué a esta conclusión, a este anagrama, tras analizar la relación que existe entre el hallazgo de los libros de plomo en el Sacromonte de Granada con las circunstancias en que Cervantes encuentra los papeles de Cide Hamete Benengeli en el Alcaná de Toledo; y teniendo en cuenta la versión que sobre este punto propone el Dr. Ismael El Outmany, quien ofrece una amplia versión sobre los libros plúmbeos y cita al quinto traductor de ellos Cide Hamete Bejarano, sugiriendo que podía ser este Bejarano quien inspirase a Cervantes para poner nombre a su historiador árabe.
También he contemplado las opiniones de Luce López Baralt, que a través de Sancho relaciona “Benengeli” con “berenjena” y le aplica el posible significado de “hijo del ángel”, “de la estirpe del ángel”; y de Mahdmud Sohb que asocia el apellido del sabio moro con las berenjenas y le otorga el significado de “hijo del ciervo”, el mismo que tiene el apellido Cervantes. Hipótesis estas que son compartidas por otros investigadores. Como, también, en el significado de “Cide”, que equivale a “señor”, o denota categoría o respeto. Por ejemplo, para José Montero Reguera[19]:

…Cide significa ‘señor’; Hamete es el nombre árabe Hamid y Benengeli significa ‘aberenjenado’ o ‘berenjenero’, que explica la deformación sanchesca del nombre, que lo convierte en Cide Hamete Berenjena (II, 2), donde juega con el gusto de los moriscos por los platos fundamentales en ese alimento, según el propio escudero recuerda. También se han querido ver otras significaciones, con razones lingüísticas y etimológicas más discutibles, como la de ‘hijo de ciervo’, ‘cerval’ o ‘cervanteño’, lo que ha permitido exponer la hipótesis de que a través de Cide Hamete el propio Cervantes se incorporaba al libro como autor de la historia de don Quijote. En todo caso se trata de un nombre que evoca asociaciones diversas y en el que, como indicó Helena Percas de Ponseti, se superponen conocimientos lingüísticos del árabe, terminaciones latinas, y juegos fónicos y conceptuales, llenos de ironía. Cervantes incorpora esta ficción a través de la cual se parodia un recurso frecuente en los libros de caballerías, […] En el Quijote, la parodia se acentúa, pues el autor es un historiador arábigo y, por tanto, mentiroso, como se indica en el mismo capítulo de su incorporación al libro, aunque en la idea de Cervantes ya estaba latente desde el capítulo segundo, donde nuestro caballero se interroga: “–quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a la luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida, tan de mañana desta manera?” Este recurso, acaso meramente paródico en su inicio, se intensifica según avanzan las aventuras de don Quijote, y alcanza una dimensión no pensada en un principio, de manera que mientras en las dos primeras salidas sólo se menciona en cinco ocasiones (y éstas entre los capítulos 9 y 27), en la tercera salida, esto es, ya en el Quijote de 1615, el historiador arábigo será mencionado en 39 ocasiones. Tal modificación en la presencia de Cide Hamete se debe a razones no del todo esclarecidas, pero que parece podrían tener que ver con la publicación en 1604 del Quijote de Avellaneda, de ahí que pase a ser considerado un “perro moro embustero”, como era calificado en 1605, a un historiador fiable en 1615.


Reflexiono, así mismo, sobre las opiniones de Santiago Fernández Mosquera[20] expuestas en su artículo “Los autores ficticios del Quijote”, quienes para él son cinco:

…el autor de los ocho primeros capítulos, el editor, el traductor, Cide Hamete Benengeli y el autor definitivo. [Y cree que “éste último” es distinto a los cuatro citados antes, y:] Este autor, que está bien escondido en las páginas de la novela, controlaría toda la obra desde el comienzo, incluyendo los ocho primeros capítulos y sería el responsable último de la obra. [Admite Fernández Mosquera que para otros investigadores son tres:] Cide Hamete, el traductor y el segundo autor (que identifican frecuentemente con Cervantes); y los que piensan que son cuatro o cinco…

Prescindiendo de su número, me quedo con que Jesús G. Maestro[21] los conceptúa como “protagonistas”, como “personajes”, y a mi modo de ver, esta es la forma más lógica, normal y sencilla de denominarlos. Todos los seres humanos, sobrenaturales o simbólicos ideados por el escritor, que toman parte en la acción de la obra literaria, son personajes. Por tanto, personaje es don Quijote; personaje es Sancho, quien se inventa episodios y narra cuentos; y el cabrero, que cuenta la historia de Grisóstomo “a los que estaban con don Quijote”; y también personaje es Cide Hamete Benengeli, autor de los “papeles” que recogen la “historia” de don Quijote.
Una historia –no debemos olvidarlo–, que se inventa y crea Cervantes, el único, el verdadero, el definitivo autor (al margen de que copie, se inspire o tome elementos de otras fuentes). Y, por supuesto, es personaje el “traductor”, un morisco aljamiado del que no se proporciona ningún otro detalle; y personaje (aunque no aparece) el dueño de la maleta en cuyo interior se halla la novela “El curioso impertinente”, leída por Cardenio. Y por el mismo procedimiento, curiosamente, personajes son el autor de esta novela intercalada, y el cautivo, que cuenta su vida y sucesos (otra novela intercalada) y ambas, “casualmente” son del propio “autor” Cervantes, por lo que puede, en buena ley, considerársele “personaje” de su obra. Y alguno de estos “personajes”, por tener una acción principal, adquiere el rango de “protagonista”, como es el caso de don Quijote, de Sancho y, acaso, si se quiere, el de Cide Hamete. Huelga, por tanto, a mi entender hablar indiscriminadamente de autores y narradores ficticios.
A partir de aquí, teniendo en cuenta la opinión de Antonio Rey Hazas[22], quien manifiesta:

“No hay duda de que los primeros seis o siete capítulos de la inmortal novela, tal y como han llegado hasta nosotros se basan en el anónimo Entremés de los Romances”, posibilidad avalada por Astrana Marín, quien en Índice de Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes (BVMC, internet), da como fecha para la “creación del Quijote como novela corta, entre agosto de 1579 y 28 de abril de 1598”,

