DIARIO DE A
BORDO
Historia, Literatura, Música, Arte, Grecia Antigua.
sábado, 7 de septiembre de 2013
QUEVEDO
Y LOS VENGADORES DE LA LENGUA
Quevedo,
Van der Hammen o Velázquez (Taller).
Instituto
Valencia de Don Juan, Madrid.
Francisco de Quevedo y
Villegas escribió
en 1626, el titulado Cuento
de Cuentos en el que
ironiza sobre el gran número de frases hechas, modismos y tópicos que se
empleaban comúnmente en la conversación en su época.
En 1629, un tal Don Juan Alonso Laureles le dedicó un opúsculo titulado La Venganza de la Lengua, a
pesar de que él mismo consideraba una temeridad guerrear sobre cuestión de palabras
con el autor al que se
proponía reprender.
Las críticas, o los
comentarios jocosos de Quevedo, se refieren a expresiones que posiblemente él
mismo usaba, por lo que no parece estar componiendo un verdadero ataque hacia
esas frases, sino al exceso de su empleo, que empobrece la lengua, puesto que
contribuye a ignorar o eludir términos que seguramente serían más apropiados y
precisos. También criticaría, sin duda, el empleo de las mismas expresiones,
cuando ni siquiera venían a propósito, sino que entraban como coletillas de
relleno en el uso vulgar de un lenguaje, que, visto desde hoy, era en muchos
aspectos, envidiable.
En todo caso, en lo que se
refiere a la réplica que le dedica el Licenciado
Laureles, da la sensación de que la crítica hecha por Quevedo, no fue
sino una excusa para entrar en el asunto que verdaderamente le interesaba, es
decir, la actitud burlona del autor hacia ciertos religiosos y religiosas; algo
que sí constituiría una cuestión verdaderamente seria para el autor de la Venganza, pero que, en
todo caso, no tenía relación con este Cuento
de Cuentos que no pasaba
de ser una broma sin transcendencia, si bien, es sabido que Quevedo era un
hábil provocador.
Por otra parte, en el
Cuento hay un gran porcentaje de expresiones que seguimos empleando hoy, lo que
después de cuatro siglos parece darles cierto peso, aunque sigamos cometiendo
el mismo pecado que entonces: su excesiva repetición:
De pe a pa
Erre que erre
En un santiamén
Zas!
Estar en un tris
de…
Tras la presentación del
tema que va a tratar, Quevedo crea un diálogo absurdo, concebido sólo para
demostrar su tesis sobre el empleo de esas frases hechas y palabras comodín, en
lugar de otras correctas, que las había; como siempre las hubo y como las sigue
habiendo.
Manos a la obra
quítame allá esas
pajas
sin más ni más
como quien no
quiere la cosa
a tontas y a locas
andar con pies de
plomo
mequetrefe
a pie juntillas
eran uña y carne
a diestro y
siniestro
el oro y el moro
estar en sus trece
pagar el pato
de hito en hito
no dar el brazo a
torcer
de bóbilis bóbilis
la/el … de marras
hacer de tripas
corazón
importar un bledo
ahí me las den
todas
saber donde le
aprieta a uno el zapato
como oro en paño
entre dos aguas
hacer carantoñas
no dar pie con bola
estar de capa caída
dejarse algo en el
tintero
templar gaitas
hablar “ad Efesios” –de donde: adefesio.
En definitiva, Quevedo no
se refiere a nadie en concreto y a todo el mundo en general, de una manera
jocosa, mientras que, por su parte, el señor Laureles parece reflejar un amargo
estado de ánimo. La pregunta sería, si la actitud del autor de la réplica, era
generalizada, o sólo representaba a algún que otro rival literario que,
realmente, intentaba vengarse. De hecho, en lo que respecta al lenguaje, Laureles se reduce, por una parte, a
explicar el significado de los dichos de los que Quevedo hace reproche, como si
este no lo conociera, en lo cual, es evidente que el Caballero Laureles se equivoca; por otra parte, con
demasiada frecuencia insiste el vengador en las dificultades físicas de
Quevedo, que esgrime a modo de insulto, lo que dice poco en favor de su persona
y de la calidad de su ingenio.