fecha que admito, matizando que pudieron ser sólo los seis primeros. Estos capítulos forman un bloque con entidad propia, donde se relata la primera salida de don Quijote; su armadura como caballero; la aventura con el apaleado mozo Andrés por su amo; el encuentro con los comerciantes toledanos, que concluye con su apaleamiento, su regreso a casa y la quema de los libros. Un argumento que a grandes rasgos puede sintetizarse así: A causa de la lectura de libros de caballería, don Quijote pierde el juicio y decide hacerse caballero andante. Tras varias aventuras, sale malparado y regresa a casa molido a golpes. Y para curarlo de su dolencia, sus allegados deciden quemar la mayor parte de los libros de su biblioteca. Esta quema puede ser el broche, el cierre, la moraleja. O, según Montero Reguera, de una novela corta sobre la locura, como El licenciado Vidriera.
En el capítulo VII, don Quijote se pone de acuerdo con Sancho Panza para que sea su escudero, y se preparan para la segunda salida. Considero que este capítulo no pudo formar parte de la novela corta, porque si concluyera así ésta, su argumento quedaría interrumpido.
Viendo Cervantes el éxito o buena acogida de su novela, se propuso completarla y ampliarla, añadiendo nuevos capítulos a los ya existentes y formó la Primera Parte de su obra, que vio la luz “oficialmente” en 1605; pero seguramente se publicó antes, al menos en 1604.
Entre la redacción de los primeros capítulos y de los restantes, introdujo una novedad trascendental, no original, como fue la de inventarse un “historiador arábigo”, inspirado posiblemente en el hallazgo de los Libros de Plomo. La creación de Cide Hamete Benengeli puede estar motivada por su deseo de dotar de más enjundia e interés a su relato, y también como recurso literario para poder disfrutar de más oportunidades y caminos para expresarse, revolucionando el concepto que se tenía de la novela, o, más bien, iniciando el proceso de creación de la novela moderna. Y llegado el momento de poner nombre a su “historiador”, creyó conveniente adjudicarle el de Cide Hamete Benengeli. ¿Pero por qué, con qué criterio y cómo llegó a bautizarlo Cervantes de esta manera?
Sospecho, con fundamento, por tener muchos visos de realidad, que el nombre del historiador árabe es un anagrama del nombre y primer apellido de su creador, pues todas las letras que componen CIDE HAMETE BENENGELI forman parte, se encuentran incluidas en MIGUEL DE CERVANTES, con la salvedad de que en éste no figura la “H” (que no se pronuncia); de que la “B” puede ser la “V” y ésta la “U” (Cervantes utiliza indistintamente la “B” y la “V” para escribir su apellido, y la “V” en los documentos antiguos tiene la misma grafía que la “U”). También en “Cervantes” hay una “R” y una “S” que no están en el seudónimo, y en éste una “N”, dos “E” y una “I” se encuentran repetidas.
Pero estimo que no le importaron a Cervantes estas divergencias (más bien creo que las “consintió”), porque si en vez de “HAMETE” hubiese puesto AMET (que viene a ser lo mismo), habría prescindido de la “H” y “colocado” una “E” de las que sobran; y si en vez de BENENGELI el apellido hubiera sido BERENGELIS, (sustituyendo la primera “N” por la “R” y añadiendo la “S”, el anagrama sería casi completo, y más aún si hubiese añadido la “U” para formar BERENGUELIS. Entonces sólo estarían repetidas una “E”, y una “I” (hasta cierto punto unas letras necesarias para que el apellido resulte más eufónico y darle apariencia árabe), pero, sobre todo, ante la posibilidad de que se pudiese asociar “–GUELI–“ con “M –IGUEL– “, quizás, al verdadero y único autor del Quijote, no le interesase o no quisiera facilitar una pista tan clara que pudiese llevar al descubrimiento del misterio en el que quiso y de hecho envolvió a su sabio “colaborador” moro.
Este proceso de elaboración del anagrama se puede explicar, aunque resulte reiterativo, de otra manera. Y, como se han escrito tantos y tantos miles de líneas sobre este punto, no creo que a nadie le molesten ni se oponga a varias más: Cervantes elabora con su nombre y apellido el último anagrama referido (un anagrama puede decirse que completo); mas, con el fin de que no sea descubierta la relación, lo transforma en el que conocemos, con el acierto y buen resultado de que en la práctica no ha sido detectado.
Estaba en la creencia de que este descubrimiento podía atribuírmelo íntegramente hasta que a finales de 2007 conocí lo que Cayetano Alberto de la Barrera, en las “Notas” a las “Nuevas interpretaciones de las obras de Cervantes”[23], expone:

De intento he dejado para el último lugar en este conjunto de pruebas, las meramente anagramáticas. Es sabido que Cervantes, en el nombre de su ideal autor del Quijote, incluyó (observaciones hechas por el señor don Fermín Caballero) un anagrama casi perfecto del suyo (CiDE HAMETE BeN EnGELI.– Migel de Cevante).– Su encubierto rival, queriendo imitarle en todo, formó para su fingido descubridor del supuesto original árabe un nombre también moruno, y sin la menor duda, procuró que fuese de análoga composición semántica[24]. “El sabio ALISOLÁN (escribe), historiador no menos moderno que verdadero, dice que siendo expelidos los moros agarenos de Aragón, de cuya nación él descendía… halló… etc.” Alisolán: he aquí indicado el apellido ALIaga, y contenidas dos letras del nombre Luis: o combinado de otra manera: LOIS, o ALOIS AL.– En aLonSo FeRnandez DE AveLlanedA encontramos: L..S (FR) DE AL..A. En Juan Alonso Laureles: AL…L..S. Y no deja de llamar así nuestra atención el Alfonso Lamberto de los certámenes de Zaragoza.

Lejos de molestarme la referencia de don Cayetano al anagrama de Cide Hamete Benengeli, me reconforta y satisface porque confirma que mi hipótesis no es descabellada ni gratuita[25]. Algo que puedo aplicar también a la parte de la cita que hace mención a Alisolán. Asimismo se le ocurrió a un servidor, pero contemplando a Liñán. Y no soy el único que asocia este “anagrama” a otros personajes, como veremos enseguida, después de una disquisición sobre la patria del que se oculta tras de Avellaneda, que no puede ser otro que la del verdadero autor del apócrifo.
Muchos investigadores aceptan que Avellaneda es aragonés, entre otros, Mayans, Martínez y Martínez, Cortejón, Marasso, Toribio Medina, Rodríguez Marín, Bonilla y Sanmartín, Shevill, Arias Sanjurjo, Romero Torres, López Navío, Martín de Riquer, Frago Gracia, Martín Jiménez…; otros, entre ellos, Alberto Sánchez, Ricardo Rojas, Sánchez Pérez, García Salinero y todos aquellos investigadores que proponen candidatos no aragoneses a la plaza de Avellaneda, que son un montón, se contraponen a las reiteradas manifestaciones de Cervantes, quien es explícito cuando se refiere al “fingido autor tordesillesco” como “autor aragonés” Y, al apócrifo, como historia recién impresa “del aragonés”.
Para culminar el objetivo que pretendo con la hipótesis que desarrollo, es preciso “demostrar” que Avellaneda es aragonés, algo que para mí no ofrece ninguna duda[26]. Para llegar a esta conclusión he reflexionado de la siguiente manera:
Cervantes no insistiría en que es aragonés si no estuviese seguro. Por tanto, hay que conceder a su afirmación una credibilidad absoluta. Aun a pesar de que algunos investigadores se basan en la inexactitud de su expresión “…que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos” para dudar de su aserción y hasta negarla. Como han hecho muchos especialistas del idioma, entre ellos Millé y Giménez, Carballo Picazo, Rico, Alvar, y algunos otros, quienes han tomado esta frase como bandera para llegar a la conclusión de que Avellaneda no es aragonés.
Pero si se tiene en cuenta que en la época en que Cervantes escribió esto no estaba muy definido lo que eran “artículos”, pues se conceptuaba como tales a las preposiciones, adverbios. conjunciones e interjecciones; que la actuación de los cajistas pudo influir al componer las galeradas (que no fueron ni corregidas ni supervisadas por su autor); y que para ser un magnífico novelista, no se tiene que ser necesariamente filólogo, ni experto en semántica, no debería ser contemplada esta afirmación de Cervantes en un sentido estricto y riguroso como lo han hecho los especialistas citados, máxime si se da la circunstancia, que yo sepa, de que nadie ha encontrado ningún testimonio contra la reiterada opinión de Cervantes de que su rival es aragonés. Por tanto, mientras no se sepa y se reconozca quien es en realidad Avellaneda, no se puede demostrar que no nació en este reino. Así es de sencillo.
Sin embargo, hay muchos indicios que abogan a favor de que sí lo es. Uno, y nada desdeñable, que la mayor parte de la novela se desarrolla en Aragón, aportando una serie de datos que resultaría difícil que poseyera alguien que no estuviera familiarizado con esta tierra. Además, aunque no sea cierto lo del “lenguaje aragonés”, por estar Cervantes equivocado en esta apreciación, ésta, en relación con la cuestión principal, es una consideración secundaria, que no debe anular la principal, reiteradamente expresada por él mismo.
Hay algo, empero, que no tiene vuelta de hoja: no es creíble que si Cervantes tenía interés en enterarse –y ello está fuera de toda duda– era más bien fácil, en el marco de un Madrid literario “provinciano”, contando con amigos, enemigos y colaboradores diversos, localizar a su rival. Lo de desvelar su nombre, es ya otro cantar, que merece comentario aparte y dejo para otra ocasión.
No digo nada que no esté dicho y comprobado hasta la saciedad si expongo que, para escribir su Quijote Avellaneda, se inspiro, remedó y parodió a Cervantes desde el primer momento en que emprendió la tarea; y siguiendo esta pauta, al “historiador árabe”, “sabio y atento” de éste, Cide Hamete Benengeli, contrapone Avellaneda “el sabio historiador, no menos moderno que verdadero” Alisolán. Y no es un desatino pensar que si Cervantes, en el contexto de una imitación que ha devenido en recíproca, bautizó a su historiador con un anagrama formado con su nombre y apellido, pudo hacer lo mismo Avellaneda, inventándose también “su historiador sabio” y bautizándolo con un anagrama incompleto de su primer apellido. Y así vemos que en ALISOLÁN se encuentran las letras de LIÑÁN, menos la “ñ” (si la hubiese puesto, el misterio, el enigma, dejaría de serlo) y añade una “A” para formar “ALI”, un nombre árabe, y que el paralelismo con el historiador de su rival sea mayor.
Hemos visto que De la Barrera dice: Avellaneda, queriendo imitar a Cervantes en todo “formó para su fingido descubridor del supuesto original árabe un nombre también moruno”, pero aplicándoselo al candidato Fray Luis de Aliaga (quien durante una larga temporada estuvo en el candelero, pero opino, coincidiendo con Menéndez y Pelayo, que no es el autor del apócrifo; aunque, por mi parte, estimo que algo tuvo que ver en este asunto[27]), y de pasada, a Juan Alonso Laureles, un seudónimo que se cree de Aliaga, y lo mismo que don Marcelino, a “Alfonso Lamberto de los certámenes de Zaragoza.” Por si tenía alguna duda sobre mi “acierto” al apuntar que Alisolán puede ser un anagrama incompleto del autor del apócrifo, me la ha disipado Menéndez y Pelayo[28]:

¿Y no dejaría el incógnito autor del Quijote alguna indicación de su persona en el texto de su mismo libro, según suelen hacer los que, escribiendo obras anónimas y clandestinas, no quieren, sin embargo, por vanagloria literaria, renunciar totalmente a la esperanza de que algún lector avisado les levante la máscara cuando no haya peligro de ello? Tal pensaba yo, cuando de pronto hirieron mi vista las primeras palabras del primer capítulo del falso Quijote, las cuales, a la letra, dicen: “El sabio Alisolán, historiador, no.” Soy poco aficionado a los anagramas, y estoy escarmentado de ellos por el ejemplo de Benjumea; pero éste, para casualidad, me parece mucho. (1)
En estas cinco palabras van embebidas las catorce letras del nombre y apellido de Alonso Lamberto, sin más diferencia que el haber cambiado la “m” en “n”, cambio que nada significa tratándose de dos letras que delante de la “b” suenan del mismo modo. Puede usted comprobarlo[29] prácticamente numerando las letras… etc. (Páginas 397–398)

(1) Con chistes de mediano gusto se burla el señor Groussac de este anagrama, dándome de paso una lección elemental sobre los “casos de indeterminación” y sobre las reglas del anagrama, lección bien excusada porque la aprendí hace muchos años en la Metramétrica del Obispo Caramuel, y en otros tratados españoles. Pero es indudable que además de los anagramas perfectos, existen los llamados imperfectos, y que algunos autores los han usado para ocultar sus nombres. Imperfectísimo es, por ejemplo, el de Siralvo, que empleó Luis Gálvez de Montalvo en su Pastor de Filida. En él van envueltas las letras del nombre Luis y el final del apellido Montalvo. A este género de anagramas que me atrevería a llamar de doble empeño o de doble fondo, si no temiera excitar la risa del señor Groussac, pudiera pertenecer el del sabio Alisolán, que contiene todas las letras del nombre Alonso y las tres primeras de Lamberto. De este modo, y con solas dos palabras, se obtiene un seudónimo de formación muy análoga al de Siralvo, Análogo es también el de Salicio usado por Garcilaso. Y así solían formarse en el siglo XVI los nombres poéticos, no por anagrama perfecto.

Durante algún tiempo, Menéndez y Pelayo sostuvo la creencia, alegando que era aragonés y se había presentado a varios certámenes en Zaragoza con el seudónimo de Sancho Panza que, podía ser Avellaneda, Alfonso Lamberto, y que con su nombre se formaba el anagrama de Alisolán; pero será mejor explicarlo con sus propias palabras:

Inducido por Pellicer, quien, en su biografía de Cervantes, asevera que en dos certámenes poéticos celebrados en Zaragoza “Solo un poeta de los citados por él concurrió a los dos certámenes, y este poeta es Alfonso Lamberto. Él es, por tanto, el Sancho Panza del uno y del otro vejamen. Sólo puede quedar el escrúpulo de que quizás entre los dos poetas cuyos nombres (no sé por qué) omite Pellicer, en vez de presentar la lista completa, haya algún otro repetido, duda de la que no podríamos salir sino en presencia del códice mismo. Pero, entretanto, queda sólo Alfonso Lamberto, como veremos por otros indicios. (1)