Se ha adjudicado la
autoría de la Venganza al mismísimo Avellaneda -el que le pisó a Cervantes la segunda
parte del "Quijote"-, siendo a su vez, el dominico Fray Luis de Aliaga, el
confesor de Felipe III, quien utilizaría el pseudónimo de Avellaneda, o al menos sería fautor,
cómplice y protector del impalpable licenciado (Avellaneda)- como afirman Fernando
Navarrete y Aureliano Fernández-Guerra.
Asimismo, el literato Sr.
Calabari y Pazos, afirmó categóricamente que el Fernández de Avellaneda no era otro
que el escritor Fray Luis de Aliaga. Apoyose para su aseveración en la semblanza de estilo, expresiones o
modismos aragoneses que se notan en el libro de referencia a los que se observan en
la titulada Venganza de la Lengua española contra el autor de Cuento de
cuentos, por D. Juan Alonso Laureles, caballero de hábito y peón de costumbres,
aragonés liso y castellano revuelto, producción debida a la pluma de nuestro paisano Aliaga y dirigida a
mortificar al insigne Quevedo. (Cita
tomada de: A. Sánchez Portero).
El
"Quijote" de Avellaneda. 1614
Dejamos para otro día y
para otro contexto, el saber quién fue fray Luis Aliaga y, en su caso, las
posibles causas de su inquina contra Cervantes y Quevedo; por el momento, basta
recordar, que antes de ser confesor de Felipe III, lo fue del duque de Lerma,
quien se lo recomendó al monarca; que fue Consejero Real e Inquisidor General;
que contribuyó a la caída de su antiguo protector, y que tras la muerte de
Felipe III fue cesado de su cargo y procesado él mismo por causas penales –se
le acusó de favorecer el asesinato del Conde de Villamediana–, y por la Inquisición,
aunque falleció en el exilio antes de que se sustanciara el proceso que inspiró
a su vez unos versos del Conde de Villamediana en los que se refería a él como
el Inquisidor inquirido y el Confesor
confesado.
Ahora bien,
a pesar de coincidencias lingüísticas, temporales y de cualquier tipo que sean,
conviene siempre mantener como punto de partida, la idea de que una atribución,
seguirá siéndolo en tanto no aparezcan pruebas irrefutables que la conviertan
en certeza.
-oooOOOooo-
Centrándonos sobre todo en
las expresiones criticadas por Quevedo, que siguen en uso, transcribo el
prólogo del Cuento de Cuentos -el Cuento en sí mismo es prescindible en
esta ocasión- y, acto seguido, la Venganza del Caballero Laureles, al que recorto
algunos fragmentos, farragosos o poco transcendentes para este caso, y añado,
en ambas obras, algunos comentarios sobre el significado de ciertas expresiones
ya perdidas.
Imagen,
Cervantes Virtual
CUENTO DE CUENTOS,
donde se leen juntas todas las vulgaridades rústicas, que aún duran
en nuestra habla, barridas de la conversación. Francisco de Quevedo.
A Don Alonso Messía de Leyva.
La habla que
llamamos Castellana, y Romance, tiene por Dueños todas las Naciones, los
Árabes, los Hebreos, los Griegos. Los Romanos naturalizaron con la vitoria
tantas voces en nuestro Idioma, que la sucede lo que a la capa del pobre, que
son tántos los remiendos, que su principio se equivoca con ellos.
En el origen
della han hablado algunos linajudos de vocablos, que desentierran los huesos a
las voces; cosa más entretenida que demostrada; y dicen, que averiguan lo que
inventan. También se ha hecho tesoro de la lengua Española, donde el papel es
más que la razón; obra grande, y de erudición desaliñada. Ninguno ha
escrito Gramática, y hablamos la costumbre, no la verdad, con solecismos, el alma decimos: y supuesto que el alma bueno, no se puede decir; el que
es artículo masculino, ha de ser la, y pronunciar la alma.
No quiero
nada, peca en lo de las dos negaciones, y debe decirse: Quiero nada.
Bien
considerable es el entremetimiento desta palabra, mente, que se anda enfadando las cláusulas, y paseándose por las
voces, eternamente, ricamente, gloriosamente, altamente, santamente, y esta
porfía sin fin. ¿Hay necedad tan repetida de todos igualmente, Cosa, que algún Letor se me quiera escusar de no haberla
dicho?