(1) De intento he dejado subsistir estos párrafos, por lo mismo que en ellos tengo algo que enmendar, y sobre todo algo que añadir a las especies que hasta ahora han corrido de molde acerca de los certámenes de Zaragoza. Cuantos han escrito de este asunto se han guiado únicamente por las noticias de Pellicer, que exigen rectificación en algunos puntos.
Poco más de un año después de la publicación de mi carta sobre el Quijote de Avellaneda mi difunto amigo y querido compañero don Pedro Roca, a cuyo cargo estaba el archivo de la casa ducal de Fernán Núñez, logró, después de largas pesquisas, dar con el tomo de varios que vio Pellicer y que se había ocultado a los eruditos posteriores. [Se transcriben aquí las listas de los poetas que concurrieron a los dos certámenes] Infiérese de estas listas que los poetas repetidos en ambos certámenes son cuatro, y no solamente Alfonso Lamberto, como resultaba de las noticias de Pellicer. Y además, Alfonso Lamberto y Sancho Panza aparecen en ellas como dos poetas distintos, a no ser que el segundo sea seudónimo del primero, lo cual no puede admitirse sin pruebas. […]
Conocido ya el texto íntegro de los certámenes, cae por su base la deleznable conjetura de Pellicer. Sancho Panza es el seudónimo con que concurrió a aquella justa literaria un poeta al parecer distinto de todos los demás que allí estaban expresamente designados. […]
Por lo mismo que el señor Groussac [con quien mantenía don Marcelino una polémica] no ha podido tener noticia de estos documentos, que tanto le hubieran servido en su refutación, me complazco en darles publicidad, sin suprimir ni una línea de lo que escribí antes, inducido a error por Pellicer.

También incluido en la “Introducción” del libro citado en la nota 13, refiriéndose don Marcelino a un artículo publicado en la hoja literaria de El Imparcial, sobre éste escrito, comenta:

…estaba tan expuesto a perecer como todos los papeles de su índole, y aunque acaso la pérdida no hubiese sido grande (a juzgar por las desaforadas críticas, o más bien censuras, de que ha sido blanco aquel modestísimo ensayo mío), todavía, releyéndolo hoy después de tanto tiempo, y como si se tratara de cosa ajena, encuentro en él algo que puede ser útil, y por eso consiento en la reimpresión, añadiéndole algunas notas y rectificaciones. La parte crítica y negativa, que es la principal de mi estudio, ha quedado intacta. No será tan mala cuando tanto se valen de ella los mismos que afectan despreciarla. La parte no afirmativa, sino conjetural, conserva el mismo carácter de hipótesis con que la presenté siempre. Doy poca importancia al nombre de Alfonso Lamberto, que por ser tan desconocido, apenas sacaría al libro de su categoría de anónimo. Alguna de las presunciones que alegué en su favor me parece ahora débil, pero todavía creo que es la hipótesis menos temeraria de cuantas conozco, la única que no tropieza con alguna imposibilidad física y moral. (Página 364.)

Este error que admite Menéndez y Pelayo desactiva la validez del personaje reflejado en el anagrama “Alisolán” y, por tanto, la de su hipótesis que, no obstante, cree es la menos temeraria de cuantas conoce. ¿Cómo serán las otras sobre los candidatos –me pregunto– que él mismo recoge y analiza en su ensayo? De sus palabras, que trascribo si no completas, sí con profusión, como ejemplo práctico de cómo se desarrollan las investigaciones (en este caso de un eminente erudito), me quedo con la explicación de la manera en que se forman o son válidos los anagramas incompletos, en cuyo aludido cabe perfectamente el que propongo: LIÑÁN.
Aclarando que no sigo un orden lineal en la trascripción, y que he procurado recoger, imparcialmente, sólo aquellos párrafos imprescindibles para el desarrollo de mi hipótesis, con el propósito de hacerla comprensible y al mismo tiempo menos farragosa, creo conveniente añadir algo por considerar que tiene su importancia:

A tal distancia, ¿quién podría descubrir en el Quijote las alusiones a Alfonso Lamberto? Si tenía realmente el mote de Sancho Panza; y no se lo pusieron los zaragozanos después de impreso el libro, su ofensa pudo consistir en esta aplicación, y este sería uno de los ‘sinónimos (sic) voluntarios’, es decir, ‘apodos’, de que él se queja en el prólogo. Pero yo sospecho que Alfonso Lamberto está designado en la primera parte del Quijote con otro seudónimo.
Sabe usted perfectamente [Leopoldo Ríus] que los versos que anteceden a la primera parte del Quijote no están enlazados en modo alguno con el tema del libro, sino que más bien le contradicen, puesto que ni Don Quijote alcanzó a fuerza de brazos a Dulcinea del Toboso, ni Sancho Panza tomó las de Villadiego para retirarse del servicio de su señor, ni en fin casi nada de lo que se dio en los versos concuerda con lo que luego pasa en la novela.
Estos versos, además de ser una parodia de los elogios enfáticos que solían ponerse al frente de los libros, tienen escondido algún misterio, que para los contemporáneos no lo sería ciertamente. Las alusiones a Lope de Vega se traslucen todavía pero debe haber otras. El soneto de Solisdán me da mucho que pensar. Este personaje no figura en ningún libro de caballerías conocido hasta ahora, y por tanto debe ser burlesca invención de Cervantes. Su nombre, quitándole una “i”, es anagrama perfecto de Alonso. ¿Será, por ventura, el sabio historiador Alisolán y el Alfonso Lamberto de Zaragoza? En este caso no se le puede confundir con Sancho Panza, puesto que habla de él en el soneto:

Y si la vuesa linda Dulcinea
Desaguisado contra vos comete,
Ni a vuesas cuitas muestra buen talante,

En tal desmán vueso cohorte sea
Que Sancho Panza fue mal alcahuete,
Necio él, dura ella, y vos no amante.

¿Qué quiere decir esto? En la primera parte del Quijote ni Dulcinea comete desaguisado, ni Sancho Panza es alcahuete bueno ni malo. Evidentemente se alude aquí a otras cosas y personas. ¿Quiénes pueden ser éstas? ¿Quién el don Quijote apaleado vegadas mil por follones cautivos y raheces? (1) (Página 401). [Cervantes escribió: “siendo vegadas mil apaleado…” Hago notar que “vegadas” significa “veces”, y recuerda al apellido “Vega”.]
(1)… [No] acepto el sentido esotérico del Quijote. Nadie ha impugnado tanto como yo este desvarío extravagante: nadie ha sido tan mal tratado como yo por los cervantistas simbólicos y tropélicos. Pero una cosa es el texto de la novela, en la que no veo misterio alguno, y otra los versos preliminares, que confieso no entender más que a medias, y que seguramente alguna alusión tendrán, puesto que Cervantes no escribía a tontas y a locas.

Pues, a mi entender, puede que Cervantes se refiera con Don Quijote a Lope de Vega (el vocablo “vegadas”, da que pensar; y aunque no estoy muy convencido, puede que tenga razón López Navío, en sus NOTAS al Quijote, edición JL Pérez López, 2005, al atribuir a Lope de Vega el seudónimo de “Don Quijote” otorgado por Cervantes.) Y recuerdo que a Fray Luis de Aliaga se le conocía por el apodo de “Sancho Panza” Y, teniendo en cuenta – como muy bien apunta Menéndez y Pelayo–, que “casi nada de lo que se dio en los versos concuerda con lo que luego pasa en la novela”, y, sin embargo, es una agresión verbal contra algunas personas, ¿tal vez las citadas?, cabe pensar seriamente que estamos ante unos “sinónimos voluntarios”. Por lo que “soLIsdÁN” bien podría ser el anagrama incompleto de LIñÁN, quien, a su vez, para imitar a su rival, creó el de “aLIsolÁN”, entablándose una relación que conduce a considerar a Liñán de Riaza un firme candidato a ser Avellaneda.
Se reafirma esta correspondencia si se coteja el soneto de Cervantes con el que concluye su Prólogo Avellaneda, titulado: “De Pero Fernández”. Creo ver en éste una réplica al de “Solisdán a Don Quijote de la Mancha”, tanto por el tono como por el contenido, que intuyo tiene un doble y hasta un tercer sentido. Al menos, los dos poetas coinciden en el uso de las palabras “maguer”, “homes”, “buen talante” y “sandeces”.
Cambiando de tercio, pero persiguiendo el mismo objetivo, manifestaré que comparto la opinión de algunos investigadores actuales en el sentido de que Cervantes sabía quien era Avellaneda y conocía su Quijote antes de comenzar a escribir la segunda parte del suyo[30]. Creo haber encontrado en El coloquio de los perros pruebas que confirman esta hipótesis. Entre otras, una de ellas, expuesta lo más sucintamente posible es cuando:

BERGANZA.─ [Cae en la murmuración y dice]: ... y no con voces delicadas, sonoras y admirables, sino [cuando: “si los míos cantaban los pastores”, lo hacían] con voces roncas que, solas o juntas, parecían, no que cantaban, sino que gritaban o gruñían. [Metafóricamente, se queja Cervantes de que se están metiendo con sus libros, y como sólo tiene dos, y uno es La Galatea –en la que alaba a los poetas que entonces, en 1583, florecían–, tiene que ser con el otro, el Quijote, y por eso está tan enfado Berganza-Cervantes] Lo más delicado del día se les pasaba espulgándose, o remudando sus abarcas; ni entre ellos se nombraban Amarilis, Filidas, Galateas y Dianas [recuerda con algunos de estos nombres a Lope de Vega] ni había Lisardos [Luis de Vargas], Lausos [Luis Barahona de Soto ], Jacintos ni Riselos [Pedro Liñán de Riaza]; todos eran Antones, Pablos o Llorentes; por donde viene a entender lo que pienso que deben de creer todos: que todos aquellos libros deben ser cosas soñadas y bien escritas para conocimiento de los ociosos, y no verdad alguna; ...
CIPIÓN.¾ Basta Berganza; vuelve a tu senda y camina.
BERGANZA.¾Agradézcotelo, Cipión amigo; porque si no me avisaras, de manera que se me iba calentando la boca, que no parara hasta pintarte un libro entero destos [de las personas citadas unas líneas antes, del círculo formado y reunido en torno a Lope de Vega y, sin duda, se refiere al manuscrito de Avellaneda] que me tenían engañado; pero tiempo vendrá en que lo diga todo, con mejores razones y con mejor recurso que ahora.” [En el prólogo y en el texto de la segunda parte de su Quijote, que piensa componer a marchas forzadas, porque quizás intuya que le queda poco de vida.]

A mi modo de ver, estimo que existe relación entre la “sortija” que don Álvaro Tarfe y otros caballeros zaragozanos jugaron en la calle del Coso de Zaragoza (y se relata en ella lo sucedido a don Quijote en el apócrifo), con lo que cuenta BERGANZA en el Coloquio:

Lo primero que comenzaba la fiesta era en los saltos que yo daba por un aro de cedazo, que parecía de cuba: conjurábame [su amo a Berganza] por las ordinarias preguntas, y cuando él bajaba una varilla de membrillo que en la mano tenía, era señal del salto, y cuando la tenía alta, de que me estuviese quedo. El primer conjuro deste día (memorable entre todos los de mi vida) fue decirme: “Ea, Gavilán [así llamaba a Berganza su dueño] amigo, salta por aquel viejo verde que tú conoces, que se escabecha [se tiñe] las barbas [puede referirse a Lope de Vega] y si no quieres, salta por la pompa y aparato de doña Pimpinela de Plafagonia, que fue compañera de la moza gallega que servía en Valdeastillas. ¿No te cuadra el conjuro, hijo Gavilán? Pues salta por el bachiller Pasillas, que se firma de licenciado sin tener grado alguno [*]. ¡Oh, perezoso estás! ¿Por qué no saltas? Pero ya entiendo y alcanzo tus marrullerías: Ahora salta por el licor de Esquivias, famoso al par del de Ciudad Real, San Martín de Rivadavia”. Bajó la varilla y salté yo, y noté sus malicias y malas entrañas.

[*] Liñán era bachiller; y se decía licenciado, acaso sin tener este grado. En el entremés de La guarda cuidadosa, un personaje es Lorenzo Pasillas, un sotosacristán “de satanás” a quien Cervantes dedica dicterios. Y viene a cuento recordar que en el Tiquitoc, “Académico de Argamasilla”, que dedica un epitafio a la tumba de Dulcinea, creo se esconde un personaje, un “sinónimo voluntario”. De la Barrera (nota 12) comenta:

… El Tiquitoc es el sacristán, por su cualidad y empleo de campanero. He hallado la significación de este ingenioso apodo en un escrito del mismo Cervantes: en los versos siguientes, que al fin de su comedia Los Baños de Argel (1608) pone en boca del sacristán cautivo, loco de gozo por ver próxima su libertad y su vuelta a la patria: ¡Oh campanas de España! / ¿Cuándo entre aquestas manos / tendré vuestros badajos? / ¿Cuándo haré el tiq y el toc, o el grave empino? [Me resulta picaresco eso de tener los badajos en las manos y lo del grave empino, pero no voy a hacer ningún comentario.] Adviértase la oportuna y chusca alusión de Cervantes, que Hizo al tiquitoc, o sacristán y académico de la Argamasilla, autor del epitafio para la sepultura de Dulcinea. No ha faltado quien dude si Cervantes aludió en efecto a la Argamasilla al hablar del pueblo de su héroe caballeresco; pero las composiciones citadas lo evidencian, y lo confirma la dedicatoria que el falso Avellaneda hizo de su Quijote “al Alcalde, Regidores, Hidalgos de la noble villa de Argamasilla, patria del feliz hidalgo caballero Don Quijote de la Mancha”.