Malhablado llaman al que habla mal, habiéndole de llamar, mal hablador.
Mire lo que
le digo, decimos todos, por óigame; pues no se parecen los ojos, y las orejas. Aqueste, por este;
agora, por ahora: son infinitas las voces, que pudiendo escoger, usamos lo peor. ¿Hay cosa como veer a un graduado, con más barbas, que textos,
decir enfurecido: Voto a Dios, que se lo dije de pe a pa? ¿Qué es pe a pa, Licenciado? Y para emendarlo, dice, que se está erre a erre todo el día. ¿Qué será, no dar a uno una sed de agua, que tan
frecuente se oye en las quejas de los amigos, y de los criados? Y hacer bailar el
agua delante, ¿es a propósito?
Encarece uno
su verdad, y dice: Yo le dije dos por tres. Y decir dos por tres; ¿quién
negará, que no es decir una cosa por otra? Había de decir: Yo le dije dos por
dos.
¡Pues uno,
que encareciendo su diligencia, dice, que vino en un santiamén!, deben de
tener los santiamenes gran paso. ¿Y los que para encarecer su prudencia, dicen,
que lo escogieron a mozo de candil? ¡Miren qué juicio tendrá un mozo de candil,
para escoger!
Un enojado,
que dice a otro, que le trae sobre el ojo, es, con perdón, llamarle nalgas. Que
para decir que le atiende, lo propio era traer los ojos sobre él. Y el blasón
tan presumido de tener sangre en el ojo, más denota almorranas, que honra. Y
pierdo doblado, si lo juzgan los pujos; hablen cartas, y callen barbas, sin
haber quien haya oído decir a las barbas, esta boca es mía, aun cuando las
caldean, y las rapan; ¡qué de hombres se hacen mojigatos, y nadie sabe qué son
estos gatos moji!
Verse, y
desearse, no pasó de Narciso. (Me las veo y me las
deseo). Poner pies en pared,(Estoy
que me subo por las paredes) no sirve
de nada, y yo lo he probado, viéndome en trabajos, ¡como oía decir: no hay sino
poner pies en pared!, y sólo sirve de trepar, o dar de cogote. Andar la barba
sobre el hombro, quien lo tuviere por buen consejo, lo pruebe, y andará hecho
corderito de Agnus Dei.
Diome un remoquete, es dádiva de
catarro. (Puñetazo
en el rostro, o quizás, apodo. RAE, aunque, el juego de palabras, en este caso,
hace relación al “moquete” provocado por el catarro).
Llevar la
soga arrastrando, dicen que es la mayor desdicha. Yo he llevado arrastrando
sogas, y hallo que es peor que la soga lleve arrastrando al hombre. Para decir,
que uno es muy malo, dicen, que ni teme, ni debe, ¿puede ser mayor necedad?
¿Pues sólo es bueno el que ni teme, ni debe? Habían de decir: que ni teme, ni
paga. Y esto pregúntenselo a los mercaderes, y a todos los que fían. No me lo
harán creer cuantos aran, y cavan.
¡Considere
vuesa merced, qué Letrados, o Teólogos, buscó, sino Gañanes! ¿Vuesa merced ha
visto algún bazo cagado? Que yo no sé por dónde entran a proveerse en un bazo.
¿Hay cosa tan mortal como zas? Más han muerto de zas, que
de otra enfermedad. No se cuenta pendencia, que no digan: y llega, y
zas, pistas, y cayó luego.
No es el
mundo tan grande como tris. Todo está en un tris. Y no
hay dos trises. Estaban en un tris. Estuvo toda la Ciudad en un tris. Todo el
Reino estuvo en un tris. ¿Y espantaranse de que la Fénix sea una, siendo el
tris uno siempre? ¿Y aquellos majaderos músicos, que se van cantando las tres
ánades madre, que no cantarán las dos, si los queman, ni la cuarta?
Considere
vuesa merced el buen talle destas voces, que se nos hacen reacias en la lengua,
y no las podemos escupir: Zurriburri, a cada triquete, traque barraque, zis,
zas, zipizape, a barrisco, irse a chitos, chichota, con sus once de oveja,
trochimoche, y cochite hervite.
Es decir,
que no tienen desvergüenza para deslizarse en una historia, y entremeterse en
un Sermón; y están ya tan halladas, que pocas plumas las desdeñan.