Este párrafo me empuja a la siguiente lucubración: El Tiquitoc, un sacristán, que por su “cualidad y empleo de campanero”, toca las campanas (que puede interpretarse metafóricamente por difunde, ensalza, enaltece a alguien, que bien pudiera ser Lope) realizando el papel de mandado o edecán, que puede estar relacionado con el “sotosacristán de satanás” de La guarda, y este, a su vez con el “bachiller Pasillas” del Coloquio, a quien sugiero como posible Liñán de Riaza, que se decía licenciado, acaso sin tener ese grado y, con el seudónimo Avellaneda, dedicó su libro a la “…noble villa de Argamesilla.” Llamar a un sacerdote (lo era Liñán en 1601) sacristán y “campanero”, no es floja ofensa.
Y si “la moza gallega que servía en Valdeastillas [la localidad real, cercana a Valladolid, se denomina Valdestillas, sin la “a” central] compañera de doña Pimpinela de Plafagonia”, del Coloquio está inspirada –y no lo dudo– en el Archipámpano y en la moza de soldada que “encomendó don Quijote [en el último párrafo del libro de Avellaneda] hasta que volviese, a un mesonero de Valdestillas” es una prueba más de que conocía Cervantes el manuscrito de su competidor antes de escribir esta novela ejemplar que vio la luz en1613.
Encuentro otra correlación en la semejanza de la bruja Cañizares del Coloquio que:

…era larga de más de siete pies; toda era notomía de huesos, cubiertos con una piel negra, vellosa y curtida, con la barriga que era badana, se cubría las partes deshonestas, y aun le colgaba hasta la mitad de los muslos: las tetas semejaban dos vejigas de vaca secas y arrugadas, denegridos los labios, traspolados los dientes, la nariz corva y entablada, descansados los ojos, la cabeza desgreñada, las mejillas chupadas, angosta la garganta y los pechos sumidos; finalmente toda era flaca y endemoniada...

con la descripción que hace Avellaneda de Bárbara la mondonguera en el apócrifo:

[La cara de] Esta puta vieja [que] sin duda debe ser bruja …la tiene más grande que una rodela, más llena de arrugas que greguescos de soldado y más colorada que sangre de vaca; salvo que tiene medio jeme mayor la boca que vuesas mercedes, y más desembarazada, pues no tiene dentro della tantos huesos y tropiezos para lo que pusiere en sus escondrijos; y puede ser conocida dentro de Babilonia, por la línea equinocial que tiene en ella; las manos tiene anchas, cortas y llenas de berrugas; las tetas largas, como calabazas tiernas en verano.

Pero aún hay más. Cuando Sancho se lamenta del triste perro al que Bárbara dio zarazas para vengarse de una denuncia, y replica:

¾Pues ¡cuerpo de Poncio Pilatos, señora reina!, ¿qué culpa tenía el pobre perro? ¿Fuése él acaso a quejar de vuestra merced a la Justicia, o levantóla el falso testimonio que dice? Que el perro sería muy bueno y no haría mal a nadie, y por lo menos sabría cazar alguna olla, por podrida que fuese. ¡Triste perro!, si no me quiebra el corazón de dolor su homicidio.
Don Quijote le dijo: ¾Óyote pécora: ¿Por ventura conociste ni viste aquel perro?, ¿qué se te da a ti del?
¾¿Pues no quiere que se me dé ¾replicó Sancho¾, si no sé si el honrado y malogrado y yo éramos primos hermanos? Que el diablo es sutil y donde no se piensa se alza la liebre; y como dicen, doquiera que vayas, de los tuyos hayas.

Obsérvese que con un perro se entretenía la vecina, y que éste sabía cazar alguna olla, por “podrida” que fuese; y que se establece un parentesco entre un perro y una persona (Sancho no sabe si eran o no primos hermanos). Así como que también existe un parentesco muy especial entre una persona y el perro sabio:

Tu madre, hijo [se dirige a Berganza] se llamó la Montiela, que después de la Camacha fue famosa; yo me llamo la Cañizares, si ya no tan sabia como las dos, a lo menos, de tan buenos deseos como cualquiera dellas. [...]...estando tu madre preñada, y llegándose la hora del parto, fue su comadre la Camacha, la cual recibió en sus manos lo que tu madre parió, y mostrólo que había parido dos perritos;... […] Y esta tarde, como te vi hacer tantas cosas, y que te llaman el perro sabio, y, también, como alzaste la cabeza a mirarme cuando te llamé en el corral, he creído que tú eres hijo de la Montiela, a quien con grandísimo gusto doy noticia de tus sucesos...

Por estas citas y comentarios, y otros que no tienen cabida en el espacio de una comunicación, creo sinceramente que Cervantes conocía el manuscrito de Avellaneda con anterioridad a la redacción del Coloquio.

Al llegar a este punto –metidos en anagramas como estamos–, después de recordar mi opinión sobre su abuso, impulsado por o al amparo de esta correlación que creo ver entre el apócrifo y el Coloquio, (con toda la prudencia del mundo y con muchos reparos, ya que son innumerables los nombres que podrían entrar en esta misma combinación), me atrevo a insinuar lo que sólo puede ser una simple y mera coincidencia: que se encuentre un anagrama del autor del apócrifo en el nombre de los protagonistas de El coloquio de los perros. Veamos: las vocales de estos nombres, CIPIÒN y BERGANZA, o sea I – I – O – E – A – A, que son dos “I”, una “O”, una “E”, y dos “A”, son las mismas que las contenidas en el nombre y apellidos de PEDRO LIÑÁN DE RIAZA: E – O – I – A – E – I – A – A, que son dos “I”, una “O”, una “E” y dos “A” (sobran una “E” –de la partícula “DE”– y una “A”). He llegado a esta conclusión por la afinidad fonética y coincidencia de letras del final de “Riaza” y “Berganza”; y si a “Cipión” lo hubiese denominado “Cipián” (Liñán), disminuirían las posibilidades de que fuese una mera casualidad.
Para justificar, en cierto modo, mi atrevimiento por entrar en este juego, después de exponer que Menéndez y Pelayo intuía “que Lenio es el poeta aragonés Pedro Liñán de Riaza; tal vez algún día pueda demostrarlo, hoy me contento con apuntar esta sospecha”, voy a transcribir varios párrafos sobre anagramas de Cayetano Alberto de la Barrera, quien en sus NOTAS, explica:

El nombre de Dulcinea es contrahecho, por el estilo de muchos seudónimos usados en los libros poéticos y novelescos; nombres que sólo conservan algunas letras o sílabas del verdadero. Así Cervantes hizo del suyo ELICio, y llamó a su Catalina gALATea; Lope de Vega se llamó BELARDO; Arguijo ARcIcIO y ARGÍO. En Dulcinea vemos la sílaba AN, la preposición DE y las letras C y L de Ana Zarco de Morales. Y en otro nombre que la dio Cervantes, de ALDONZA LORENZO, vemos la palabra ANA, la letra inicial Z y las letras D, E, L, R y O. Por la inversa, también de aNA ZarCO DE mOraLEs se saca DOLCENEA o DOLZENEA. Dice que fue hija de Lorenzo Corchuelo, en cuyo nombre hallamos Z..RCO, y de Aldonza Nogales, que presenta casi completo el de Catalina Morales: …AL..N..A ..M..O..ALES. A estas observaciones anagramáticas añadiremos las muy delicadas del señor don Juan Eugenio de Hartzcenbuch (Observaciones al comentario del Quijote por Clemencín) (*): “Tomando sólo de Ana Zarco de Morales el nombre de Ana con el apellido último de Morales, y repitiendo una vez las letras O, L y S, resultan los nombres de ALDONSA LOREMSA; pero usando también el primer apellido Zarco, y repitiendo una O y la L, salen perfectamente las dos palabras ALDONZA LORENZO….. Aún hay más. A la madre de Dulcinea dio Cervantes el nombre de Aldonza Nogales; la madre de Ana Zarco se llamaba Catalina Morales: antepóngasele un de al apellido, y con las letras de él y del nombre, repitiendo la C, la N y la O, formaremos ALDONCIA Nocales…” Omitimos, en obsequio a la brevedad, otras combinaciones que forma el distinguido escritor.
(*) Las conjeturas y observaciones que acabamos de exponer, fundadas en datos que publicó el señor Clemencín, han perdido gran parte de su probabilidad después de las que nueva y recientemente acaba de Hacer el señor Harzenbusch, y se contienen en el precioso trabajo titulado Cervantes y Lope en 1605. Citas y aplicaciones relativas a estos dos esclarecidos ingenios (tomo I, páginas 169 a 186) y después de algunas variantes, en la Gaceta Literaria (Diciembre del mismo año de 1862). El extracto que de él nos proponemos hacer seguidamente…, etc.