Y para veer
a cuál mendiguez está reducida la lengua Española: considere vuesa merced que
si Dios, por su infinita misericordia no nos hubiera dado estas dos voces; ahora bien, nadie se pudiera ir, ni se despidiera de una conversación.
Todos dicen: Ahora bien, ya es hora. Ahora bien, ya es tarde. Ahora bien,
ya vuesas mercedes querrán cenar. Y hay
hombre, que por no acordarse dellas, se detiene, hasta que enfada, y mata; y en
topando con su ahora bien, se va.
Yo, por no
andar rascando mi lenguaje todo el día, he querido espulgarle de una vez en
esta jornada, donde yo sólo no tengo que hacer. Y en este
cuento he sacado a la vergüenza todo el asco de nuestra conversación; que si no tuviere donaire, ni mereciere alabanza no carece de
estimación el trabajo, en recoger tan estraños desatinos. Ahora va este papel
haciendo lugar a obra más de veras, en que trataré (ni sé si tan docto como
desvergonzado) que ni sabemos deletrear nuestra cartilla, ni razonar con la
pluma. En tanto vuesa merced, que hace buena acogida a mis borrones, se divierta, y tenga larga vida,
con buena salud.
Monzón
17 de Marzo de 1626.
Don
Francisco de Quevedo Villegas.
-oooOOOooo-
VENGANZA DE
LA LENGUA Española, contra el Autor del Cuento de Cuentos.
Por Don Juan
Alonso Laureles, Caballero de Hábito, y peón de costumbre, Aragonés liso, y
Castellano revuelto.
Temerario
acometimiento promete el argumento de la obra; pues querer guerrear sobre
cuestión de palabras con el Autor del Cuento de Cuentos, es despertar contra mí
más enemigos, que ranas en Egipto: que a la defensa salgan atronando orejas, y
lastimando juicios. Porque como este Autor es sin causa celebrado por momo de
este siglo; (Momo: Hijo de Hipnos y Nix o Eris; siempre burlón, fue
protector de escritores y poetas pero corregía con mucho sarcasmo a hombres y a
dioses; Poseidón, Hefesto, Atenea, etc. por lo que fue expulsado del Olimpo.) sacrificio creerá haber hecho al Dios Apolo, el que saliere a
defender sus yerros. Mas yo que no
me espanto de dobles ojos, ni de pies pirriquios (Los ojos
dobles, es evidente, se refiere a las famosas lentes que llevaba Quevedo y el
pie métrico llamado pirriquio pasa aquí también a hacer referencia a su cojera,
debida a una malformación), oso emprender no
guerra, si disputa caritativa con él: porque me duele su tentada flaqueza,
desatendada lengua, y papeles
hechos a tiento de Pintor; (Tiento: Palo fino, pulido y rígido del que los pintores se
sirven, apoyando la punta envuelta en tela suave, sobre el lienzo o,
sencillamente en el borde del bastidor, para mejorar el pulso –tiento– de la
mano que maneja el pincel).
Sofonisba Anguissola pintando con ayuda del tiento.
que todo es
caña vacía, inútil, y engañoso arrimo. Lástima
tengo de verle toda la vida andar de pie quebrado, y que con la experiencia
ya mediana no mude pelo, y no
mejore de ojos: para que dejando su condición burlona, nos diga algo con
veras razonado, y no hablado solamente para provocar a risa al vulgo indocto, e
indócil, que como le oye ensartar sinrazones con donaire, ríese de lo que él
quiere que se ría, debiendo reírse de quien así lo dijo. (De nuevo,
con la referencia al pié quebrado, evidentemente, Laureles no se refiere a la
forma de versificar así llamada; la misma actitud malévola se mantiene al
hablar de los ojos aludiendo a la miopía de Quevedo).
¿Qué mala
estrella fue, la que influyó un humor tan mordicante en su decir?, ¿si le parió
Canícula, o si las Cabritillas siete retozaron sobre él al punto infausto de su
natividad, imprimiendo este impulso juguetón, con que brinca, retoza, y se
menea: burlándose del mundo, hasta dar con su pluma en el infierno, sin temer
de sacarla chamuscada por atrevida, en tratar tan de burlas cosas que son
temidas tan de veras; no advirtiendo que hizo un infierno de burlas, y dio ocasión,
a que las haga el infiel, si llegare a leer su infernal libro? Y aunque me
puede responder, con el título, que son sueños, mas no satisfacerme, que aun
para soñado, es mucho soñar tantas burlas en infierno, y esos sueños son de
aquellos, que se deben castigar con pesar en la vigilia, y con vergüenza de
haber soñado tan mal. (El Sueño del Infierno: el tercero de los Sueños, que
Quevedo escribió en 1608. Publicado en 1627 en Sueños y Discursos, reeditado en
1631, muy expurgado, bajo el título de Las Zahúrdas de Plutón, dentro del
conjunto de los célebres Juguetes de la niñez.)
Los Sueños, de Quevedo. Ediciones de 1627 y 1679
Créame
amigo, que le amo mucho por unidad de regla, no se desvele para soñar tan mal,
y pésele de lo que así ha soñado. Pero ya que dio en soñar, ¿por qué no
prosiguía entreteniendo el mundo, y no meterse en cuentos, que en esto le
cogerán por arte (como la sabe poca) y en aquello se podía salir, con que así
lo ha soñado, como dice? No ha dado (Caballero carísimo) en este cuento buena
cuenta de sí, mire, y lea. El
habla pues, que llamamos Castellana, y Romance, no tiene por dueños a todas las
naciones, ni a ninguna fuera de la Española; y si no diga si el Árabe, el
Griego, o Romano sabe hablar nuestro idioma, o si el suyo es diferente del
nuestro; porque como la diferencia sea respectiva, tan diferente lenguaje es el
Griego del nuestro, como el nuestro del Griego. Ni el haber quedado algunos
vocablos naturalizados de otras naciones, hace nuestra habla común: porque esos
no se pronuncian con el accento estraño, ni con la terminación peregrina, sino
con la Española, que los hace proprios. Pero ¿qué lenguaje, o idioma vulgar me
dará que no tenga parentesco, y comunicación con otros muchos?, señálelo a la
margen si lo sabe, que yo responderé con diligencia para instruir con claridad
su ánimo.
Sin razón
injuria al Autor del Tesoro de
la lengua Española: porque, ni le sobra papel, ni le falta razón; la que
puede haber en imposición, o institución de voces que es la corriente frasi, el
uso entre los Doctos, el origen, y propiedad que tiene. ¿Qué más desea para la
castidad, y pureza de un vocablo? ¿Que haya sido inventor instituyente su labio
casto, y su boca siempre pura? ¡Ay pobre Caballero, y en qué ha dado! Cuando
los insignes Latinos dudan de la elegancia de algún término, ¿no lo averiguan
con buscarle en los primeros Maestros de la elocuencia Latina, y si en ellos se
halla se da por bueno, sin mayor examen? Pues ¿qué pretende con decir, que no
sabemos hablar, si hablamos como nuestros Maestros han hablado? ¿sabe que me
parece desta su tentación?: Que después de haber dicho mal de todas las cosas, dice mal de la lengua, con que
las dijo. (Quevedo no dice mal de la lengua, sino de la lengua mal
empleada). Penitencia milagrosa, aunque
infructuosa, por falta de su intención; pues no maldice su lengua: porque
maldijo, sino por decir mal della. Y así la que pudiera ser pena, es culpa
nueva en que ha caído. Dios le levante señor de Juan Abad, y no vuelva a caer, que temo esotro pie. (El autor
insiste en la cojera de la que el mismo Quevedo se burlaba: «soy entre cojo y
reverencias, un cojo de apuestas, si es cojo o no es cojo»).
Advertir
solecismos Castellanos es curioso reparo, pero no justo en el alma: porque no
es solecismo, sino hermosa figura del lenguaje. Aunque el, es artículo
masculino puede, y debe juntarse con los nombres femininos, que comienzan por
A, como el Alma, el Alba, el arpa, el agua: porque si pusiéramos con estos
nombres el artículo feminino, que es, La, fuera dura la pronunciación por el
encuentro de las dos vocales: y así para suavizar el lenguaje, se usa de esa
figura, que es preciosa, y como tal estimada de todos los escritores
Castellanos. Dejemos los prosistas ordinarios, no saquemos a plaza los Poetas, que
según le veo determinado a este buen Caballero, hará burla de todos ellos juntos:
propongamos sólo dos personas tan graves que no se les atreva. El Maestro Luis de León, que abrió
camino para escribir en nuestra vulgar lengua cosas altas, y graves, con
gravedad y alteza, número y proporción: el
alma dice. El Maestro Juan Márquez, escribe el alma muchas veces.