Concluyo, expresando mi convicción de que es muy distinto o, precisando más, que son diametralmente diferentes estas opciones: 1ª, encontrar por casualidad un anagrama o “forzar” su creación y después buscar, rellenar o inventar su contenido. 2ª, que, partiendo de fundados argumentos, motivos objetivos, indicios y pruebas razonadas y razonables, que señalan a un autor, descubrir un anagrama que recoja más o menos perfectamente su nombre. En el caso de que unos u otros anagramas sean “falsos”, en el primer supuesto las creadas premisas y argumentos forzados, se desvanecen en la nada, como se disuelve un azucarillo; en el segundo, los testimonios aportados en un acopio natural y con argumentos verosímiles, permanecen a la espera de ser confirmados o revalidados con otros hallazgos.
En esta ocasión, y una vez más, expreso mi convicción de que hay muchas posibilidades de que el tan buscado y no encontrado Avellaneda (considerado toledano) sea el aragonés Pedro Liñán de Riaza, quien por morirse pronto, antes de que se publicase el “otro Quijote”, añadió al misterio un elemento decisivo para convertirlo “casi” en irresoluble. En muchos artículos, algunos citados en este trabajo, aporto indicios, pruebas, consideraciones y razonamientos en pro de la validez de mi hipótesis; pero especialmente en el libro recién concluido, en vías de publicación, Cervantes y Liñán de Riaza. El autor del otro Quijote atribuido a Avellaneda. Aunque se trata de un tema universal, tengo la impresión de que, a veces, abusamos mucho de él; pero mis temores se disipan al recordar las palabras de don Marcelino Menéndez y Pelayo, en cuyo trabajo quizás me haya apoyado en exceso. Dijo el eminente polígrafo: “Nada de lo que se refiere al Quijote puede ser indiferente para ningún español, y pocas cosas se refieren a él de tan cerca como la tentativa audaz del que intentó suplantar a Cervantes y arrebatarle su gloria.”


Sánchez Portero, Antonio:

La identidad de Avellaneda, el autor del otro Quijote (2006), 322 páginas.
http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=19961

Cervantes y Avellaneda y, entre ambos Quijotes, Tirso de Molina y Liñán de Riaza (2006).
http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=23432

El autor del quijote de Avellaneda es Pedro Liñán de Riaza, poeta de Calatayud (2006).
http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=23433

El gran enigma del Quijote. ¿Qué pudo suceder entre Miguel de Cervantes y Jerónimo de Pasamonte? ¿Es éste Avellaneda el autor del Quijote apócrifo? (2007).
http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.htmlRef=24247

El moro Cide Hamete Benengeli es cristiano (2007).
http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=23431

Lope de Vega y Fray Luis Aliaga: Personajes clave en la publicación del Quijote de Avellaneda y en la elección del seudónimo que encubre a Pedro Liñán de Riaza (2007).
http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra?Ref=26353

Tres afirmaciones capitales que deberían promover la reconsideración de algunos análisis y opiniones sobre el Quijote (2007):
*Cervantes conocía el Quijote de Avellaneda antes de comenzar a escribir la segunda parte del suyo. *Cervantes sabía quien era Avellaneda. *Y, así como Avellaneda imitó y se inspiró en Cervantes, éste se inspiró e imitó a Avellaneda.
http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=25581

Curiosidades, y soluciones y respuestas a la multitud de enigmas y preguntas que plantea el Quijote (2009).
http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra?Ref=31862

Lista de candidatos para sustituir a Avellaneda, el autor del otro Quijote. (Tonos. Número 14. Diciembre, 2007).
http://www.um.es/tonosdigital/znum14secciones/estudios25_Quikote.html

El “toledano” Pedro Liñán de Riaza –candidato a sustituir a Avellaneda– es aragonés, de Calatayud. Lemir 11 (2007): 61–78
http://parnaseo.uv.es/lemir/Revista/Revista11/Revista11.htm




Cervantes desveló en clave la identidad de Avellaneda. Lemir11 (2007): 121–133
http://parnaseo.uv.es/Lemir/Revista11/09Sanchez_Antonio.pdf


Un soneto revelador: Conexión entre Avellaneda y Liñán de Riaza. Lemir 12 (2008). Págs. 289–298
http://parnaseo.uv.es/Lemir/Revista12/12_Sánchez_Antonio.pdf

Correlación entre el “Desamorado Lenio”, Liñán de Riaza y el “Desamorado Don Quijote” de Avellaneda. Lemir 14 (2010): 53–56
http://parnaseo.uv.es/Lemir/Revista14/04_SanchezAntonio.pdf

Sansón Carrasco: un personaje clave en el Quijote de 1615. ¿Representa en él Cervantes a Avellaneda? Anales Cervantinos, Vol XL (2008): 89–106
http://www.analescervantinos.revistas.csic.es/index.php/analescervantinos/article/view/38

Lenio y el autor del Quijote apócrifo. De concurrencias con el ficticio Avellaneda. Etiópicas, 5 (2009).
http://www.uhu.es/programa_calidad_literaturaamatoria/etiopicas/num_5sanchez.pdf



[1]. Azorín, José Martínez Ruiz: Pensando en España, Madrid, 1940. Ensayo breve, titulado ‘¿Claro como la luz?’, reproducido después en el libro Con Cervantes, Buenos Aires, 1947, Colección Austral.
[2].─ Antonio Sánchez Portero: Tres afirmaciones capitales que deberían promover la reconsideración de algunos análisis y opiniones sobre el Quijote.
Tanto este artículo, como otros cuyo título figure en nota a pie de página, están recogidos, con la dirección dónde localizarlos, al final de estas tres comunicaciones.

[3]. Zapater, Alfonso: Don Quijote en Aragón, Zaragoza, Tipolínea S. A., 2005. Edita Ibercaja, Colección Boira, nº 47.