Bien
considerable es la corrección de los adverbios Castellanos, porque se terminan
con la dición, mente: ¿no
dije yo, que este Caballero habiendo dicho mal de todo el mundo, se enoja
consigo mismo? Léase a sí en su Política (librito de veras pero pocas, que en
este Autor son mayores sus sueños, que sus vigilias, y muchas más sus burlas,
que sus veras) y dé en borrar esos adverbios, que dejará su libro iluminado. En
la 3 hoja dice ásperamente, imperiosamente, últimamente: en la 25 porfiadamente:
en la 26 solamente: en la 49 derechamente: en la 51 particularmente,
personalmente: en la 64 elegantísimamente; consecutivamente: en la 69
fácilmente: en la 70 miserablemente. Y cierto que miserablemente condenó estos
adverbios que los usan los mejores Maestros de la elocuencia Española, y hasta
hoy no se saben otros. Pero ya
que los adverbios hasta hoy conocidos le descontentan porque tienen mente,
compónganos los suyos, que curiosos los espero: pues habiendo de ser todos sin
mente, vendrán a ser adverbios mentecatos. (— Ahora yo
te digo, Sancho —dijo don Quijote—, que eres un mentecato; y perdóname, y
basta.)
Bien dicho
está, mire lo que le digo, por
óigame, que mirar no supone por sola acción de los ojos, sino por la
atención del Alma, necesaria en toda acción vital de los sentidos: decir una
cosa de pe a pa, es declarársela
deletreándola, y desmenuzándole la dificultad. Para encarecer la verdad, mejor
está dicho, aunque no quiera: yo se lo dije, dos por tres, que dos por dos; dos
por dos no es decir nada, pues no declara cosa, y dos por tres significa que
con la facilidad que se cuentan dos números inmediatos, cuales son esos, le dio
a entender su verdad. Si se acordara nuestro Autor de las categorías del
Filósofo, no le pareciera mal, decir, que vino en un santiamén, si fue buena
diligencia: porque aunque los santiamenes no tienen paso grande, ni chico, como
bien se burla, aunque sin para qué, tienen su duración, se consume tiempo,
aunque breve; y por serlo está
bien ponderado, el diligente caminar del otro: diciendo, que lo hizo en un
santiamén, es lo mismo que en el tiempo que fuera menester para decirlo.
Enfademe
cuando leí en este cuento a su Autor censurar al enfadado: porque dice, que
trae al otro sobre ojo. Parécele que con perdón es llamarle nalgas, no le perdono tan sucio parecer como el vocablo, no vale la razón con
que se ayuda diciendo que lo propio era decir, que trae los ojos sobre él:
porque esto puede ser sin pena, y el primero dicho, manifiesta, que le da
grande pena, en cuanto hace como si le llevara travesado en un ojo, que es valiente
hipérbole. ¿Cuántos se habrán reído de leer cómo murmura del blasón de tener
sangre en el ojo, diciendo, que denota almorranas, más que honra? ¡Oh impúdico
Autor!,¡oh escribiente cular!, dado me ha enojo, y no sin sangre de
enojo, que el enojo hace saltar la sangre del corazón, donde el fervor comienza
hasta la cara, y en los ojos se presenta mejor que en otra parte; así se
difinió materialmente la ira, fervor
sanguinis circa cor: que debiera considerar nuestro maldiciente de a
caballo, para que no cayera de su asno con vergüenza.
¡Qué
material, y terminista tiene la inteligencia, cuando afirma, que poner pies en
pared sólo sirve de trepar, y dar de cogote!, ésta sí; que fue calabazada; pues
no entendiendo el alma de ese dicho, sólo le supo asir por la materia y cuerpo:
grave yerro, que con él hará burla mañana de todas las metáforas, sin mirar que
de éstas, y otras semejantes usan, no sólo las humanas, pero aun las Divinas
letras (como lo probaré, si no se enmienda con esta corrección) poner pies en pared,
pues sólo denota firmeza, y tenacidad en la resolución.
Mas no puedo
escusar el señalar cómo este tempestuoso juicio, y borrascosa lengua, sin saber
lo que hace en este Cuento hace
burla, y llama asco al modo de hablar metafórico de la Escritura sagrada;
pues entre los desatinos que él dice, que lo son, entra el dicho común del que
empieza a enojarse, que se le va
subiendo el humo a las narices, pues para que otra vez hable más con aviso:
Lea a Isaías, en el capit. 20 últ. vers. 22, Quiescite ergo ab homine, cuius
spiritus in naribus eius est. Que es decir: Guardaos de un hombre a quien se le
ha subido el humo a las narices, y más claro en proprios términos. En el 2 de
los Reyes, cap. 2, vers. 2 , Ascendit fumus de naribus eius: bien está, que es
discreto, y esto bastará.
¿Qué malo le
parece el ahora bien, para
despedirse? Si es por ser continuo, y siempre repetido, mas lo es de Cicerón
aquel su, vale, con
que concluye todas sus Epístolas. Menos mal es andar hecho corderito de
Agnus Dei, con la barba sobre el hombro, que con ella caída sobre el pecho,
buey puesto en la coyunda, y uncido al arado: y mucho me maravillo, no le
parezca así el consejo bueno como el dicho; pues andar la barba sobre el
hombro, no es otra cosa que mirar hacia tras, y todos lados, que viviendo tan
llenos de enemigos, no lo tengo por malo, si ya no es, que fíe tan poco del
gobierno de sus pies, que no pueda apartar dellos sus ojos. Aquello de no me lo harán creer
cuantos aran, ni cavan, se fundó en la simplicidad de semejante gente, donde
anda más desnuda la verdad, que la malicia suele hacer más sospechosa entre los
más Letrados.
¿Qué general
solemnidad se habrá hecho a aquella su pregunta, si se ha visto algún bazo
cagado?, yo diría que sin haberlo visto lo está el suyo todo entero: porque este estilo de hablar tan cagativo,
no puede ser efecto de otra cosa en su persona, sino de opilación de su cagado
bazo, que despide humores tan biliosos, y fétidos por su boca, que él parece
que caga, y ella culo. Que no ha de ser limpio en sus días, señor de Juan Abad,
que mal parece en un tal cortesano.
No puedo
disimular en este paso, aquel inmundo discurso (que todo parecía cámara) de las
excelencias, y desgracias del culo, (Gracias y desgracias del ojo del culo. Dirigidas a Juana Montón
de Carne, mujer gorda por arrobas. Escribiolos Juan Lamas, el del camisón
cagado. Francisco de Quevedo, 1620-1626) que comunicó en papeles a los del mundo sin temor de ser
condenado como merecía a llevar el culo a ojo; digna retribución de su trabajo.
Aunque no puedo dejar de estimar el recato con que le ha detenido entre
borrones, sin darlo a la impresión, que no le tuvo cuando imprimió aquel simple
gaticidio, discurso femenil, pueril asumpto, que han de vengar los gatos mismos
aun después de muertos, impelidos de alguna mano sabia. ¿Fue esa obra hecha en
vigilia, o sueño? Y por no ser prolijo dejo otros proverbios que pudiera
escusar más fácilmente. No quiero calificar otros vocablos que trae en este
cuento, como son zurriburri,
y triquetraque, con los demás
deste color: porque no son voces de que use Escritor grave alguno, ni
Predicador advertido; son vocablos bodegoniles los más dellos; otros corrientes
sólo en arrabales; otros escarramanes(Escarramán, personaje rufianesco creado por Quevedo); otros viciosos; y al fin todos tales que ninguna pluma
honesta, y discreta hizo borrón con ellos.