[4]. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha (Con las “Notas al Quijote” de José López Navío), edición de José Luis Pérez López: Empresa Pública Don Quijote de La Mancha, 2005, S.A. Comunidad de Castilla–La Mancha.

[5]. Al final de estas comunicaciones se encuentra la relación con la ficha catalógráfica de los títulos de los artículos que aparecen en notas a pie de página.
[6]. Antonio Sánchez Portero: Noticia y antología de poetas bilbilitanos (1969). Zaragoza, Imp. Tipo-Línea (422 páginas), y Segunda noticia y antología de poetas bilbilitanos (2005). Zaragoza, Editorial Cometa (500 páginas).
[7]. José López Navío, en “Notas al Quijote” (Edición de Pérez López, obra citada), expone, en la nota 70 del capítulo LXXIV de la Segunda Parte: “deliñada: ‘Así en la primera edición, y en las demás, por yerro de imprenta, debiendo decir: adeliñada, como suele decir Cervantes’ (Pellicer) Todas las ediciones posteriores leyeron como Pellicer, menos Cortejón, pero no hace falta apartarse de la lección original, por tener sentido y estar registrada esa palabra en el Dic. Ac.: ‘aliñar, componer, aderezar’. Ya se ha indicado otras veces, que Cervantes parece hacer un juego de palabras (adeliñar, adeliño, deliñada) lo que suenan, y [parece ser] una alusión a Liñán (purista y atildado), el supuesto Sansón Carrasco, como se ha dicho en varias ocasiones.”
López Navío redactó sus NOTAS hace más de cincuenta años, y han llegado a mi conocimiento después de que hiciese pública mi opinión sobre este punto en un libro y en varios artículos. Esta coincidencia, así como todas aquellas relacionadas con que Liñán es Avellaneda me producen una gran satisfacción, porque supone que mi razonamiento no es una elucubración gratuita, sino que tiene sustancia y consistencia, o sea, visos de ser una realidad.
[8]. Es muy curioso. Ahora, desde el capítulo LIX, cuando habla Cervantes del libro de Avellaneda ya publicado y, por tanto, “debiera” conocer su título exacto, lo titula “Segunda parte de las hazañas…” o “Segunda parte de las aventuras… ”, en vez de Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, “del Ingenioso”, como lo titula, sin duda, al referirse a él, cuando simula o quiere dar a entender que no lo conoce.
[9]. Antonio Sánchez Portero: Sansón Carrasco: Un personaje clave en el Quijote de 1615…
[10]. Puede ser una alusión a Liñán. También emplea Cervantes en la Segunda Parte, “adeliñado”, y “adeliñase”, que no utiliza, como ninguna otra palabra de esta familia, en la Primera Parte, en la que no había hecho acto de presencia aún en el escenario quijotesco el otrora amigo y colega Pedro Liñán; y “socaliñar”, en el Coloquio de los perros en dos ocasiones. Al final de este artículo aparecen las palabras “desaliño” y “deliñada”. Que valga esta nota también para ellas.
[11]. En estos tercetos creo ver reminiscencias de versos de Liñán, autor del poema “A la noche” (p. 167), del soneto “La noche” (p. 73) y de romances de pastores como el nº 4 (p. 189) que comienza “Al tiempo que el alba bella” y de otros poemas que recoge Julián F. Randolph en su libro POESÍAS. Pedro Liñán de Riaza, Talleres Gráficos INO Reproducciones S. A. , 1982.
[12]. Antonio Sánchez Portero: Lope de Vega y Fray Luis de Aliaga: Personajes clave en la publicación del Quijote de Avellaneda…
[13]. Jaime Fitzmaurice-Kelly: Historia de la Literatura Española. Traducida del inglés y anotada por Adolfo Bonilla y San Martín, con un estudio preliminar por Marcelino Menéndez y Pelayo, Madrid, La España Moderna, 1920, pp. 372-373.
[14]. He utilizado para esta búsqueda las ediciones digitales de Florencio Sevilla Arroyo para la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
[15]. Antonio Sánchez Portero: Tres afirmaciones capitales que deberían promover la reconsideración…
[16]. Antonio Maldonado Ruiz: Cervantes, su vida y obras, Barcelona, Labor, 1947.
[17]. Alberto Sánchez: ¿Consiguió Cervantes identificar al autor del falso Quijote?, Anales Cervantinos, Tomo II, 1952, pp.313-331.
[18]. Antonio Sánchez Portero: El moro Cide Hamete Benengeli es cristiano;
[19]. José Montero Reguera: Artículo en Gran Enciclopedia Cervantina , Madrid, 2006, v. III: 2372-2379.
[20]. Santiago Fernández Mosquera: Autores ficticios del Quijote. Anales Cervantinos, XXIV, 1986.
[21]. Jesús G. Maestro: Cide Hamete Benengeli y los narradores del Quijote, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Internet.
[22]. Antonio Rey Hazas: Introducción, páginas XI-XIII de Don Quijote de la Mancha, edición Florencio Arroyo Sevilla, Alianza Editorial, 2005.
[23]. Cayetano Alberto de la Barreta: Internet,
[24]. Esto también se le ocurrió a un servidor, pero aplicado a Liñán, quien creo que es Avellaneda, apoyándome en datos y consideraciones incluidos en algunos artículos que cito en las correspondientes notas.
[25]. Al repasar ahora el citado artículo de Alberto Sánchez, reparo en que éste expuso: “Lo mismo que Cervantes había dejado un anagrama incompleto de su nombre en el del historiador arábigo Cide Hamete Benengeli, se pensó que Avellaneda disfrazaría el suyo en el comienzo del Quijote apócrifo: ‘El sabio Alisolán, historiador no menos moderno que verdadero.’ Pero lo único positivo es que Alisolán resulta otro anagrama imperfecto de Alonso…[Pero como veremos, también puede ser el anagrama de otro nombre.]
[26]. Antonio Sánchez Portero: El ‘toledano’ Pedro Liñán de Riaza –candidato a sustituir a Avellaneda– es aragonés, de Calatayud; y también: Sansón Carrasco: Un personaje clave en el Quijote de 1615 ¿Representa en él Cervantes a Avellaneda?.
[27]. Antonio Sánchez Portero: Lope de Vega y Fray Luis de Aliaga: Personajes clave en la publicación del Quijote de Avellaneda y en la elección del seudónimo que encubre a Pedro Liñán de Riaza..
[28]. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Compuesto por el Licenciado Alonso de Avellaneda, natural de Tordesillas. Nueva edición cotejada en la original, publicada en Tarragona en 1614, anotada y precedida de una introducción por don Marcelino Menéndez y Pelayo, de la academia Española. Barcelona, Toledano, López y C.ª, 1805, 8º.
[29]. Antes de publicarse “II Una nueva conjetura sobre el autor del Quijote de Avellaneda”, fue enviada por correo a D. Leopoldo Ríus y Lloséllas, con fecha del 15 de febrero de 1897.
[30]. Antonio Sánchez Portero: Tres afirmaciones capitales que deberían promover la reconsideración de algunos análisis sobre el Quijote de Cervantes.

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