No se
intitule cruel consigo mismo, menos docto que desvergonzado, para la obra más
de veras que previene: porque con ese título anticipado, ha puesto en armas mucha
gente docta, que a poca costa le pondrán en retiro tanto orgullo, la pluma en
cárcel, y la persona en cuerda: y si los más vecinos no se atreven porque le
temen, yo porque le amo, no le temo, y aunque distante, y lejos me compadezco
del absurdo en que ha dado en esteCuento de componerle personas tales, que no
debiera sacar a plaza, cuando saca el asco, según dice, de nuestra conversación
a la vergüenza: téngala grande amigo, de haber hecho interlocutores destos
desatinos, a una Abadesa, a un Vicario, y a un Guardián. ¿Parece que son
estados éstos para con ellos entretener al vulgo malicioso? ofende gravemente el estado
Religioso, la santa honestidad que profesan las Religiosas. Y da motivo al
precipitado Pueblo seglar, a que imagine, que aquellos devaneos, libertades, y
vanidades que pinta son comunes, y que con aprobación se hacen, pues con
licencia se imprimen. Grave es el daño que hace con perder el respecto en sus
escritos al estado Eclesiástico, y Religioso, pues haciendo donaire viene a
quedar en la común estimación del mundo, el Clérigo, y el Fraile, y aun la Monja,
que es más de lastimar, porque es mujer, tenidos en poco, respetados menos,
hechos burla común, risa ordinaria, jocoso rato, y entremés cuotidiano de los
seglares, que estudiando arte para ser agudos, la aprenden de su lengua,
recitando sus dichos y donaires.
Doy este
aviso, porque no querría, ni Dios permita tal, que estos principios sirviesen
en España para los fines lastimosos, que sirvieron en Francia, que se precipitó
de paso en paso en una extrema miseria de herejía, de un principio casi
ridiculoso (porque reírse del estado Eclesiástico, amargo llanto promete) Rey
era Francisco primero, cuando un hombre de bajo quilate, de menguada suerte:
así en los bienes de la naturaleza, como de la fortuna, llamadoFrancisco
Rabelés, amaneció para hacer noche del todo la poca luz de la Fe: era
éste de ingenio picante, prompto, despeñado, inclinado a mal, y de lengua
maldiciente, licenciosa, y donairosa, que así se llama ahora la mala lengua: había
pasado los primeros tercios de su vida, por bodegones, y casas de vicio, entre
charlatanes, y chocarreros, gente de mucha alma, y poca conciencia, pues viven
como si no tuvieran a ésta que los reprehenda, y como si tuvieran de aquélla,
para guardar, y perder. Recogió menos curioso que libre, con deseo de hacer
famoso su nombre, y célebre su ingenio, un montón de cuentos, novelas, y
donaires, y ordenándolos a su modo, imprimió un libro concertado de
desconciertos, en que fisga, y hace baldón, y burla de los Clérigos, y
Religiosos, y de la honestidad de las Monjas; a la traza que entre los Italianos el Bocacio,
aunque más humilde de estilo, más altivo, y atrevido: los libros pues deste Rabelés, con
otros, dispusieron los ánimos para que se introdujera la común herejía,
originada deste principio, al parecer liviano que no lo es.
No pudiera
quietarme del escrúpulo, si con mi lene espíritu, y amoroso no le advirtiera de
esta ignorancia, que no creo haya podido ser en él malicia, no se me enoje, ni
se me irrite para sacar respuesta crimimosa contra esta caridad, que yo le hago
que no me debe poco si lo mira, y lo verá cuando ya esté sin ojos: advierta,
que soy mejor para amigo, que todo el mundo; pues cuando todo él le lisonjea, y
desvanece, yo le prevengo de que así le engaña.
Y no me
toque los estados santos, cuando compone de chacota, y burla, que no le faltan
a la Corte pícaros, ni al mundo secular dos mil bellacos: deje estar a la Monja
en su clausura, que no hace poco de vivir en ella, al Fraile en su celda, y al
Clérigo en su coro: imite al
cisne Lope, que en sus versos jamás ofende semejante estado; humanamente trata de
lo humano, y divinamente de lo divino, no se haga singular: mire que es
Religioso, y debe ser sacro lego; pero no sacrílego. Perdóneme le ruego la
tardanza del aviso, que tanto he tardado en ver su Cuento, como de dar en la
cuenta de que debía avisarle: no desee curioso saber quién soy, que no sé si me
hallará, encomiéndeme a Dios, que me le guarde señor de Juan Abad, seamos
amigos, y si no mano a la pluma, que sin dorar palabras Dios me dará razones de
defensa, si ofender me quisiere: no lo haga, así el Señor lo libre del pie de la
soberbia, porque no le trabuque vanamente.
FIN.
Año
M.DC.XXIX.